lunes, 21 de junio de 2010

Breve reflexión sobre la crisis actual (o que cada palo aguante su vela)

En Filosofía, es muy difícil no encontrar algo cuando se busca con ahínco, especialmente en la vertiente política. Quiero decir que cuando se buscan argumentos para defender una postura preconcebida, resulta sencillo encontrarlos. De hecho, la situación extraña es la contraria: la de quien examina cada problema de manera desprejuiciada, intentando aprender y, quizás, hallar una respuesta, aunque no necesariamente una respuesta que, casual pero felizmente, se inserta en la Weltanschauung propia. ¿Cuántos intelectuales liberales conocen ustedes que admitan que en la actual crisis existe un elemento de pésimo funcionamiento del mercado? ¿Cuántos conocen que acepten que el mercado no ha funcionado de manera eficiente en el sector sanitario norteamericano? ¿Y a cuántos intelectuales de tendencia antiliberal han oído reconocer que las decisiones de la FED empeoraron una situación que no estaba llamada a enconarse durante años? ¿Cuántos conocen, por ventura, que admitan que el actual sistema público de pensiones en España constituye un fracaso y un fraude? No es que estas cosas no se admitan, es que se comienza a reflexionar partiendo de la premisa aceptada: que el mercado es inherentemente injusto y caótico, en un caso, y que el Estado es inevitablemente ineficiente, en el otro.

Una mirada desprejuiciada a la actual crisis, no obstante, presenta - como siempre - una realidad poliédrica y compleja. En principio, parece que ambas corrientes (la más liberal en sentido europeo y la más liberal en sentido norteamericano) tienen razón. En concreto, resulta difícil negar cualquiera de los siguientes puntos, de los que, no obstante, adivino que placerán a unos los 2 primeros y a otros los 3 últimos, y que habrá consenso sobre los 2 intermedios:

1. La Reserva Federal y su homólogo europeo comenzaron el mal ofreciendo dinero demasiado barato y no encareciéndolo posteriormente.
Con mucha probabilidad, la principal consecuencia de la crisis será que nunca más volverá a existir el interés 0%, como llegó a darse en EE.UU. La célebre afirmación del antecesor de Greenspan como gobernador de la FED, W. McChesney, de que era muy difícil "retirar el champán en plena fiesta", suena hoy escandalosa: le pagaban por ello. Cabe decir en descargo de su homólogo del BCE, J. C. Trichet, que éste lo hizo y capeó las críticas que por ello recibía.

2. Tanto el BCE como la FED empeoraron la situación al inyectar nuevas dosis de liquidez en el mercado, haciéndolo, además, mediante la compra de activos y ofreciendo mayores facilidades de crédito. Se trataba, ya entonces, de asegurar los depósitos bancarios de los ciudadanos, no de acrecentar la pelota crediticia que, a esas alturas, andaba ya desbocada ladera abajo.

3. No se debió aprobar un plan de salvación tan indiscriminado. Pensemos que los depósitos de la gente están cubiertos por un seguro, es decir, que las salvaciones han salvado a bancos y aseguradoras como tales instituciones (o sea, a sus gerentes y dueños), pero tal cosa ni tiene repercusión sobre el dinero de la gente común ni ha hecho fluir el crédito a las pequeñas empresas, que era, a la postre, la auténtica razón de ser del plan.
¿Qué habría pasado de seguir con AIG, Citigroup o Fannie y Freddie la misma política que con Lehman Brothers? Breve pánico y poco más. 

4. No se debió subvencionar y proteger a General Motors y a Chrysler durante tantos años. Si los coches estadounidenses no podían competir, ni en precio, ni en prestaciones, ni en consumo, con los japoneses, era la hora de renovarse o morir. En cambio, el gobierno prefirió establecer cuotas de importación a las importaciones niponas. Cuando estalló la crisis, un buen bocado de la salvación fue a parar a una industria renqueante desde hacía años.

5. Fue un error, como ya apuntara Paul Krugman, derogar la ley Glass-Steagall. Ésta era un vástago del New Deal del '33, pero su contenido básico, la separación estricta entre banca comercial y banca de inversión, es de lo más tradicional. Tradicional y lógico: a tan diferente actividad, diferentes exigencias. Recordar, eso sí, que ya se habían promulgado algunas leyes que mitigaban mucho la susodicha ley, y que, ciertamente, se operaba sin sus constricciones en la City londinense. Y recordar también que fue una administración demócrata, la de Bill Clinton, quien realizó la derogación definitiva (en 1999). 

6. Más responsabilidad que sobre la derogación anterior recae sobre la insuficiente regulación de los llamados "chiringuitos financieros" y "activos derivados". Sobre los primeros: si una institución funciona prácticamente como un banco, es normal que posea una regulación prácticamente como la de un banco. Sobre los segundos: compleja su naturaleza, será, inevitablemente, compleja su regulación.

7. Se repite ad nauseam que la crisis la tienen que pagar quienes la han originado, pero, ¿quién tiene más culpa en la generación de la gran culpable, la burbuja inmobiliaria?
Mi anterior casero vivía, exclusivamente, de las rentas de dos pisos que había comprado en época de bonanza. Mi fontanero habitual obtiene un suculento sobresueldo del alquiler de un piso que compró, también, en la buena época. Y, así, se multiplican los casos. Es hora de superar lo políticamente correcto y decirlo claro: si no se hubieran concedido hipotecas basura, no habría habido semejante crisis; si la gente no se hubiera hipotecado más allá de lo razonable, tampoco. Si prestar un dinero sin las garantías suficientes sobre su devolución resulta, ahora, a la izquierda tan moralmente execrable, no veo por qué pedir y aceptar el crédito así concedido, lo es menos. Es decir, ¿los NINJA no tienen ninguna responsabilidad en el fiasco de las hipotecas NINJA? Inverosímil. Que cada palo aguante su vela.

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