viernes, 21 de febrero de 2014

Portugal y el bacalao à brás; el bacalao à brás y Portugal

Portugal es como el alma de los portugueses -y no sabe uno quién moldeó a quién- . Quiero decir, es franca -ofrece lo que promete- , es poética -puro dolor melancólico- , es bacalao -bacalao à brás- .

Portugal es franco, cómo podría no serlo un país de calles de adoquín, de edificios deshechos, de fachadas descascarilladas. La decadencia no respeta aquí ni esa maravilla de la construcción popular que son los hórreos en Galicia y Asturias:



Portugal es poético, cómo podría no serlo un país que huele a mar, de callejuelas estrechas y costaneras. Es un país donde en su más sublime -sublime de verdad- monasterio, de los Jerónimos, esculpen las poesías de Pessoa. Porque sólo en un país como Portugal -genuinamente franco, esencialmente poético- podía alguien escribir:


Para ser grande, sé entero: nada
tuyo exageres o excluyas.
Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres
en lo mínimo que hagas
Por eso la luna brilla toda
en cada lago, porque alta vive.

Porque sólo en un país que huele a mar y constituido básicamente por callejuelas estrechas y costaneras podría el poeta hallar la inspiración para afirmar: 

No: no quiero nada.
Ya dije que no quiero nada.

¡No me vengáis con conclusiones!
La única conclusión es morir.


Y la franqueza y la poesía se sustancian en esa delicia del Bacalao à Brás. Se trata, en realidad, de nada más (¡y nada menos!) que un revuelto. Patatas fritas al estilo paja, cebolla, ajo, bacalao desalado y huevo. El más humilde -recuerden: fachadas deshechas, descascarilladas- y más sublime (recuerden: moasterio dos Jerónimos) de los revueltos.

He aquí cómo me fue servido en Lisboa:


Con sus olivas negras aportando el contraste de color. Y así tuve el honor de disfrutarlo en Oporto:


Lo que se aprecia junto al más célebre revuelto del mundo es la igual pero inmerecidamente célebre Francesinha, un sándwich empalagoso y mal conjugado. No miren la Francesinha, miren el bacalhau; no miren lo desvencijado del hórreo, sino su franqueza; no miren la languidez del país, sino la poesía. Pero, ojo, ver no requiere sólo abrir los ojos -eso también lo sabía el poeta que yace en los Jérnominos:


No basta abrir la ventana para ver los campos y el río.
No es suficiente no ser ciego
para ver los árboles y las flores.

viernes, 4 de octubre de 2013

Viena: prejuicios heredados

Pensar es reconcentrarse, viajar es expandirse. Se abren los poros del viajero, se establecen nuevas conexiones neuronales, aire hasta ahora ignoto rejuvenece los alvéolos. Viajar resulta, pues, la actividad idónea para deshacerse de prejuicios heredados. Con los poros se abrirá la mente y esas tesis que se han adherido, recalcitrantes y latosas, a la testa irreflexiva levantarán el vuelo en tierras lejanas.

De hecho, pone el viajero sus pies en Viena resonando en su cabeza que la comida refleja la pesadez germánica. Carne y más carne rebozada en salsas grumosas y acompañadas de purés como plastas. Y el viajero se dispone a desterrar de su mente tan insidioso prejuicio heredado. 

Pero... oh, wait!


Y aunque el viajero sabe que los austríacos comparten con los latinos el gusto por el café, sabe el viajero también que eso de que los austríacos respetan el café y que son, por tanto, los únicos que saben servirlo no puede menos que ser una exageración, hipérbole  propia de guía de viaje que se pretende chic.

Pero... oh, wait!


Igualmente es consciente el viajero de que eso de que las vistas que las ventanas del castillo de Neuschwanstein ofrecen sobre la Baviera profunda son, posiblemente, las más bellas vistas de la Europa continental no pasa de jactancioso comentario de persona poco viajada.

Pero... oh, wait!





Le cuentan al viajero que el vienés museo Albertina es, con seguridad, el único museo del mundo cuyas vistas superan el contenido -a pesar de ser éste nada desdeñable - . Y el viajero recibe el aviso con el escepticismo propio de una persona resabida.

Pero... oh, wait!


Nadie convencerá al viajero -aficionado a la Historia- de que aún sea posible contemplar en Viena una procesión, previa misa, de húngaros nostálgicos del Imperio Austrohúngaro que desfilan, sosteniendo una réplica florida de la corona del Imperio dual, hacia el altar de la neurálgica Catedral de San Esteban. ¡Imposible!, parece decir incluso la atónita mirada de la niña que acompaña al viajero.

Pero... oh, wait!


No obstante, el viajero sabe, porque su amor por el arte hasta ahí llega, que nadie como el austríaco Egon Schiele ha pintado los tormentos del alma lasciva, los quejidos libidinosos de un espíritu rayano en la perversión, la visión poliédrica de la realidad de un vienés de fin de siglo.


Es obvio -obvio y no prejuicio heredado- que sólo Schiele pudo captar y expresar cuánta enjundia contiene un cuerpo desnudo; cuánto dolor se esconde en las sinuosidades de un cuerpo devorado por la voluptuosidad.


Nadie como Schiele -insiste el viajero en considerar esto obvio- ha sabido ilustrar aquel aserto de Valery de que lo más profundo del ser humano es la piel:


Pero... wait, wait! Eso último... es Modigliani, un italiano afrancesado. ¡De vienés, nada! ¡Malditos prejuicios heredados!

domingo, 29 de septiembre de 2013

Suecia y el pa amb tomaca

Un comentario que se oye a menudo por medio mundo es "¿por qué no importamos el sistema nórdico, ya que funciona tan bien?" La idea sólo la osan emitir aquellos que ni idea tienen del funcionamiento del sistema nórdico, especialmente sueco. ¿Usted quiere importar el sistema sueco a EE.UU.? Pero, señor mío, en Suecia no tiene usted ni diez millones de almas que cuidar, en EE.UU. más de 300 millones. En Suecia tiene usted un pequeño ramillete de grandes industrias que, ellas solas, emplean a medio país. Es fácil, así, negociar y entenderse. En EE.UU. no hay ramillete tal, sino un dinámico sindiós. Suecia, queridos míos, tiene ya sólo con su riqueza natural (no hablemos del petróleo noruego) para financiar gran parte de su gasto estatal. La riqueza natural de la mayoría de países no da para esto. Suecia -por qué no decirlo- comenzó a hacerse rica traicionando a ambos bandos en ambas guerras (vendía su acero a unos y a otros a precio de tiempos de guerra, tontos no eran). EE.UU. derramaba sus dineros en esas guerras. Y su sangre. 

Además, ¿vamos a importar el sistema sueco entero? ¿Está usted dispuesto a desayunar galletitas de avena o jengibre todos los santos días prescindiendo de la sabia y patria magdalena?


 ¿Nos olvidaremos, así sin más, del buen potaje y la mejor paella para convertir algo tan tontorrón como la albóndiga en nuestra enseña gastronómica?


 ¿Y me dirá que va a untar su pan con esas cremas de caviar de cangrejo, tiburón y no sé qué bichos que llenan los hipermercados y que saben a rayos?


Por amor de Dios, donde esté el pa amb tomaca...

viernes, 24 de mayo de 2013

Suecia: cosas que no creeríais

"He visto cosas que no creeríais", es el ya célebre adagio de Roy Batty, el líder de los replicantes de Blade Runner.

Se lee por ahí que Suecia ha llegado tan lejos en su política de igualdad de sexos que se ha promovido que, en bares, centros comerciales y demás, los aseos sean mixtos. Lo he visto, yo lo he visto con mis propios ojos. 


Se lee por ahí que en Suecia continúa estando prohibida la venta de bebidas alcohólicas en tiendas e hipermercados pues el Estado tiene el monopolio de dicha venta, que ejerce mediante unos comercios llamados Systembolaget. No me lo creo, dicen otros. Lo he visto, también lo he visto con mis propios ojos asombrados.


Acudí recientemente a una conferencia de un concejal socialista, Vicente Sánchez Colodrero, con quien acabé enzarzándome en un interesante debate acerca del modelo sueco. Me decía el concejal que la idea de que los suecos recelaron de su Estado del Bienestar debido a la lluvia inmigratoria es un mito, pues el número de inmigrantes en Suecia resulta despreciable. Resulta -aunque el concejal no me lo creía- que el número de inmigrantes en Suecia llega ya al 10% según estimaciones muy moderadas. Resulta que los holmienses no están precisamente satisfechos del devenir de las casas que, años ha, se construyeron para no dejar a ningún ciudadano a la intemperie del negocio inmobiliario. Se trata de horripilantes barrios de arquitectura soviética. Se trata de auténticos ghettos. En mitad de Estocolmo se siente uno en Mogadiscio o Mekele. Y no me lo creerán -como el concejal- pero yo lo he visto, sí, con mis propios ojos. Rinkeby es uno de los más conocidos hijos de aquel "programa millón" (Miljonprogrammet), que erigió, efectivamente, un millón de casas. 


Ya lo decía Roy Batty: He visto cosas que no creeríais.

sábado, 6 de abril de 2013

Suecia (¿estamos todos locos?)

Ya nos decían a Ana y a mí que estábamos locos por ir una Navidad a Suecia. "Hace mucho frío", era la poco original réplica que recibía, invariablemente, el anuncio de nuestro destino. Estábamos locos. Y sobrevuela uno Suecia y otea a sus pies un país bañado por el océano níveo y gélido formado por la nieve de muchas nevadas recientes. Y aterriza uno, finalmente, en Estocolmo y, obviamente, se encuentra a muchos grados bajo cero y calles rayanas lo intransitable debido al albo manto helado. Y se encuentra uno ante un atardecer que, tristemente, acaece casi al medio día. Y se encuentra uno con unas gentes de maneras rudas y civismo escaso -cosa ciertamente inesperada en lares escandinavos- . Y se encuentra uno una ciudad capitalina cuya belleza se halla concentrada en un pequeño casco antiguo y envuelta, por lo demás, en mediocres barriadas. Y se encuentra uno, en general, un ambiente hostil y chabacano. Se encuentra uno con que -¡maldita sea!- la belleza de las mujeres suecas es puro mito (ay, las polacas, las polacas...). "Estamos locos", llega uno a pensar, finalmente persuadido por la réplica generalizada. 

Y, sin embargo, descubre uno, la primera noche, entre montículos de nieve y bajo la noche temprana y espesa, que su morada será una primorosa casita de madera:


Y, sin embargo, aparece, radiante, el sol en la breve mañana, junto al parlamento que forjó el más extenso Estado del Bienestar que jamás se ha visto:


 Y aprovecha uno la inusitada aparición del astro rey para asomarse a los canales:


Y se deleita uno en la visión del skyline estocolmés que el puerto generosamente ofrece:


Y en el callejo por el bello casco viejo -el gamla stan- al caer la tarde:


Y a la caída irreversible de la noche la recibe uno con capuccino y Apfelstrudeln:


Y, tras la cena y bajo un frío sencillamente infernal, observa uno que el deporte que gusta practicar a los nativos es, precisamente, sobre hielo. ¡Eran ellos los locos!


Díganme: ¿quién estaba loco ahora? ¿No redimen -confiesen- estas estampas lo hosco del carácter sueco y la fama a todas luces exagerada de la belleza estocolmesa? "No", me contesta Ana leyendo sobre el hombro, "no lo hacen". Ana está loca. 

Aunque, franca y tristemente, coincido con Ana. No es Suecia el oro que tanto reluce. ¡Estamos todos locos!