Soy un amante del café irlandés. Pueden ustedes imaginar, pues, cómo me frotaba las manos camino de la madre patria del elixir de mis delicias. Craso error. Sólo en contados lugares - el mítico Temple Bar de Dublín, p. ej. - tuve la oportunidad de disfrutar de un buen Irish coffe. Abundaban los lugares donde, simplemente, no se ofrecía. Cuán dramática paradoja. Viene a mis mientes, empero, un lugar de Galway donde se anunciaba como especialidad de la casa: y no mentía. Se trataba de un lugar un tanto chabacano y repleto de borrachos que bailaban desmanotadamente. Sonaba Maggie May, de Rod Stewart.
Galway es una ciudad pequeña, vibrante, costera, hermosa y básicamente universitaria. La Bahía, como pueden observar en la fotografía, ofrece un gélido y fastuoso atardecer que atrae a turistas, deportistas y caminantes varios. Para mí, Europa comienza en Galway. Y acaba en las puertas de Rusia. (Haciendo a un lado las reservas respecto a Ucrania, los países Bálticos o Bielorrusia). ¿Rusia? Rusia no. Rusia es demasiado grande, demasiado heterogénea, demasiado diferente, demasiado autocrática: demasiado todo.
La OTAN considera, desde este fin de semana, que Rusia es un aliado, no un enemigo. Podría incluso colaborar en la instalación de escudos antimisiles en Europa. ¿Rusia dando el visto bueno a misiles americanos en la República Checa o Polonia? La actitud de Santo Tomás se hace preceptiva aquí. Con Rusia nos une un lazo ineludible: la lucha contra el islamismo radical. Si Chechenia accede a la independencia, con Rusia perdemos nosotros y gana el terrorismo árabe. Pero es que Rusia mantiene tropas en Georgia y Moldavia. Y es un inmejorable proveedor armamentístico de China.
Seré más explícito, pues es fácil perderse en el mapa de la geopolítica. Rusia no ha perdonado a la OTAN y la UE el no hacer de Polonia un país neutral, el apoyo a los gobiernos pro-occidentales de Ucrania y Georgia y la guerra de Kosovo con su ulterior independencia. Rusia opina que la genuflexión que realizó en los años '90 es cosa del pasado. Putin afirmó, de hecho, que el colapso de la Unión Soviética era la mayor catástrofe geopolítica del siglo. Europa depende energéticamente de Rusia, y supongo que algo tendrá que ver con lo sucedido este fin de semana, pero la clave es otra. La clave es que la OTAN y, en particular, la administración Obama le han dado carta blanca para sus tejemanejes en el Báltico y en Crimea a cambio de hacer algo que, en realidad, venía haciendo desde hace años: una desabrida declaración pública contra el programa nuclear iraní mientras, bajo manga, le continúa abasteciendo de algunas materias necesarias. Bush, por ello, no descorchó champán, Obama es de muñeca más agil.
Recuerdo tristemente un café irlandés pésimo servido en plena Dublín. Un tazón grandioso del desabrido café de máquina eléctrica, con un chorro de whiskey malo tirado a la buena de Dios, sin quemar, y sin una gota de nata o espuma. Decía un sabio que sólo el café irlandés contiene los cuatro elementos básicos para el hombre: cafeína, grasa, alcohol y azúcar. Yo coincido; sin embago, si ni en la madre patria aprenden a preparar bien la ambrosía de mi deleite y el trato a Rusia va a continuar esta senda, yo, aviso, me paso al vodka y punto.