jueves, 24 de febrero de 2011

Working on a dream (Túnez, Egipto, Libia, etc.)

Working on a Dream
Bruce Springsteen

Me envía esta foto un amigo que anda trabajando en Marruecos. Anda la empresa instalando una tubería de no sé qué debajo del agua y él aprovecha al final de la jornada para pasear por la playa. Levantino de pura cepa, la playa cincelada en el alma. Me envía amablemente esta instantánea acompañada del comentario: "fíjate, aparcan sus camellos como nosotros nuestros coches". Me dice que la cosa anda tranquila en Marruecos, al menos, en Tánger. Me cuenta que siendo ésta un importante foco turístico, la presencia policial es más que considerable, lo cual sirve de contención a los potenciales alborotadores.

Liquidar un régimen dictatorial, tirando a totalitario, desde la calle y sin armas, debe de ser una labor harto complicada. Hace uno memoria y pocos casos más se vienen a las mientes aparte de la célebre caída de los regímenes comunistas en la Europa del Este. La caída del régimen de Túnez y de Egipto, y la previsible de Libia, demuestran, además, cuán imprevisible es el curso de la historia. Demuestran cuán acertado andaba Popper en su crítica al historicismo (la idea de que la Historia acaece según ciertos patrones que las ciencias sociales podrían descubrir). Demuestran, además, cuánto les queda a los filósofos por averiguar respecto al libre albedrío. Especialmente, al islámico. 

Reseñable también la reacción obamita. Reseñable y admirable. Al contrario que la sempiterna y tediosa siesta dipomático-burocrática de Europa y Naciones Unidas. ¿Por qué ha salido Obama raudo en defensa de quienes pretenden destruir regímenes a los que él les soltaba el día anterior un dinero que ni siquiera tiene? La trágica dicotomía entre democracia o estabilidad en el Oriente ha sido históricamente resuelta por Washington apostando por esta última. Un dictador faldero que hiciera de muro de contención a males peores, especialmente el islamismo radical, ha sido visto con mejores ojos que la caja de Pandora de una urna en Alejandría, Túnez, Tetuán, Riad, Ammán. ¿El dictador no se muestra escrupuloso con los Derechos Humanos? Al fin y al cabo, quién no echa una canita al aire en su vida. Al invadir Iraq, sin embargo, Bush comienza a revertir esta tendencia. Bush ofreció un magistral discurso en la ONU donde afirmó que, para empezar, la supuesta estabilidad extra-democrática de Oriente era un espejismo (sic). Añadió que la adopción de la democracia en esa parte del mundo había ayudado, por lo general, a contener a los extremistas, y no a entregarles gobiernos.

Ahora bien, la invasión de Iraq y de Afganistán, no es ningún secreto, ha añadido leña al fuego del recelo, cuando no odio visceral, que una parte importante de Oriente siente hacia Estados Unidos (o hacia ciertas intervenciones). La administración Obama ha sabido que no había opción: o se estaba con quienes reclaman democracia, jugándose su vida, o, definitivamente, la hipocresía estadounidense resultaría imperdonable para muchos tunecinos, egipcios y libios; para el mundo entero.

En Yalta, Roosevelt dijo a su delegación que en Oriente había más de mil millones de personas de piel oscura gobernadas por un puñado de blancos. La situación es insostenible, pensó en voz alta, los EE.UU. deben ayudarlos a conseguir la independencia. ¿Por qué meterse en ese fregado?, le preguntó un asesor, ¿qué necesidad de enemistarnos con Gran Bretaña, Francia y tantos otros? Rossevelt le mantuvo la mirada y contestó: "porque más de mil millones de enemigos son peligrosos".

Muy bonito, muy emotivo, replica ahora el lector y dibuja una sonrisa sardónica. Pero ya veremos cuando más de cuarenta millones de egipcios acudan a las urnas bajo la vigilancia de los Hermanos Musulmanes. Ya conocemos el caso de Argelia, de Turquía. Célebre es la capacidad de Al Quaeda para la metástasis en la zona. Etc. Todo eso, empero, me lo dicen quienes nada han podido prever y predecir de estos acontecimientos. Hay gentes, en este instante, clamando en el mundo por la libertad y por la democracia, hay gentes trabajando en ese sueño y es nuestra responsabilidad apoyarlos. Y no lo es amargarles la fiesta precisamente nosotros, los españoles, quienes ya en una ocasión resumieron su celebérrima ansia de libertad bajo el grito de ¡vivan las caenas!

sábado, 12 de febrero de 2011

¿Qué piensa una mujer? (Reflexiones en torno al alma holandesa y femenina)

Delft nos recibe con agrado a quienes buscamos la patria chica del insigne pintor. Ofrece una plaza central digna, con estatua de Hugo Grotius, un mercadillo con exquisitas trufas, setas y dulces (inmejorables muffins) y diversas terrazas, repletas de turismo y juventud en verano, que se recogen raudas cuando una nube estival decide aligerar su carga antes de continuar su viaje. Los canales, ubicuos en Holanda toda, conforman también aquí una nerviosa red de venas bien nutridas, arrastrando esas flores grandes que puntean de verde el agua fosca.

Holanda tiene algo de misterioso para mí. Ese carácter hosco contrasta con la legendaria apertura mental y tolerancia en todos los ámbitos.  Conocida es su  tolerancia hacia las drogas blandas y la prostitución en Ámsterdam. Se trata de un pueblo hacendoso y serio. El salario mínimo anda por los 1.400 euros (en España por los 700), pero el medio supera los 2.500. Consecuentemente, los precios resultan abusivos para un salario hispano. El misterio se resuelve, en gran medida, lo sé, por el comercio. Desde su explosión como territorio netamente comercial, a mediados del XVI, el carácter holandés viene marcado por el cromosoma del comercio. Añádase a esto la lucha por la independencia contra un imperio como el español y la cuestión religiosa: comercio, protestantismo y afán de autonomía, no es mala combinación.

No soy demasiado amigo de la tesis weberiana que enlaza laboriosidad y protestantismo: existen diversos ejemplos en contra (fenicios, almogávares, antiguos napolitanos). El comercio, la industria, el afán de progreso, el ahorro, son todas virtudes que han florecido del humus de diversas creencias. No obstante, el cóctel mencionado, con una buena dosis en él de puerto norteño, ha impreso carácter a las gentes de las Tierras Bajas. Ámsterdam es, en realidad, sólo la epítome de todo lo holandés, de los canales y el trasiego diurno y la paz nocturna y las bicicletas y el mercadillo y la casa antigua y bella.

La edad de oro holandesa, los siglos XVI y, sobre todo, XVII vieron nacer un comercio espectacular en el Mar del Norte, a lo que se sumó la industria textil y una agricultura fértil. La vida era plácida en los villorrios y también en los grandes centros del comercio mundial: Leiden, Ámsterdam, Delft, La Haya, Rotterdam. Vida plácida y, ya digo, tolerante. A Holanda marcharon, en refugio intelectual, pensadores como Descartes o Spinoza y los navegantes del Mayflower, antes de emprender la aventura americana. Holanda, librada del yugo español, da un ejemplo de buen hacer con su autonomía: ¿cuántos pueblos pueden decir lo propio? En todo caso, puede servir como argumento a escoceses o catalanes.

No obstante, el viajero no encontrará en el país el que sea tal vez el más bello, a fuer de enigmático, cuadro de Vermeer, La muchacha leyendo una carta. El cuadro se encuentra en Dresde. Allí, pregunto a la ujier si se permiten fotografías, "leider nicht" es su respuesta, pero yo, pícaro hispano, desenfundo mi cámara y retrato a Ana junto a la magna obra en cuanto la ujier se me despista. La muchacha ha buscado la luz de la ventana para leer la carta. Vestimenta, cortinas y mantas poseen esa textura y esos pliegues que sólo Vermeer sabe subrayar en sabio juego con luces y contraluces. El rostro de la muchacha no desvela el contenido de su lectura. ¿Se trata de una carta de amor o de desamor? El rostro sólo muestra concentración: ¿se debe a una declaración anhelada o al dolor de un súbito despecho? Decía Ortega que una joven de quince años guarda ya más secretos que un jefe de Estado. ¿Qué sucede en la cabeza y el corazón de la joven cuando lee la carta? ¿Qué pensaba Ana tan absorta en la contemplación de su congénere de sexo? Santo Dios, qué piensa una mujer constituye, ciertamente, un secreto mayor que el del alma holandesa.