miércoles, 27 de octubre de 2010

Delft y los ingenuos (a izquierda y derecha)

Cuán briosa y abigarrada es Holanda (la fotografía corresponde, exactamente, a Delft, la patria chica del mítico pintor). Una sociedad desembarazada y permeable hasta el asesinato de Theo van Gogh, cuando muchos comenzaron a votar a partidos supuestamente xenófobos y se dispusieron a prohibir el burka. Y muchos se mostraron entre confundidos e indignados y no conseguían explicarse cómo Holanda - ¡Holanda! - hacía lo que hacía. 

La Merkel ha levantado ampollas también declarando recientemente que el multiculturalismo es un modelo social que "ha fracasado totalmente". Su ministro de Interior se ha apresurado a pedir el listado de inmigrantes que han rechazado el programa de integración. ¿Qué más integración se requiere, pregunta tanto la progresía como los más liberales, que el cumplimiento de las leyes? ¿Tanto os agrada EE.UU. dicen los primeros y atacáis un principio fundamentante de la sociedad americana?, ¡exacto!, replican los segundos. Y quienes estamos con la Merkel y con los holandeses ya no podemos ser ni liberales ni progresistas, somos inmediata y tristemente relegados al conservadurismo.

La diferencia esencial es que EE.UU. se conforma ya como un melting pot; su mismo embrión es un potaje de gentes, culturas y lenguas. Y aún así no se halla su historia libre, precisamente, de enfrentamientos raciales y encontronazos interculturales. No hablemos de Europa, en cuya conformación se busca la homogeneidad cultural y lingüística sobre todas las cosas, forzando deportaciones y cosas peores para consumarla. Y el hecho es que, con los inevitables matices, se consuma. 

Un auténtico multiculturalismo exigiría tolerar la familia poligámica - un edén de libertad pero también de inestabilidad constatada - , las llamadas al rezo - cambiando nuestras leyes del ruido - , una vestimenta que impide literalmente la vida en una organización social como la nuestra, un trato a la mujer, por lo general, bien conocido, etc. Es más, tenemos razones sobradas para pensar que cuando el islam entra por la puerta, es el propio multiculturalismo, y la libertad con él, quienes salen por la ventana. 

Por cierto, que los cursos de integración del ministro alemán no eran más que unas horas de alemán y otras de Historia y Constitución. Vamos, que la integración exigida es, como se ve, más que llevadera. A la parte liberal que defiende el multiculturalismo a ultranza yo le preguntaría si para pagarle a los innúmeros traductores que hacen falta en comisarías, juzgados, oficinas de empleo, ayuntamientos, etc. porque algunos inmigrantes no aprenden la lengua sí les place dedicar dinero público. A la progresía, multicultural porque es lo que toca, le exigiría, simplemente, que se aclare con lo del burka y el trato a la mujer y las anheladas piscinas de sexos segregados, etc. Me hace mucha gracia, ya lo he contado alguna vez, ver a la izquierda con el multiculturalismo entre las manos: como un niño con un juguete que pidió pero con el que, en realidad, no sabe qué hacer. Tanta gracia, me contestarán muchos liberales, como ver a muchos pretendidos tales convertidos en conservadores cuando asoma la cuestión multicultural. No se enteran: no es que seamos conservadores, ¡es que no somos ingenuos!

lunes, 18 de octubre de 2010

Postdam y la historia-ficción

Esto es Postdam, a las afueras de Berlín. Se trata de un barrio tranquilo que en verano recibe un chorro caudaloso de los turistas que buscamos eso: el famoso palacete del encuentro entre Truman, Churchill y Stalin. La zona es palaciega, exuberantemente palaciega, pero la historia contemporánea apunta sin ambages al Palacio Cecilienhof. Ciertamente, el palacete es bonito, y el precio por acceder a la sala exacta de los encuentros excesivamente elevado. En la puerta se conserva, como ven, la estrella roja plantada por el ejército soviético en el '45.

Los amigos se convierten en enemigos con facilidad. Y viceversa. Aquí es donde voy a parar: ¿qué hubiera pasado si, tras la derrota nazi, EE.UU. y Gran Bretaña (et al.) hubieran decidido continuar la guerra contra la ocupación soviética? El caso, como digo, de amigos convertidos en enemigos de la noche a la mañana es habitual en la historia: China y Yugoslavia para los soviéticos, Saddam Hussein y Bin Laden para los norteamericanos. ¿Por qué no Stalin en la época? Que aquello era un matrimonio de conveniencia no se le ocultaba a nadie. Bueno, quizá a algunos democrátas norteamericanos, siempre tan perspicaces ellos.

Era tal la superioridad norteamericana entonces, bélica y económica, que hubiera barrido con facilidad al tío Joseph. Éste, de hecho, era consciente de ello – y por eso no dijo ni pío cuando EE.UU. y Gran Bretañan sofocan la revuelta comunista en Grecia – . ¡Piénsese en la bomba atómica cayendo sobre Vladivostok o Novosibirsk! Puede hacer gracia si uno piensa en el doctor Lovestrange de Kubrick, pero, seguro, no hará ninguna si uno piensa en Hiroshima y Nagasaki.

Pero todo presidente norteamericano – y lo digo con toda la intención de meter el dedo en el ojo a quienes piensan que los americanos han querido ser un imperio – se han enfrentado, desde la Primera Guerra, al clamor de “traer nuestros chicos a casa”. De hecho, el contingente yanqui que queda en Europa tras la Segunda Guerra es ridículo; el del tío Joseph, colosal. 

Como colosal es el paseo que uno puede darse por los alrededores del Palacio Cecilienhof; lástima que el lago calmo y el croar de las ranas no inspiraran algo más de tino en Churchill y Truman: 

jueves, 7 de octubre de 2010

Mi hermana viaja a la India

Hay quien puede tomarse unas vacaciones en septiembre y, claro, el viaje sale delicioso. Sin apenas turistas, con las ciudades y las gentes viviendo en su propia salsa. Las fotos salen, como pueden ver, solas. No hace falta esquivar al turista, no lo hay; no se precisa poner la vaca, pasaba por allí. No, desgraciadamente, no hablo de mí, sino de mi hermana. Este año tocó la India.  Mi hermana confiesa no entender a los artistas que con pose existencialista y metafísica refieren sus diversos viajes al país, y añaden eso de que viaje tal constituye un viaje iniciático, una excursión hacia las simas de la propia alma. Ella dice, más bien, haber observado simas de suciedad e inhalado inquietantes tufos; las más sinuosas de su alma, ésas, no aparecieron.

La eclosión económica del país ha conllevado una drástica reducción del hambre, y dice mi hermana que se nota. Hambre, lo que se dice hambre, no se ve (al menos no fuera del sur del país, donde no ha estado). Los niños persiguen a los turistas, y éstos, a veces, les llevan frutan de los hoteles, pero ellos la guardan sin saber qué hacer con ella, dado que se trata más de un divertimento que de una llamada de socorro. Las calles, además, rebosan de comida, de sospechosa salubridad, pero accesible.
La suciedad sí es un problema. Se están haciendo esfuerzos por implantar el retrete, pero las gentes se han habituado a la visita al solar más que a adoptar una, para ellos, estúpida postura en una estúpida pseudosilla de porcelana. Las vacas, además, han sido prohibidas en Nueva Delhi pero continúan paseando y defecando por el resto del país. Los hombres orinan en cualquier lugar - literalmente - . Duermen, también, en cualquier lugar, incluidos los templos (mi hermana es la que adopta la preceptiva sonrisa profidén):


Si bien el país ha experimentado un crecimiento económico espectacular en los últimos años, se trata de un país al que le explotó la bomba demográfica en la cara. Afortunadamente, la explosión está bajo control y la tasa de crecimiento se encuentra estable en niveles aceptables. Eso sí, ahora a ver cómo se consiguen los servicios y las infraestructuras para la población existente. 
Para mediados de este siglo podría ser que la India superara en población a China, y estará por ver si es capaz de superarla económicamente. Si yo tengo más querencia por la India que por China es porque la primera se ha alineado con el mundo occidental y la última con Rusia e Irán - o sea, con todos menos con el mundo occidental - . En el verano de 2007 tuvo lugar una concentración morrocotuda en el bello mar de la Bahía de Bengala, un lugar estratégico en el noreste del Índico, junto a Bangladesh y Sri Lanka, dos colegas de China (junto a las Maldivas, Seychelles, las Mauricio, Myanmar o Madagascar, p. ej.). ¿Saben ustedes quiénes pasearon sus barcazas junto a los indios en susodicha concentración? Los EE.UU., Japón, Australia y Singapur. Dicen que a los chinos no les hizo mucha gracia el desfile. Ya se lo digo yo a mi hermana: a pesar de la cochambre y los olores... son amigos.