martes, 16 de noviembre de 2010

Dragones, mazmorras, príncipes y la Merkel

Una ciudad con el músculo tenso en el centro moderno y un más que hermoso centro antiguo. Comercial, muy comercial en el moderno; feudal y aristocrática en el antiguo. La atracción principal del casco antiguo es el Castillo Imperial, en cuya entrada, como ven, posaba Ana este verano. Núremberg porta con encanto esa inestable dicotomía: negocio aquí, linaje allá. Ambos cromosomas en la misma célula no parecen interferir. La barahúnda a un lado, la tradición al otro. Se reunían allí, en el dicho Castillo, los príncipes electores, para, entre contubernios y cohechos, elegir al Emperador. Entre dádivas y vinos.

Se siente uno transportado en Núremberg al Medievo. Murallas, castillos, adoquines y canales. Pasa, de cuando en cuando, una banda de música, con flauta y tambor, visten los camareros a la manera bávara. Siente el visitante que verá desfilar, de un momento a otro, a los electores en busca de Emperador. Un Emperador el actual, la Merkel, que trae de los nervios a más de uno. Ha reunido a sus barones para ser ratificada en su puesto de la jefa de la CDU, a sabiendas de que eso implica ser ratificada como la jefa de Europa. The Boss. Algunos electores murmuran: una mujer, del Este y protestante. Ver para creer. Fuera del Imperio, parece que hay quienes - Portugal, Irlanda - se saldrían de buena gana del Euro, para poder devaluar, pero mientras tanto, es el de siempre quien paga la juerga. Los de productividad ejemplar, los de exportaciones envidiables, los de jubilación tardía. El Emperador.

Se han bifurcado definitivamente los caminos ante la crisis de deuda que padecemos: Obama prosigue su paseo por la senda keynesiana: más viagra hasta que el miembro económico se yerga; la Merkel blande su cara de póker - inquietante parecido thatcheriano - sin ánimo de estimular a nadie. EE.UU. se atasca, Germania levanta el vuelo. The Boss está ahora a este lado del Atlántico, quién lo iba a decir. Y si algunos abandonaran el Euro, los alemanes lo celebrarían, pero antes quieren las cuentas claras. Más de la mitad de los alemanes, de hecho, confiesan su deseo de retomar el Marco. Lógico: sus cuentas están claras, sólo les falta el chocolate espeso.

Cuando el agua de la deuda llega al cuello, hay tres salidas: pedir otro préstamo más grande, asumir que uno es pobre y buscar otro trabajo mientras deja de cenar fuera o dedicarse a robarle a los demás. Obama adopta la primera solución, la Merkel la segunda y los socialistas netos la tercera (esto vestido, claro, con los ropajes de solidaridad, alienación, plusvalía y no sé qué más). De hecho, y a propósito de éstos últimos, me viene a la cabeza una escena de la contestataria y aclamada Los Lunes al Sol: en la fábula de la hormiga y la cigarra,se nos cuenta, la primera es una hija de su madre. ¿Por qué acaparar en vez de dar? ¿Por qué ser hormiga pudiendo ser cigarra? Graciosa paradoja nos dibuja la situación: el neosocialismo aplaude arrobado a EE.UU. y dirige mohines resentidos a Alemania y le dicen como César a Bruto: ¿Tú, también,  das Vaterland, nos traicionas?

Tras visitar el Castillo Imperial baja uno, a trote ligero, hasta un restaurante que se asienta a la orilla del río. Un río pequeño, de éstos que atraen más mosquitos que agua. Obviamente, la estrella de la cocina local, tratándose de Núremberg, son las salchichas: Nürnberger Rostbrastswurst. No es que las salchichas constituyan un plato exótico, pero no las probará usted tan ricamente hechas a la parrilla como en esta ciudad dual. Pida también, mientras contempla el sol que ya se posa sobre el río, en un descenso lento y con aires de trascendencia, un muslo de pato con vinagreta de mostaza alemana. Y riéguelo con un vino blanco de la zona, mientras el sol se convierte en una incandescencia ocre y lánguida, sin olvidar que la cena debe ser frugal: la Merkel acecha.

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