El cielo ceniciento acrecienta el escalofrío que lo recorre a uno cuando visita Auschwitz. Ana, en la fotografía, escruta el campo con mirada compungida, escoltada por un típico fanal y una siniestra torre de vigilancia. Extraña es, por fuerza, la sensación en el lugar que no es sino la epítome de lo bárbaro y lo inhumano de lo que el ser humano es capaz.
Como se sabe, la leyenda que aparece en la verja de entrada al campo dice: Arbeit macht frei, que se suele traducir como "el trabajo os hará libres", aunque resulte más fiel "el trabajo libera". Los dos regímenes más terribles del siglo XX, el stalinismo y el nazismo, mantuvieron una actitud digna de análisis hacia el trabajo.
Una ideología como la marxista, sustentada sobre la cándida premisa de que cada uno haga lo que pueda y recibirá lo que necesite, se ve pronto acosada por el peligro de quienes desean vampirizar el esfuerzo de los demás. Stalin no estaba dispuesto a permitirlo; llegó a definir el socialismo como un sistema en el que todos tenían la misma obligación de trabajar. Es más, ni tan siquiera estaba dispuesto a creerse el axioma marxista, y afirmó que la igualdad a la que se refiere el comunismo es la obligación de trabajar y ser recompensado por ello, y que esto no quería decir que todo el mundo recibiera la misma paga. Los trabajadores, incluso en los campos de concentración, rendían más para obtener mayor paga o raciones extra de comida. Stajanov, como recompensa a su proeza, (extraer 100 toneladas de carbón de una mina en un turno, cuando lo normal eran 7), recibió un piso privilegiado, una paga de un mes y una entrada para el cine del pueblo.
Incluso, en una extraña paradoja histórica, Lenin adoptó como principio del socialismo la cita bíblica que había utilizado el fundador de una colonia en Virginia, EE.UU.: Quien no trabaja, no come. Tal cual, la cita pasó al articulado de la Constitución soviética de 1936.
Recientemente, en el diario progubernamental El País, en una desconcertante serie sobre la insostenibilidad del Estado del Bienestar español, se ofrecían 100 ideas para poner remedio a la situación, como el copago en sanidad, recuperar el impuesto del patrimonio, subir la matrícula de la universidad, etc. Lo curioso es que, se entiende que hablando de la educación primaria y secundaria, se dice: "Eliminar la repetición de curso para luchar contra el fracaso y el abandono escolar." En el sistema educativo pseudomarxista que poseemos en España, hasta la tardía entrada a un jibarizado bachillerato, no importa la calificación con que se apruebe - ya se sabe: cada uno lo que pueda, a cada uno lo que precise - ; existen , además, numersos grupos a quienes, con exquisito eufemismo psicopedagógico, se les diversifica (reduce al mínimo) el temario sin que ello tenga implicación alguna en el título obtenido. El País, además, propone que se elimine la repetición de curso: ¿qué importa aprobar o no para obtener un título?
En un breve pero excelente discurso sobre educación, Barack Obama afirmó inaugurando el curso escolar que ahora acaba:
Una ideología como la marxista, sustentada sobre la cándida premisa de que cada uno haga lo que pueda y recibirá lo que necesite, se ve pronto acosada por el peligro de quienes desean vampirizar el esfuerzo de los demás. Stalin no estaba dispuesto a permitirlo; llegó a definir el socialismo como un sistema en el que todos tenían la misma obligación de trabajar. Es más, ni tan siquiera estaba dispuesto a creerse el axioma marxista, y afirmó que la igualdad a la que se refiere el comunismo es la obligación de trabajar y ser recompensado por ello, y que esto no quería decir que todo el mundo recibiera la misma paga. Los trabajadores, incluso en los campos de concentración, rendían más para obtener mayor paga o raciones extra de comida. Stajanov, como recompensa a su proeza, (extraer 100 toneladas de carbón de una mina en un turno, cuando lo normal eran 7), recibió un piso privilegiado, una paga de un mes y una entrada para el cine del pueblo.
Incluso, en una extraña paradoja histórica, Lenin adoptó como principio del socialismo la cita bíblica que había utilizado el fundador de una colonia en Virginia, EE.UU.: Quien no trabaja, no come. Tal cual, la cita pasó al articulado de la Constitución soviética de 1936.
Recientemente, en el diario progubernamental El País, en una desconcertante serie sobre la insostenibilidad del Estado del Bienestar español, se ofrecían 100 ideas para poner remedio a la situación, como el copago en sanidad, recuperar el impuesto del patrimonio, subir la matrícula de la universidad, etc. Lo curioso es que, se entiende que hablando de la educación primaria y secundaria, se dice: "Eliminar la repetición de curso para luchar contra el fracaso y el abandono escolar." En el sistema educativo pseudomarxista que poseemos en España, hasta la tardía entrada a un jibarizado bachillerato, no importa la calificación con que se apruebe - ya se sabe: cada uno lo que pueda, a cada uno lo que precise - ; existen , además, numersos grupos a quienes, con exquisito eufemismo psicopedagógico, se les diversifica (reduce al mínimo) el temario sin que ello tenga implicación alguna en el título obtenido. El País, además, propone que se elimine la repetición de curso: ¿qué importa aprobar o no para obtener un título?
En un breve pero excelente discurso sobre educación, Barack Obama afirmó inaugurando el curso escolar que ahora acaba:
Pero en última instancia podemos tener los profesores más entregados, los padres que más nos apoyen, y las mejores escuelas del mundo –y nada importará a menos que todos vosotros cumpláis con todas vuestras responsabilidades. A menos que asistáis a esas escuelas; pongáis atención a esos profesores; escuchéis a vuestros padres, abuelos y otros adultos; y trabajéis todo lo duro que hace falta para triunfar.
¿Cuándo hablará la izquierda, respecto a la educación, de sacrificio, esfuerzo, constancia y dedicación? ¿Cuándo dirá, emulando a uno de sus padres fundadores, "el que no estudia, no aprueba"? Por favor, si hasta a Stajanov le dieron una entrada para el cine.
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