Contemplo la bucólica estampa de las ovejitas en Connemara. La región que, como ya comenté en otra entrada, es, según los libros, el reducto actual del gaélico, pero donde resulta tan difícil oirlo como el eusquera en Vitoria.
Me alojé en Dubín en un B&B de un matrimonio gandul y tirando a guarro. El marido lamenta que Belfast pertenezca a Gran Bretaña y que ya, en Irlanda, apenas nadie hable "la lengua autóctona". Me cuenta que su hermano se gana la vida de profesor de gaélico. Anda, qué bonito, pienso yo, "¿son de familia gaélicohablante?" Qué va. Anglohablante. El hermano lo ha aprendido. De eso saben mucho en País Vasco y Navarra, dado que el eusquera es la lengua más subvencionada del mundo (dato real). (Es, supongo, un trabajo más cómodo que trabajar en una fábrica el de enseñar gaélico a niños de Dublín que jamás lo usarán o eusquera a los chavales de la Ribera navarra que para nada lo quieren). El hombre gandul de mi B&B era profesor de instituto hasta que abrió el B&B y el resto del mundo nos vamos a ver las ovejitas irlandesas y nos avenimos a que nos púen por ello.
Cómo no asombrarse de que gente que se declara liberal, sin embargo, cuando se trata de las lenguas se muestra de un conservadurismo considerable. Se debe a la idea de que una lengua es algo más que un instrumento de comunicación, a que existe cierta relación sentimental. Es una idea que antes de la época del nacionalismo y las teorías lingüísticas de Humboldt no tenía predicamento alguno. La gente cambiaba de lengua sin mayor perturbación afectivo-sentimental. Es más, lo habitual en el mundo, hasta la entrada en el escenario de políticas basadas en el nacionalismo lingüístico, es que la gente se pasara a la lengua que, pensaban, más beneficios les reportaría o, al menos, que intentaran que lo hicieran sus hijos. Los galleguistas suelen contar, atribulados, cómo los padres que hablaban gallego entre ellos se pasaban al castellano para dirigirse a sus retoños, y reprendían a éstos cuando se deslizaban al gallego.
A poco que uno investiga, aprecia que "no han sido las leyes lingüísticas sino la economía, la liquidación de aduanas y fronteras, la movilidad humana, la revolución industrial, las necesidades de la nueva clase trabajadora, el muy notable desarrollo de las comunicaciones y transportes, así como la participación interregional en proyectos de política y comercio exteriores lo que ha cimentado la comunidad lingüística española" (J. R. Lodares en Lengua y Patria).
Aunque el caso más curioso no es el de los liberales, sino el del bando contrario, la izquierda promarxista. Atendiendo al lema marxista reclamando unidad para el proletariado mundial, los seguidores de Marx estuvieron siempre por fomentar una lengua común. ¡Lenin no quería ni oír hablar de otra lengua que no fuera el ruso! Los marxistas vizcaínos publicaron en su revista La Lucha de Clases que igual era buena idea prohibir en España toda lengua que no fuera el castellano - la dispersión lingüística evitaba que los trabajadores se comunicaran y unieran - . Engels expone ideas similares en el Anti-Dühring.
Actualmente, la izquierda española considera un paradigma del progresismo y multiculturalismo el que un ciudadano de Murcia tenga que aprender una lengua para ejercer unos kilómetros más allá, en un pueblo del sur de Alicante. Es más, que un habitante del pueblo de Alicante tenga que aprender una lengua para ejercer en su pueblo, donde ya nadie conoce la lengua en cuestión.
No soy un conservador de lenguas. No las considero un patrimonio valioso en sí mismo. Un patrimonio cultural son las obras que en ellas se han producido; ellas son instrumentos de comunicación inventadas por los seres humanos para ser utilizadas mientras les resulte útil. Apoyo el intento de crear unidad lingüística en grandes territorios, aunque esto conlleva, claro, que otras lenguas dejan de hablarse. No se debería mover un dedo por "salvar", ni tan siquiera "fomentar", una lengua. Si alguien lo quiere, siempre es libre de fundar una sociedad para ello. Pero a mí que no me pidan dinero. No lo harán, cierto, me lo quitarán vía IRPF. Qué incordio; como las ovejitas de Connemara, que invaden la carretera justo cuando paso yo.
Me alojé en Dubín en un B&B de un matrimonio gandul y tirando a guarro. El marido lamenta que Belfast pertenezca a Gran Bretaña y que ya, en Irlanda, apenas nadie hable "la lengua autóctona". Me cuenta que su hermano se gana la vida de profesor de gaélico. Anda, qué bonito, pienso yo, "¿son de familia gaélicohablante?" Qué va. Anglohablante. El hermano lo ha aprendido. De eso saben mucho en País Vasco y Navarra, dado que el eusquera es la lengua más subvencionada del mundo (dato real). (Es, supongo, un trabajo más cómodo que trabajar en una fábrica el de enseñar gaélico a niños de Dublín que jamás lo usarán o eusquera a los chavales de la Ribera navarra que para nada lo quieren). El hombre gandul de mi B&B era profesor de instituto hasta que abrió el B&B y el resto del mundo nos vamos a ver las ovejitas irlandesas y nos avenimos a que nos púen por ello.
Cómo no asombrarse de que gente que se declara liberal, sin embargo, cuando se trata de las lenguas se muestra de un conservadurismo considerable. Se debe a la idea de que una lengua es algo más que un instrumento de comunicación, a que existe cierta relación sentimental. Es una idea que antes de la época del nacionalismo y las teorías lingüísticas de Humboldt no tenía predicamento alguno. La gente cambiaba de lengua sin mayor perturbación afectivo-sentimental. Es más, lo habitual en el mundo, hasta la entrada en el escenario de políticas basadas en el nacionalismo lingüístico, es que la gente se pasara a la lengua que, pensaban, más beneficios les reportaría o, al menos, que intentaran que lo hicieran sus hijos. Los galleguistas suelen contar, atribulados, cómo los padres que hablaban gallego entre ellos se pasaban al castellano para dirigirse a sus retoños, y reprendían a éstos cuando se deslizaban al gallego.
A poco que uno investiga, aprecia que "no han sido las leyes lingüísticas sino la economía, la liquidación de aduanas y fronteras, la movilidad humana, la revolución industrial, las necesidades de la nueva clase trabajadora, el muy notable desarrollo de las comunicaciones y transportes, así como la participación interregional en proyectos de política y comercio exteriores lo que ha cimentado la comunidad lingüística española" (J. R. Lodares en Lengua y Patria).
Aunque el caso más curioso no es el de los liberales, sino el del bando contrario, la izquierda promarxista. Atendiendo al lema marxista reclamando unidad para el proletariado mundial, los seguidores de Marx estuvieron siempre por fomentar una lengua común. ¡Lenin no quería ni oír hablar de otra lengua que no fuera el ruso! Los marxistas vizcaínos publicaron en su revista La Lucha de Clases que igual era buena idea prohibir en España toda lengua que no fuera el castellano - la dispersión lingüística evitaba que los trabajadores se comunicaran y unieran - . Engels expone ideas similares en el Anti-Dühring.
Actualmente, la izquierda española considera un paradigma del progresismo y multiculturalismo el que un ciudadano de Murcia tenga que aprender una lengua para ejercer unos kilómetros más allá, en un pueblo del sur de Alicante. Es más, que un habitante del pueblo de Alicante tenga que aprender una lengua para ejercer en su pueblo, donde ya nadie conoce la lengua en cuestión.
No soy un conservador de lenguas. No las considero un patrimonio valioso en sí mismo. Un patrimonio cultural son las obras que en ellas se han producido; ellas son instrumentos de comunicación inventadas por los seres humanos para ser utilizadas mientras les resulte útil. Apoyo el intento de crear unidad lingüística en grandes territorios, aunque esto conlleva, claro, que otras lenguas dejan de hablarse. No se debería mover un dedo por "salvar", ni tan siquiera "fomentar", una lengua. Si alguien lo quiere, siempre es libre de fundar una sociedad para ello. Pero a mí que no me pidan dinero. No lo harán, cierto, me lo quitarán vía IRPF. Qué incordio; como las ovejitas de Connemara, que invaden la carretera justo cuando paso yo.
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