sábado, 15 de octubre de 2011

New York y Apple (pero vía Cracovia)

No podría, aunque quisiera, dejar de hablar de Nueva York. Nueva York: esa ciudad que más que una ciudad es un país dentro de un país que más que un país es un continente. Nueva York: hiperbólicamente publicitada por cine y televisión y, sin embargo, siempre tan enigmática y exótica. Nueva York: la lograda confluencia entre millones de personas y millones de coches y millones de todo y una afabilidad y sosiego que rayan lo inexplicable. Quien ha estado en Nueva York, lo sabe; quien no, no. Ilustra esto que digo como pocas estampas la de Central Park: la calma lacustre, el graznido de los patos, los corredores sudorosos y la inmesidad boscosa y fresca; todo ello tras la cortina de una ciudad monstruosa. Los patos de Central Park son, acertó el lector letraherido, aquellos sobre los que Holden Caufield se preguntaba dónde irán cuando el lago se hiela. Holden Caufield, de alma enrevesada, de una desencantada puerilidad, perdido y lúcido a la vez: bella síntesis de esta ciudad.

La ciudad es exactamente (e-xac-ta-men-te) como tantas veces ha visto uno en la pantalla, grande y pequeña: miríadas de taxis amarillos, hordas de todos los colores cruzando los semáforos, barrios para todos los gustos, un metro de museo, abrumador estallido de rascacielos, alcantarillas que humean, trasiego libérrimo.

Y, claro, tampoco podría yo evitar hablar estos días de Steve Jobs y, por extensión, Apple. Adquirí este verano mi primer i-Pad en la célebre tienda que Apple mantiene abierta, en la Quinta Avenida, 24 horas al día durante 365 días al año. El edificio es, básicamente, un cubilete acristalado, que en verano es cubierto por unos tablones del blanco característico de la casa, por obvias razones de temperatura estival. Los i-Pads se venden en el local cual si fuesen magdalenas para el desayuno. Compramos los nuestros Ana y yo, ya a avanzada hora de la noche, por eso de evitar colas y aprovechando la cercanía del hotel. Camina uno con su tesoro bajo el brazo en Nueva York como, desde luego, no lo hago en Barcelona o Alicante. 

La espectacular Quinta Avenida da pie a rememorar la remota Cracovia. ¿A cuento de qué? Si Steve Jobs se ha erigido como figura del capitalismo, lo es porque encarna la antítesis de Cracovia. Me explico. Oskar Lange fue un historiador polaco, profesor en Cracovia, que intentó hacer del socialismo un sistema económico viable. Para ello se decidió a aplicar al socialismo el sistema de precios que ofrece en el capitalismo una fuente de información económica sin igual. Es decir, los bienes y servicios continuarían comprándose y vendiéndose, con una precio en la etiqueta y un dinerillo en los bolsillos de la gente. Eso sí, al final sería todo un poco ficticio, dado que todo el dinero es recaudado por el Estado, que procede a su redistribución. Gracias a esto, el Comité de Planificación Central dispondría de toda la información posible y actuaría, así, de forma más racional y eficiente que cualquier empresa: conocería, perfectamente, la estructura de la demanda agregada en cada momento. Ay, Cracovia, qué lejos queda de Nueva York y, no obstante, qué vívida en mi memoria:


El error de Lange -por bella que nos parezca Cracovia- es que el progreso, diríase casi la civilización, consiste, más bien, en lo que Hayek denominó "competencia dinámica". Es decir, que Lange piensa que el socialismo es el colmo de la competencia capitalista (¡!) porque dispondría de toda la información acerca de lo que los sujetos deseamos hoy, en base, además, a lo que se nos oferta ahora. La competencia dinámica, la operante en el capitalismo, aquella que Jobs ilustra elocuentemente, trata de descubrir qué nos complacería si nos lo ofrecieran. No se trata de una tesis freudiana acerca de que uno tenga deseos que no sabe que tiene, se trata de que una empresa, un tal Jobs, puede imaginarse una manera de hacerle a usted la vida más cómoda. Si acertó o no, usted dirá. Desde que quedé convertido, por obra y gracia de la Quinta Avenida, a la religión Apple, el arsenal de libros, artículos, revistas que solían hacer saltar las costuras de mi mochila, darme problemas en los aviones y perjudicar seriamente mi espalda, ha pasado a ser liviano como una i-Pluma. ¿Cómo, me pregunto, habría podido saber eso el Comité de Planificación Central de Lange?

Ay, la Quinta Avenida, cuán diferente de Cracovia y, sin embargo, cuán cercana en la memoria: 



Socialismo de mercado se ha llamado a la teoría de Lange. Stalin quedó impresionado por la teoría (pidió a Roosevelt que permitiera al economista polaco, que andaba entonces dando clase en Chicago, viajar a la URSS para entrevistarse con él). Hay quien ha sugerido que el actual sistema chino es una muestra del teorizado por Lange. Más de uno, tal vez, haya querido autoconvencerse de ello cuando contemplaba el Mao Tse-Tung de Warhol que cuelga en las paredes del Metropolitan:


Los más recalcitrantes podrán argüir que el Comité de Planificación languiano podría, también, dedicarse a la investigación e innovación. Innovación planificada: el paradigma de la contradicción lógica. Pero los recalcitrantes son así. Al fin y al cabo, deberían pensar, tal vez no sea casualidad del todo que Apple, que la misma Internet, naciera en California y no en Cracovia.

1 comentario:

  1. Desde luego veo que la Ciudad de los rascacielos es un farde se mire como se mire.

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