martes, 23 de noviembre de 2010

Café irlandés (y los confines de Europa)

Soy un amante del café irlandés. Pueden ustedes imaginar, pues, cómo me frotaba las manos camino de la madre patria del elixir de mis delicias. Craso error. Sólo en contados lugares - el mítico Temple Bar de Dublín, p. ej. - tuve la oportunidad de  disfrutar de un buen Irish coffe. Abundaban los lugares donde, simplemente, no se ofrecía. Cuán dramática paradoja. Viene a mis mientes, empero, un lugar de Galway donde se anunciaba como especialidad de la casa: y no mentía. Se trataba de un lugar un tanto chabacano y repleto de borrachos que bailaban desmanotadamente. Sonaba Maggie May, de Rod Stewart.

Galway es una ciudad pequeña, vibrante, costera, hermosa y básicamente universitaria. La Bahía, como pueden observar en la fotografía, ofrece un gélido y fastuoso atardecer que atrae a turistas, deportistas y caminantes varios. Para mí, Europa comienza en Galway. Y acaba en las puertas de Rusia. (Haciendo a un lado las reservas respecto a Ucrania, los países Bálticos o Bielorrusia). ¿Rusia? Rusia no. Rusia es demasiado grande, demasiado heterogénea, demasiado diferente, demasiado autocrática: demasiado todo.

La OTAN considera, desde este fin de semana, que Rusia es un aliado, no un enemigo. Podría incluso colaborar en la instalación de escudos antimisiles en Europa. ¿Rusia dando el visto bueno a misiles americanos en la República Checa o Polonia? La actitud de Santo Tomás se hace preceptiva aquí. Con Rusia nos une un lazo ineludible: la lucha contra el islamismo radical. Si Chechenia accede a la independencia, con Rusia perdemos nosotros y gana el terrorismo árabe. Pero es que Rusia mantiene tropas en Georgia y Moldavia. Y es un inmejorable proveedor armamentístico de China.

Seré más explícito, pues es fácil perderse en el mapa de la geopolítica. Rusia no ha perdonado a la OTAN y la UE el no hacer de Polonia un país neutral, el apoyo a los gobiernos pro-occidentales de Ucrania y Georgia y la guerra de Kosovo con su ulterior independencia. Rusia opina que la genuflexión que realizó en los años '90 es cosa del pasado. Putin afirmó, de hecho, que el colapso de la Unión Soviética era la mayor catástrofe geopolítica del siglo. Europa depende energéticamente de Rusia, y supongo que algo tendrá que ver con lo sucedido este fin de semana, pero la clave es otra. La clave es que la OTAN y, en particular, la administración Obama le han dado carta blanca para sus tejemanejes en el Báltico y en Crimea a cambio de hacer algo que, en realidad, venía haciendo desde hace años: una desabrida declaración pública contra el programa nuclear iraní mientras, bajo manga, le continúa abasteciendo de algunas materias necesarias. Bush, por ello, no descorchó champán, Obama es de muñeca más agil.

Recuerdo tristemente un café irlandés pésimo servido en plena Dublín. Un tazón grandioso del desabrido café de máquina eléctrica, con un chorro de whiskey malo tirado a la buena de Dios, sin quemar, y sin una gota de nata o espuma. Decía un sabio que sólo el café irlandés contiene los cuatro elementos básicos para el hombre: cafeína, grasa, alcohol y azúcar. Yo coincido; sin embago, si ni en la madre patria aprenden a preparar bien la ambrosía de mi deleite y el trato a Rusia va a continuar esta senda, yo, aviso, me paso al vodka y punto.

martes, 16 de noviembre de 2010

Dragones, mazmorras, príncipes y la Merkel

Una ciudad con el músculo tenso en el centro moderno y un más que hermoso centro antiguo. Comercial, muy comercial en el moderno; feudal y aristocrática en el antiguo. La atracción principal del casco antiguo es el Castillo Imperial, en cuya entrada, como ven, posaba Ana este verano. Núremberg porta con encanto esa inestable dicotomía: negocio aquí, linaje allá. Ambos cromosomas en la misma célula no parecen interferir. La barahúnda a un lado, la tradición al otro. Se reunían allí, en el dicho Castillo, los príncipes electores, para, entre contubernios y cohechos, elegir al Emperador. Entre dádivas y vinos.

Se siente uno transportado en Núremberg al Medievo. Murallas, castillos, adoquines y canales. Pasa, de cuando en cuando, una banda de música, con flauta y tambor, visten los camareros a la manera bávara. Siente el visitante que verá desfilar, de un momento a otro, a los electores en busca de Emperador. Un Emperador el actual, la Merkel, que trae de los nervios a más de uno. Ha reunido a sus barones para ser ratificada en su puesto de la jefa de la CDU, a sabiendas de que eso implica ser ratificada como la jefa de Europa. The Boss. Algunos electores murmuran: una mujer, del Este y protestante. Ver para creer. Fuera del Imperio, parece que hay quienes - Portugal, Irlanda - se saldrían de buena gana del Euro, para poder devaluar, pero mientras tanto, es el de siempre quien paga la juerga. Los de productividad ejemplar, los de exportaciones envidiables, los de jubilación tardía. El Emperador.

Se han bifurcado definitivamente los caminos ante la crisis de deuda que padecemos: Obama prosigue su paseo por la senda keynesiana: más viagra hasta que el miembro económico se yerga; la Merkel blande su cara de póker - inquietante parecido thatcheriano - sin ánimo de estimular a nadie. EE.UU. se atasca, Germania levanta el vuelo. The Boss está ahora a este lado del Atlántico, quién lo iba a decir. Y si algunos abandonaran el Euro, los alemanes lo celebrarían, pero antes quieren las cuentas claras. Más de la mitad de los alemanes, de hecho, confiesan su deseo de retomar el Marco. Lógico: sus cuentas están claras, sólo les falta el chocolate espeso.

Cuando el agua de la deuda llega al cuello, hay tres salidas: pedir otro préstamo más grande, asumir que uno es pobre y buscar otro trabajo mientras deja de cenar fuera o dedicarse a robarle a los demás. Obama adopta la primera solución, la Merkel la segunda y los socialistas netos la tercera (esto vestido, claro, con los ropajes de solidaridad, alienación, plusvalía y no sé qué más). De hecho, y a propósito de éstos últimos, me viene a la cabeza una escena de la contestataria y aclamada Los Lunes al Sol: en la fábula de la hormiga y la cigarra,se nos cuenta, la primera es una hija de su madre. ¿Por qué acaparar en vez de dar? ¿Por qué ser hormiga pudiendo ser cigarra? Graciosa paradoja nos dibuja la situación: el neosocialismo aplaude arrobado a EE.UU. y dirige mohines resentidos a Alemania y le dicen como César a Bruto: ¿Tú, también,  das Vaterland, nos traicionas?

Tras visitar el Castillo Imperial baja uno, a trote ligero, hasta un restaurante que se asienta a la orilla del río. Un río pequeño, de éstos que atraen más mosquitos que agua. Obviamente, la estrella de la cocina local, tratándose de Núremberg, son las salchichas: Nürnberger Rostbrastswurst. No es que las salchichas constituyan un plato exótico, pero no las probará usted tan ricamente hechas a la parrilla como en esta ciudad dual. Pida también, mientras contempla el sol que ya se posa sobre el río, en un descenso lento y con aires de trascendencia, un muslo de pato con vinagreta de mostaza alemana. Y riéguelo con un vino blanco de la zona, mientras el sol se convierte en una incandescencia ocre y lánguida, sin olvidar que la cena debe ser frugal: la Merkel acecha.

martes, 9 de noviembre de 2010

Polonia y sobre cómo bajarse los pantalones (y otras cosas graciosas)

En un lugar céntrico y estratégico de Varsovia se yergue esta efigie del general De Gaulle. La idea me resultó en parte comprensible y en parte me confirmó la ignorancia de los propios polacos acerca de la cobardía y estulticia humanas – ellos, que se han doctorado en esa cuestión - .

De Gaulle, efectivamente, como todo francés, fue un gran defensor de Polonia; había que defenderla, se entiende, de los alemanes, que la consideraban suya por un derecho casi natural. Sin embargo, llegó la época del pánico y las maneras apresuradas, incluso para el sabio general francés, y hete aquí que todos - ¡hasta los americanos! – se alían con los rusos. Stalin había de salvarnos de Hitler. Pues bien, De Gaulle salió hacia Moscú y, dejando en la estacada al gobierno polaco en el exilio londinense, reconoció al gobierno polaco comunista. Sí, Stalin había de salvarnos de Hitler.

Hasta el propio Roosevelt tenía confianza en que Stalin le ayudaría a reconstruir una Europa democrática. Tuvo que ser Truman quien dijera basta; y, así, la doctrina Truman dicta, simplemente, que los americanos ayudarán, con armas o dinero, a todos los pueblos sojuzgados, acabando así con el acendrado aislacionismo americano – sí, acendrado y popular, señores antiyanquis, porque en EE.UU. sólo son intervencionistas las élites políticas federales, las gentes han sido, son y serán más aislacionistas que un albaceteño – .

Y, así, hasta Yugoslavia, hasta el intento de poner orden en Somalia, hasta el Golfo. Porque defender que la invasión de Iraq ha resultado una catástrofe olvida lo que los economistas denominan el coste de oportunidad: ¿sería el mundo más seguro si Iraq estuviera ahora controlada por los talibanes en vez de por los americanos? ¿Sería el mundo más seguro si Bin Laden manejara los hilos de Iraq, Afganistán, Yemen y Arabia Saudí? Puede que la doctrina Truman no implique irremediablemente un éxito rotundo en la defensa de la libertad, pero parece difícil empeorar la doctrina Zapatero, que, sin ánimo de ofender a nadie, consiste en bajarse los pantalones tras el café del desayuno, ponerse cara a la pared y anunciar que pase quien quiera.

Y van pasando: Venezuela, Marruecos, Irán. Porque son éstos, bien sabido es, quienes han de ayudarnos a construir un mundo nuevo de paz y solidaridad; como era Stalin para De Gaulle quien nos salvaría de la opresión hitleriana primero y - pensaría seguramente el general - de la opresión del hombre por el hombre que impone el capitalismo yanqui después. Stalin y el socialismo como salvación. Bien lo habrían de aprender los polacos.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Castilla: una de Keynes y otra de morteruelo

Castilla adopta ahora, gracias a la hoja caduca, un tono ocre que, remachado por el cierzo hiriente, le confiere una belleza honda y como reconcentrada. Es la belleza castellana una belleza sobria, diríase incluso grave. Si uno se acerca a la ribera de algún río - pienso yo en el Júcar, ¿usted quizá en el Guadiana?, ¿o el Duero tal vez?- , el vaho y la neblina que allí habitan se combinan, a estas alturas del año, con los verdes de los pinos y maleza diversa y el pardo de la hoja otoñal; la sinfonía de colores y de aromas, envuelta en bocanadas de aire gélido en la atardecida, adopta un aire de trascendencia ante un silencio denso.

Silencio que se rompe, regularmente, con las campanadas que escupe, fatigoso, el campanario. Señorea el pueblo y recorta el crepúsculo con la misma altivez, seguro, que en su mocedaz, pero se le percibe ya la senectud en lo desmayado de su llamada. Imagino unas campanadas otrora lozanas y nerviosas, filtrándose por puertas, ventanas y ventanucas. Suenan ahora lánguidas, rendidas a los padecimientos de tantos inviernos y fríos.

¿Se hizo Castilla, por ventura, para invitarnos a reflexionar sobre el paso del tiempo? No desencantaría mi protoidea a Azorín, Unamuno, Ortega. Ni a los poetas: y ya decía Gabinete Caligari que Bécquer no era idiota ni Machado un ganapán. Y, válgame Dios, vengo a pensar estas cosas en lo que fue - la placa no miente - el señorío del Infante Don Juan Manuel.

Me trajo a la Castilla honda un congreso. No es de los que hagan mucho currículo, pero pagaban cena y hotel. En el estrado, loas al Estado y severísimas reprobaciones a los mercados. Yo, no obstante, vine a hablar contra el keynesianismo. El keynesianismo es una manera particular de gasto público. Éste, como todo gasto, se puede realizar en muy diversos grados de eficiencia y racionalidad. Los planes de estímulo de EE.UU., p. ej., no constituyen keynesianismo sensu stricto: se han destinado a proyectos que aun cuando no hubiera crisis ni desempleo que vencer tendría sentido - y quizá sería conveniente - poner en marcha. Ésa es la clave. La fiscalización de ese dinero se ha realizado, además, de una manera nunca vista en la historia de país alguno (todos los ciudadanos pueden seguir por internet las peripecias de cada dólar). Eso no es keynesianismo. Keynes hablaba de poner a las gentes a hacer lo que fuera como excusa para darles dinero, p. ej., buscar las botellas llenas de billetes que el gobierno habría escondido antes en lugares estratégicos. Es decir, el keynesianismo americano ha sido muy matizado y sumamente racional, los Planes E zapateriles, sin embargo, han constituido un paradigma de keynesianismo como resulta difícil de hallar en todo el orbe afectado por la crisis.

Es cierto que ninguno de ambos planes, ni el obamita ni el zapateril, parecen haber estimulado la economía lo más mínimo. EE.UU. continúa con tasas de desempleo inverosímiles para el país - 9% - y España batiendo  vergonzantes récords - 20% - . Para ese viaje de desempleo no eran necesarias semejantes alforjas de déficit. Pero la tan cacareada economía del siglo XXI tiene ahora una infraestructura adecuada en EE.UU.: autopistas modernas, internet en cualquier rincón, tomas para el coche eléctrico, polígonos industriales de lustre... España tiene unas cuantas aceras nuevas, alguna piscina climatizada, con unas saunas y algún velocímetro. Spain is different.

Mientras cuento todo esto, las miradas me asaetean y los bufidos resuenan en la sala. Un hombre, en el público, se gira hacia Ana y le dice: no deberían dejar hablar a esta gente de derechas en estos foros.

Salimos, Ana y yo, en busca del remanso de paz que nos ofrecerá la Castilla recóndita cuyo campanario y hojarasca me han puesto metafísico. Hablando de metafísica, me pido un vino de la tierra y un morteruelo. ¿Lo conocen? Se trata de una especie de puré hecho con carne de caza. Esa carne negruzca y brava, de sabor fornido. El restaurante mira a las hoces del río. ¿Qué haría yo hablando de Keynes teniendo en la vecindad esta estampa de inaudita poesía, este vino, este morteruelo? Tenía razón el hombre: no deberían haberme dejado hablar.