martes, 7 de septiembre de 2010

Recuerdos de Weimar: Stresemann, la Constitución y el Apfelstrudel

Ustedes viajan a Alemania - no, nadie necesita ya a Ryan Air existiendo buenas ofertas por parte de Air Berlin - , y yo les propongo una jornada. Una jornada en Weimar, a donde pueden llegar, con la mencionada compañía, desde el aeropuerto de Núremberg, por ejemplo, en un par de horas.

Ustedes, como yo y como cualquiera, se hacen la fotografía de rigor frente al Teatro Nacional, a la vera de la estatua de Goethe y Schiller, y recuerdan que allí, en 1918 se reunió la Asamblea Constituyente:


Constituyente de la llamada Constitución de Weimar. Se dejan embaucar por una cierta emoción, un pelín cursi, pensando en el primer intento de que el pueblo alemán viviera democráticamente.

De ahí se dirigen a la calle Schiller, donde la casa de éste es una galería comercial. Por allí reflexiona usted acerca de por qué la República de Weimar derivó en nazismo. Se le vendrá a la cabeza con seguridad, la pronta muerte de Stresemann y Briand, dos diplomáticos como Dios manda, dos personas que, quién sabe, de haber vivido algo más, habrían evitado el Gran Mal. El plan Dawes comenzaba a levantar la economía, el Tratado de Locarno, donde Stresemann ratificaba las fronteras y a cambio se le condonaba parte de la deuda, marcaba el inicio de la auténtica concordia.

De allí marchan al jardín de Goethe. Encontrarán un palacete rodeado de un encantador parterre. Es momento de reflexionar acerca de hasta dónde podrían haber llegado las concesiones de Briand y hasta dónde eran necesarias para aplacar la ira - ¿hybris? -germana. Usted recuerda, claro, que las buenas relaciones entre Stresemann y Briand permitieron la evacuación de las tropas francesas de la cuenca del Ruhr. Usted se pierde, incluso, en pensamientos más generales acerca de cómo la política interior influye la exterior. Una cuestión poco explotada, así que se dice, sin a nadie confesarlo, que algún día encontrará el tiempo para investigar la cuestión.

Vuelta ahora, desde el jardín goetheano, al centro de la ciudad. En la plaza encuentra una sublime arquitectura y algún edificio famoso, cuyo pasado le exigirá alguna investigación en una buena guía de viajes.

Pero usted no se despista, y le da vueltas a cómo el electorado francés castigaba cada pequeño gesto de laxitud hacia Alemania. Y cómo las reparaciones, si bien disminuidas, debían abonarse puntualmente hasta 1988: no, no eran sólo los nacionalsocialistas quienes no podrían digerir semejante plato. 

Hablando de plato, con tanto andar le entró hambre. Usted emula a los nativos y al mediodía pica cualquier cosa. Baraja dos opciones; o bien el típico lacito de pan - Pretzel - con una salchicha, o bien la cadena Nordsee, que posee un local en la calle principal. Es cara para su calidad, pero le asegura, si es usted caprichoso, probar el pescado del Norte. No, usted no es caprichoso y se decide por el Pretzel. De beber es típico aquí el Schorle, mosto, que lo hay de naranja, manzana, vino, etc.

Tras el frugal piscolabis, tocan más fotos de rigor: la casa de Bach, el músico, de Humboldt, el lingüista filósofo, y de no sé quién más. Pero usted no pierde el hilo y, mientras callejea por esta ciudad, pequeña, afable, repleta de artistas callejeros, se pregunta por el perverso artículo 48. En un ataque de monarquismo, el sabio constitucionalista alemán permitió al Canciller gobernar por decreto cuando así le pareciera. Estaba pensado, claro está, para situaciones de emergencia, pero acabó ocasionando que el Reichstag fuera ninguneado. "Si los espartaquistas no hubieran incendiado las calles en el '18..." y explicaciones semejantes se le pasan a usted por la cabeza. La explicación fácil le hace caer en la cuenta de que el Pretzel lo dejó con hambre, y se permite un Apfelstrudel, la joya de la corona de los postres alemanes, esa peculiar tarta de manzana con crema de vainilla caliente por encima. La inyección calórica no debe preocuparlo: pasará usted la jornada entre caminatas y reflexiones.

Usted coje ahora el coche y se dirige al castillo de Schwarzburg, a las afueras. Allí firmó Ebert la Constitución. Se cuenta que estaba de vacaciones y buscaba relajarse, pero en realidad buscaba amparo ante la violencia en Berlín. Esto le da a usted pie a pensar en el papel del SPD en particular y de la socialdemocracia en general en la I Guerra. En concreto, piensa usted si será verdad eso de que al tomar la decisión de apoyar la Guerra cada Partido Socialista en su país, (1) la socialdemocracia toma la más sabia elección, desde el punto de vista estratégico, de su historia: la contraria lo habría sumido en la marginalidad; (2) ocasiona definitivamente la fractura con la facción más izquierdista de dicho movimiento y, (3) con la renunica al socialismo internacional, se da un paso definitivo hacia la renuncia al socialismo tout court.

Todo esto lo piensa usted contemplando, de vuelta a Weimar, el bellísimo bosque turingio. Usted baja hasta el hotel Leonardo, que le ofrece, gratuitamente, un yacuzzi con una hermosa cúpula acristalada sobre su cabeza. Cierra los ojos un momento y, cuando los abre, el negro manto ya ha cubierto los cielos. Usted siente las burbujas en la piel mientras recuerda un dato aterrador: Hitler nunca sintió la necesidad de promulgar una nueva Constitución. No existe una Constitución nacionalsocialista. Parece, piensa usted ahora, que saltarse una Carta Magna a la torera no es cosa de ahora. El golpe desde dentro, viejo conocido de los regímenes constitucionales.

Ahora sí, usted está hambriento y decide, mientras camina por la Belvederer Alle, de vuelta al centro, que no puede pensar más hoy, que se dedicará a respirar la humedad que despiden los sauces. Llegado a la ciudad, usted ya sólo piensa en una cosa: dónde cenar. Eso, yo, ya se lo he dicho. Anda que tendrá usted queja.

2 comentarios:

  1. Pues no tengo quejas, no, y menos tratando de forma tan elegante un asunto tan querido para mí. Materialmente, sí tuvo el régimen nazi Constitución, como intenta mostrar Fraenkel en The Dual State. También te interesarán a buen seguro las reflexiones sobre la socialdemocracia que Franz Neumann, un socialdemócrata, escribió ya en el exilio en su Behemoth. Y, yo, en cambio, guardo para mí que la quiebra, en efecto, se debió a la intransigencia espartaquista, imperdonable después de que los consejos de soldados y obreros se decantasen mayoritariamente por la apertura de un proceso constituyente, pero también a la tibieze socialdemócrata de siempre, que consintió pactar con Junkers y mariscales para reprimir a la única base social que podía dar sustento y estabilidad a las reformas que requería la Constitución. Claro, ni una década tardaron en coger oxígeno y cargarse a la República ante la mirada confiada, humanista y bienpensante de los socialdemócratas, que ingenuamente consideraron un triunfo la pérdida de votos sufrida por Hitler en el 33, que le llevó a gobernar por pecado y connivencia conservadores, pero con menos votos que los obtenidos en las anteriores.
    En fin, estupendo post compañero!

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  2. Estoy completamente de acuerdo contigo. Además, creo que la situación fue muy similar a la de la II República española.

    De todas formas, no sé muy bien la tesis defendida en "The Dual State", pero la Constitución de Weimar quedó desustancializada vía decretos, nunca se derogó. ¡El régimen nazi fue una democracia, formalmente, durante toda su existencia!

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