La afirmación de que los intelectuales europeos se han visto implicados de algún modo en la tragedia del comunismo toca un problema muy profundo. De hecho, dicha implicación ha sido de dos tipos. Uno es "el ídolo con pies de barro", es decir, la larga serie de intelectuales tentados por una fe que debía colmar su propio vacío interior y que, luego, exprerimentaron su Kronstadt, su momento de desilusión. Para algunos, esto sucedió muy tarde, tras Hungría, después de Solidaridad, e incluso después del ochenta y nueve.
Pero además hay una segunda forma de implicación que consiste en lo que yo describiría como "la mentalidad de Helsinki". Esta estaba especialmente difundida en Alemania y consistía en un cierto tipo de complicidad con el otro bloque, basada en el supuesto de que los dos "sistemas" tendrían que convivir por un período indefinido. Cuando el canciller Kohl extendió la alfombra roja para Honecker en Bonn, poco más de un año antes de la caída del Muro, los intelectuales no protestaron. También ellos habían aceptado la idea de que uno no podía interferir en los asuntos internos del otro. Incluso la izquierda, o quizás especialmente la izquierda, había adoptado una mentalidad de guerra fría para luego construir sobre ésta una serie de puentes, sin preocuparse de los derechos humanos fundamentales, de la libertad de expresión y la democracia.
Ralph Dahrendorf en La Democracia En Europa.
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