sábado, 13 de febrero de 2010

El lugar más bello del mundo

El lugar más bello del mundo es Asturias. Cae el valle, verde y angosto, sobre una playa amplia. Forma así un despeñadero que se asoma al abismo de un mar misterioso. Un mar que hoy, como casi siempre, aparece erizado y espumante. Desde la tribuna incomparable que ofrece la orilla de este precipicio, el mar se me muestra furioso y libera un estruendo - enigmático y atrayente - desde sus entrañas. Las barcas de los pescadores que hoy, osados - temerarios, más bien - , se atrevieron a faenar se columpian sobre el oleaje en un frenético bamboleo. La mar es justa y les recompensa la intrepidez: les abre su vientre ubérrimo.

Es la amanecida. Sortea uno en su camino las estrellas de mar que se vieron sorprendidas por el anzuelo de una caña y ahora agonizan sobre el asfalto del espolón. Miro en derredor y con movimiento que intenta ser disimulado se las devuelvo a las aguas, que a su vez me lo agradecen con un remolino de espuma que, en estos primeros momentos del alba, aparece bellamente tornasolado.

Fue ya a la tarde que sucedió. Pasea uno en esta tierra envuelto, sin descanso, por una espesura cerrada. Se extiende aquí  siempre una frondosidad tupida y sin embargo alegre a ambos lados de todo camino; brinda al paseante un frescor con un algo de jovial que le invita a no ensimismarse en cavilaciones. Le invita a alzar la mirada hacia la copa de tanto abedul y tanto castaño, a sentirse un poco niño por su pequeñez ante un haya imponente. Regresaba ahora el paseante de contemplar una deliciosa colección de hórreos. Estos curiosos graneros propios de la tierra; erigidos sobre unos formidables puntales de madera maciza, el cuerpo todo también de madera, cuelgan alrededor panochas de maíz y ristras de pimientos puestas a secar, y los cubre una modesta techambre de tejas, hechas a menudo de la pizarra de alguna mina no lejana. Jamás vi repertrorio tal de hórreos como el de Bandujo, pareciera que alguien los plantó y brotaron así, tal cual, de la tierra. 

Y fue entonces, decía, caminando bajo una lluvia fina pero contumaz, que el caminante queda admirado ante la criatura que le aparece al encuentro. Un ciervo magnífico cruza el camino; un instante fugaz, y se adentra de nuevo, con mirada asustadiza y un cierto aire de indefensión, en la hondura de la arboleda. 

Acecha ya el atardecer, y el viajero quiere llegarse a un valle y contemplar el ocaso del sol sin el impedimento de la fronda. A la noche sabe que habrá, sobre la mesa, los frutos que a la aurora vio extraer a las aguas fecundas. Habrá también, porque él lo exigirá, el queso de color azafranado y  un ligero regusto picante que llaman Afuega'l pitu. ¡Cómo no conjugar aquí los frutos de la mar con los de esta vacada proverbial! Anduvieron por estos valles, queda ya casi perdido en la memoria de los lugareños, los vaqueiros de alzada. Las últimas gentes trashumantes de Asturias. Habitaban la parte baja del valle durante los meses de frío, en sus casonas de techumbre de hierba seca, donde convivían con las vacas; llegado el calor se subían a las cumbres, donde el ganado hallaba pasto fresco. De pura chusma eran tildados por los vecinos de las aldeas. El viajero ha visitado hoy la iglesia de San Martín de Luiña, donde una mujer muy agradable aunque algo cansada ya de andar cada día haciendo el mismo recado a tanto visitante, le abrió la puerta para que viera, y fotografiara, la inscripción que permanece aún en el embaldosado: Los baqueiros de alzada no pasan de aquí a oír misa.

Llegado el crepúsculo, soberbio, el viajero recuerda a los vaqueiros, y es quizá por ello que el valle le ofrece una vaca, allí en la misma cornisa de la ladera, paciendo mansamente y ajena al ocaso sublime contra el cual su estampa se recorta. 

Ya bien entrada la noche, el cielo raso le brinda un nuevo espectáculo al viajero. Él y la mujer que siempre le acompaña caminan fascinados por la bóveda celeste que sobre ellos se erige. Diríase, por la atención que ponen en ella, que pretenden inventariar las estrellas del cielo.

Del cielo del lugar más bello del mundo.

4 comentarios:

  1. El paisaje parece que es el típico que me gusta, pero creo que me quedo con Irlanda.

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  2. Recuerdo la belleza de un paseo desde Santa María del Naranco hasta Oviedo. Y la lluvia junto a la catedral mientras esperaba a unos amigos en una visita a Oviedo con ocasión de una edición del congreso de Jóvenes filósofos "filosofía y Dios" en el 90... bellísima tierra.

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  3. Snake: yo, qué quieres que te diga, me quedo con Asturias. (Pero habrá que volver a hablar aquí de Irlanda. Hay bastante que aprender de lo que allí sucedió).

    Serenus, ¿un congreso de "Filosofía y Dios"?, ¿pero en qué lugares se mete usted? El congreso no ma suscitado la más mínima envidia, el paseo desde Sta. María del Naranco a Oviedo, infinita.

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  4. Pues no crea; tenía su gracia digerir somnoliento la fabada mientras se lanzaban pullas Isidoro Reguera y Gustavo Bueno. Un par de veces me sacó sobresaltado de mi sopor el grito de Abgrund! proferido por el lógico-místico conferenciante. ¡Ay, ya no se hacen congresos como aquellos!. Por cierto que había una taberna estupenda para tomar vinos en una calle peatonal de Oviedo, donde estaba el antiguo hotel La Jirafa –ya desaparecido- y en el que unos años más tarde pasé unos días inolvidables. Ah, y por supuesto, las sidrerías.

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