Colonia. Por allí anduve el pasado verano. Una ciudad bastante animada, en un país, como se sabe, con pocas ciudades bastante animadas. Y no es sólo la ciudad de una catedral gótica bellísima, de una elevación casi inverosímil, es también la ciudad que escogió Ralf Dahrendorf para morir. Podría haber escogido su ciudad natal, Hamburgo, o su amadísima Londres, o incluso la elegante Oxford, donde también fue profesor. Podría haber elegido, puestos a elegir, Palo Alto,en California, donde fue profesor 3 años. Pero el hecho es que escogió Colonia. Por allí no sólo paseé, claro, por las inmediaciones de la catedral - mucha gente de día, muy poca de noche - , hice también alguna excursión por la campiña y los bosques renanos - en concreto, el estado es Renania del Norte-Westfalia y Colonia no es la capital, lo es Düsseldorf - . Y, allí, en Colonia, ha muerto Dahrendorf. Lo hizo el 17 de junio. ¿Cuánta gente habrá sido parlamentario en dos países diferentes? Ingresó en el Bundestag en 1969, y llegó a viceministro de asuntos exteriores en un gobierno de Willy Brandt. Pero un año más tarde fue nombrado comisario europeo. Con todo - viejo zorro - siempre supo simultanear su actividad intelectual con la política. Incluso siendo comisario europeo publicaba artículos bajo seudónimo, donde criticaba frecuentemente a sus compañeros de la Comisión: "europeos de profesión" los llamaba.
En 1974 se le ofreció la dirección del London School of Economics, donde él había estudiado. La dirigió gustoso; como universidad era, decía, "la envidia del mundo". La diririgió durante 10 años y desarrolló un intenso amor por Gran Bretaña en general y por Londres en particular. Se enamoró del país, según él, mientras surcaba el Támesis, "en uno de esos legendarios desayunos en un barco-tren de Harwich a Liverpool Street". Admiraba la también legendaria ansia de libertad británica. Y en 1988 obtuvo la nacionalidad británica. Volvió a Alemania a la universidad de Constanza, para, poco después, regresar a Inglaterra, esta vez a Oxford. Sería hecho lord y en 1993 ingresó en la Cámara de los Lores.
Ofrezco dos ideas a forma de anzuelo para potenciales lectores:
1) La Unión Europea, defendía siendo ya Comisario, no debe verse como un contrapoder a EE.UU. Europa debe verse a sí misma como una asociación de países caracterizados por el Estado de Derecho y un orden económico liberal. "Para mí, el mayor peligro es el de que esa Europa termine por definirse siempre, o con frecuencia, como un polo opuesto a Estados Unidos; es decir, aquella que se dotaría de una identidad negativa, infausta. Europa debe comprender que EE UU es su socio natural, su aliado, la hermana junto a la cual integra el mundo libre. Y que, sin EE UU, Europa sería menos libre", declaró en 2004 a El País.
2) A pesar de que su tesis doctoral trataba sobre el marxismo, pronto apuntó la principales deficiencias de dicha ideología. Tras su paso por EE.UU. señalaba que la teoría del conflicto de clases era incapaz de explicar, por ejemplo, la vieja cuestión de por qué el movimiento socialista se ha mostrado incapaz de arraigar en ese país.
En definitiva, una vida apasionante. Los trigales renanos, esplendorosos en los días soleados, contienen decenas de sendas que los ciclistas surcan ante mí. Ya se sabe, los europeos del norte siempre tan ávidos de sol. ¿Resulta demasiado tópico si digo que los meandros de las sendas me recuerdan a los de la vida de Dahrendorf? Ya con 15 años fue internado en un campo de concentración nazi. Y después aún vinieron los comunistas. Era predecible, pues, que sería un paladín de la libertad, pero no que lo sería con tal inteligencia y penetración. Él mismo lo contaba así:
Tenía 15 años cuando fui encerrado en una prisión nazi y al año siguiente de llegar a Berlín los rusos se comportaron como la Gestapo. Un oficial del NKVD vino a mi colegio en Berlín y me preguntó si era Ralf Dahrendorf; respondí que sí. Entonces me invitó a dar un paseo y me pidió informaciones sobre mi padre, Gustav Dahrendorf, que era uno de los dirigentes de la Social Democracia en Berlín y en la zona oriental de Alemania. En aquella época se oponía firmemente a la fusión de comunistas y socialdemócratas propugnada por los soviéticos. De este modo, en 18 meses, viví una experiencia similar en los dos sistemas. Esta es la razón por la que no era probable que me atrajera ninguna de las dos partes. En este sentido, mi experiencia es algo diferente de la de tantos intelectuales franceses, italianos o españoles.
De La Democracia en Europa.
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