miércoles, 21 de julio de 2010

Núremberg


Cae la luz templada y lenta sobre las techumbres bermejas de Núremberg. Techumbres empedradas de buhardillas que contemplan calmosas la piedra secular de los edificios vecinos – el ayuntamiento nuevo, el viejo, la casa de Durero – . Es piedra preñada de historia; y, como toda historia, ora noble, ora infausta. En esto meditando, me asomo al río que, en un gracioso recoveco, hace florecer un pedazo de medievo. La cámara me sorprende en ese instante.

Núremberg nos ha sorprendido por su belleza y vitalidad. El buen caminante recorrerá el centro en una tarde; calles de pavés, tejados a dos aguas, balcones corridos cuajados de geranios. Se respira, a pesar del ambiente comercial y el lujo automovilístico, un aire de Baviera profunda.

Señorea la ciudad el castillo – el Kaiserburg – donde la Dieta medieval celebraba sus reuniones para elegir al siguiente Kaiser. Después llegaron los Nazis, a quienes les pareció brillante la idea de forjar un cordón umbilical entre el antiguo y el moderno espíritu imperial; Nuúemberg pasó, así, a ser la ciudad en la que el partido hitleriano, el NSDAP, celebraba su día, el Reichsparteitag. Albert Speer, el colaborador fiel de Hitler, se encargó de las obras en la Grosse Strasse, una avenida colosal flanqueada por dos estanques.

Esta mañana, la Grosse Strasse no albergaba ya hordas nacionalsocialistas, sino adolescentes con monopatín y practicantes de footing. El museo sobre el nazismo, el Dokumentazionszentrum, no merece la pena. Erizan la piel, eso sí, las imágenes de las turbas brazo en alto  vitoreando al Führer en la misma calle en la que uno, hace un momento, sólo vio monopatines y alguna rana saltarina en los estanques. El mundo, a veces, cambia a mejor.

En la Fürther Strasse, antes de la cena, da aún tiempo para visitar los juzgados de la ciudad. Aquí se celebró el famoso proceso de Núremberg; aquí se sentaron Speer y Himmler y Hess y Eichmann; y en los calabozos bajo mis pies se quitó la vida Göring. Qué pocas veces en la historia se hace justicia. Qué pocas veces he cenado yo una tan deliciosa carne de ave a la sombra del Castillo Imperial.

Los locales la llaman Nürnberg, los muy castizos le dicen aún Nuremberga. Sea como fuere, es Baviera, es Núremberg y es verano.

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