viernes, 23 de abril de 2010

El burka como alarma, el velo como problema, el hiyab como pataleta

Que países a los que en España consideramos el colmo de la libertad, especialmente Holanda, pero también Francia o Bélgica, hayan liderado la oposición al uso del burka incluso en la vía pública, ha causado no poco estupor. El ayuntamiento de Ámsterdam, por ejemplo, aprobó una ordenanza el año pasado según la cual se permite practicar sexo en los parques públicos a partir de la caída del sol. ¿Sexo en público sí y burka no? ¿Es la desnudez y el coito más decente que la ocultación total?

La postura integracionista clama porque los inmigrantes se adapten a nuestras costumbres. Este argumento - con todo su aura de sentido común - es muy español, donde apenas poseemos una segunda o mucho menos tercera generación de musulmanes. ¿Pero qué dirá una niña musulmana británica (nacida y criada en Gran Bretaña) cuando le hablen de "nuestras" costumbres? ¿O se verá obligado el integracionista a decir que la niña no es realmente británica? (Ya se sabe: nosotros estábamos antes).

En Holanda se suele hacer hincapié en que se prohibe el burka (o el velo o el hiyab) precisamente en aras de la libertad; ya que (1) son símbolos de sumisión de la mujer y (2) se suelen imponer a las niñas en el seno familiar. Pero, respecto a (1), podemos argüir que, sumisión o no, se trata de una expresión de religiosidad, y, en general, no deseamos constreñir la libertad de este tipo de expresión (en España, un derecho constitucional). Respecto a (2), habría que ver cada caso. En los casos que han saltado a la luz pública, las niñas parecen haber tomado la decisión libérrimamente.

Es muy común, también, el argumento de la cuesta abajo: aun admitiendo que el pañuelo o hiyab, al contrario que el burka o velo, no ocasiona problema alguno de convivencia (¿no lo han llevado tradicionalmente las mujeres mayores?, ¿incluso algunas jóvenes?), la cuestión es que se trata de una primera concesión. En Cataluña, muchos musulmanes han pedido a sus ayuntamientos piscinas exclusivas de hombres y mujeres, o que se cambien las leyes del ruido en la vía pública para realizar las llamadas al rezo. A todo esto se ha dicho que no sin mayor trauma, pero sin menor contundencia. 

¿Es el problema del burka el que puede ser utilizado para cometer delitos? Sí. Ya ha habido algún caso. Ciertamente, en España y por la misma razón ya hubo la famosa orden de Esquilache para recortar capas y sombreros. No puede, pues, apreciarse islamofobia aquí. Y, obviamente, el rostro de la persona debe ser absolutamente visible para profesores en las aulas y letrados y jueces cuando se presta declaración. Así, pues, burka y velo no tienen cabida en el modus vivendi de Occidente. En ciertos lugares se precisa ver el rostro; en la vía pública, lo consideramos preferible. 

El hiyab o pañuelo, pues, es otra cuestión. Si el argumento de la seguridad pública y reglas básicas de convivencia es válido para la prohibición del burka y del velo, no lo es para la del pañuelo. La prohibición de éste, incluida la prohibición en las aulas, debe venir acompañada de argumentos acerca de la conveniencia de no adoptar signo religioso alguno, aun cuando no interfiera en la convivencia normal y pacífica ni suponga falta de ningún tipo a terceros. O bien de argumentos acerca de la conveniencia de no permitir en Occidente expresiones musulmanas, ni tan siquiera la del pañuelo utilizado libremente por una muchacha.

Pero quiero llamar la atención ahora sobre el hecho de que el multiculturalismo supone una piedra en el zapato para la izquierda. La derecha es, en mayor o menor medida, integracionista, pero la izquierda, desde que (en 1914, al apoyar a los respectivos gobiernos en la I Guerra Mundial) abandonara su universalismo marxista, no sabe qué hacer con el multiculturalismo. En este terreno se ha buscado, como en economía, una "tercera vía", entre el integracionismo rayano en la xenofobia de la derecha y el multiculturalismo neto. Así, se ha pasado de una llamada a la etnicidad compartida a la de valores compartidos.

Desde los asesinatos de Pim Fortuyn y Theo van Gogh en Holanda, los altercados a propósito de las viñetas en la revista danesa, o las revueltas en los barrios franceses, la izquierda no se siente con fuerzas para comprometerse con el multiculturalismo. Die Linke, en Alemania, ha realizado declaraciones acerca del excesivo número de inmigrantes en el país, incluso el SAF (paritido socialista) sueco ha sido acusado de adoptar posturas nacionalistas y anti-inmigración, y en sus últimos manifiestos repite la necesidad de una "cohesión social basada en valores democráticos compartidos".

Así, pues, la izquierda ha adoptado tradicionalmente posturas de multiculturalismo, pero actualmente no se siente con respaldo social para ello. Recuérdese que el PSOE fichó para redactar su programa electoral a  Wangari Maathai, quien defendía, en sus días mozos, la ablación del clítoris. Entre el multiculturalismo y el laicismo, se deciden por éste último, y, así como se defiende una mayor igualdad de renta como factor potenciador del necesario "pegamento" social, se hace lo propio respecto a ciertos valores (como un trato igualitario a la mujer). La postura no es incoherente. Ahora bien, ¿está la izquierda preparada para asumir y defender abiertamente esta retirada de las trincheras multiculturales y el paso al integracionismo vía defensa del laicismo y canto a los derechos humanos?

El líder del partido laborista holandés, Wouter Bos, decía:

Dejar este debate a los conservadores puede parecer cómodo, porque no tendremos que molestar a nadie... Pero no nos engañemos. Esto no ayudará a quienes cuentan con nosotros. No ayudará a los recién llegados a nuestra sociedad, a quienes se les ha prometido un futuro mejor que no podemos proveer. Y no ayudará a los ciudadanos, quienes o bien se engañanan a sí mismos diciéndose que la diversidad no causa problemas o que sufrirán la lenta erosión de la unión colectiva... Este debate no puede ser ignorado por la parte progresista de la política. Es, también, nuestro debate.

Yo, mientras, como se aprecia en la foto, camino junto a un canal de Ámsterdam en un lluvioso día de agosto. Me asombró, lo confieso, ver burkas por tan norteñas tierras. Yo, no obstante, voy en busca, a la caída del sol, de un parque. Sólo para pasear, claro.

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