sábado, 28 de noviembre de 2009

Los limones, el comunismo y El Señor Catedrático

“El país donde florecen los limoneros”, así conocen los alemanes a Italia. Se trata de una cita extraída de Goethe: Kennst du das Land wo die Zitronen blühen?, “¿conoces el país donde florecen los limoneros?”. ¿Italia? Paparruchas. Aquí florecen mejor. Este año no llega el invierno y yo sacrifico, ay, tiempo de trabajo por paseos, junto al mar o, como hoy, junto al florecer de los limoneros. Valencia y Murcia, en concreto, son das Land wo die Zitronen blühen. Oye, una cosa, ¿allí por qué votan al PP?

Ha sido siempre un problema central para el socialismo el de si éste habría de llegar porque el proletariado se convenciera de la injusticia intrínseca del capitalismo y pasara a la acción o si, en caso de que éste no se diera por enterado, había que darle un empujoncito a la cosa.

La doctrina marxista ortodoxa, en realidad, es de un determinismo radical: el capitalismo, dada la depauperización general que originaría, la bipolarización de la sociedad entre unos pocos ricos y el resto de miserables y las guerras imperialistas salvajes, simplemente colapsaría. De hecho, los socialistas genuinos (Marx incluido, claro) no consideraban su deber, tan siquiera, salir en defensa del proletariado ante sus desgracias, dado que sería la profundización en éstas la que habría de llevarse por delante al capitalismo.

Ahora bien, cuando esto no sucedió, hubo una corriente revisionista – con Jaurès y Bernstein a la cabeza – que pensó que igual había que persuadir al proletariado de que el sistema propuesto por ellos era el ideal, el justo, el bueno. Lenin, en realidad, es otro revisionista: el socialismo llegará al poder, no por el puro colapso del capitalismo, pero tampoco por las urnas, sino por la revolución. Marx, Engels y Kautsky – los ortodoxos – sólo apelaban a lo ineludible del proceso, sin sentir la más mínima tentación de mover un dedo para acelerarlo, convencidos como se hallaban de su inminente llegada. El socialismo, pues, aplicó el laissez-faire al capitalismo y se sentaron a ver cómo se cocía en su propio jugo.

Jaurès, como he mencionado, se percató pronto de que la cosa no iba como Marx había predicho, y concluyó que la democracia debía ser el instrumento mediante el cual se implantara el socialismo. Consideraba a ésta un “instrumento de progreso”, ya que representaba “el mejor método jamás diseñado para el cambio social pacífico”.

¿Pero y si ni por las malas ni por las urnas llega la toma de conciencia de clase? ¿Y si el proletariado se muestra desafecto hacia los partidos comunistas? Pongamos por caso, ¿y si en un territorio les da por votar al PP?

Entonces, existen teorías. Una es la “hipótesis Getafe”. Una variante de ésta es la “hipótesis del Señor Catedrático”. Ésta última resulta más atrayente, dado que añade un elemento: en España, actualmente, existe exilio político murciano. (En las comunidades no gobernadas por el PP, se entiende, o, al menos, no gobernadas al estilo murciano, consista éste en lo que consista). Vamos, que las vecinas Andalucía o Castilla La Mancha hacen de Florida para la Cuba murciana. Así, reza la hipótesis del Señor Catedrático que (1) en determinadas partes de España (Valencia, Murcia y Madrid, p. ej.), gran parte de la población adolece de une escaso nivel cultural, (2) esto les lleva a votar al PP en masa, (3) se genera así una situación de cuasi dictadura y (4) algunos ciudadanos se ven impelidos a emigrar. Esto no lo he leído yo en Jaurès ni en Lenin. (Alguien apunta a un ramalazo de Lukács)

No llega el frío este año, no llega. Así que se prolongan – más de lo que mis ocupaciones toleran – los paseos vespertinos. Y pienso en los murcianos que andarán por frías tierras norteñas y a quienes yo podría invitar, sólo para el sábado, al feliz Mediterráneo. Pero El Señor Catedrático no da nombres. Una pena.

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