En mitad de High Street, puro cento de Edimburgo, su ciudad natal, se yergue la estatua de Adam Smith. Obviamente, me inmortalizo frente a ella y animo a Ana a hacer lo mismo. Un grupo de chinos, que hasta el momento paseaba absolutamente ajeno a la efigie, se percata de nuestra fotografía y acude raudo. "Who is he?", preguntan, "a philosopher", digo; se alzan de hombros y comienzan a disparar los flashes.
Llevo tiempo pensando que el liberalismo no es más que una llamada a la menor injerencia posible del Estado en la vida de los individuos, pero que, ya se sabe, esto resulta extremadamente vago. ¿Cómo de mínimo es el Estado mínimo? La misma situación percibo respecto al Estado de Bienestar: ¿cuántas prestaciones son necesarias para que se considere tal? De ahí que resulte más interesante discutir cuestiones concretas. "La cobardía del ejemplo", que decía Unamuno. Esto es, básicamente, lo que hace Charles Fried en su último libro, "La Libertad Moderna y los Límites del Gobierno".
El autor ofrece tres grandes ejemplos de legislaciones anti-liberales:
1) La política lingüística de Québec. A él le pone los pelos de punta, a un español le suena casi normal.
2) La política sanitaria de Québec, donde está terminantemente prohibido comprar u ofrecer seguros privados con servicios que oferte el sistema público de salud. Además, se prohibe también que un hospital o un doctor compatibilicen su trabajo en la sanidad pública con otro fuera de ésta.
3) La política que restringe la apertura de las grandes superficies comerciales para "proteger" al pequeño comercio. En España también estamos acostumbrados a dichas legislaciones, pero la palma se la lleva el Estado norteamericano de Vermont, que prohibe la implantación de superficie alguna de éste tipo, con el objetivo de proteger los, al parecer, bellísimos pueblos y pequeñas ciudades de enorme encanto.
Así es como Fried quiere ver funcionar el liberalismo, como una simple llamada a respetar la libertad individual en la medida de lo posible. Añado yo:
- La ley antitabaco. ¿Es legítimo que me impidan permitir el consumo de una sustancia legal dentro de mi local? Si a quienes nos molesta el humo no encontramos bares que nos agraden... en fin, también me molesta el volumen al que hablan los españoles (y me machaca el tímpano) y no por ello me creo con un presunto "derecho a no oir gritar".
Debe hacer reflexionar el caso del bar de Illinois donde los clientes organizan una colecta que permite al propietario pagar las multas por permitir que se fume en él. Todos contentos.
Por otro lado, es bien sabido que los liberales a ultranza suelen olvidar el problema de las llamadas externalidades, es decir, de los efectos que nuestras acciones tienen sobre la vida de otras personas. El laissez-faire se complica, así, inmediatamente. El caso de la prohibición de fumar en lugares de acceso libre (donde la entrada no es necesaria, como en administraciones públicas, hospitales u otras instituciones semejantes) no ejemplifica bien el caso, dado que la externalidad se halla, digamos, controlada: son bien conocidos, a poco que uno haga por informarse, los efectos de fumar, activa o pasivamente, y ya, a partir de ahí, se decide si hacerlo o no. Pero, ¿qué decir, por ejemplo, del vientre de alquiler? Éste se halla prohibido en España pero permitido en EE.UU. Si una mujer alquila su útero para que su amiga infértil tenga un hijo del marido de ésta última en él, la primera pregunta que se suscita es: ¿qué efectos tendrá esto sobre la psicología del niño cuando conozca su origen? De hecho, el único argumento prohibicionista que puedo aceptar en la ley antitabaco es el de proteger la salud de los trabajadores, que se ven forzados por las circunstancias a ser fumadores pasivos - ellos no deciden si entran al local o no - . Claro que ese argumento cobra una fuerza peculiar en España con su 20% de desempleo.
Soy testigo de que en los países más norteños la ley antitabaco se respeta escrupulosamente. A la puerta del pub se congrega siempre un pequeño grupo que, desafiando temperaturas gélidas, sacia su ansia de nicotina. Los bellos pubs irlandeses o británicos, pienso, quedan algo afeados por la cuadrilla humeante congregada en la entrada. Cuadrilla que, esta vez, en High Street, observa a los orientales fotografiar la estatua de alguien que es, para ellos, un tal Adam Smith.
Por otro lado, es bien sabido que los liberales a ultranza suelen olvidar el problema de las llamadas externalidades, es decir, de los efectos que nuestras acciones tienen sobre la vida de otras personas. El laissez-faire se complica, así, inmediatamente. El caso de la prohibición de fumar en lugares de acceso libre (donde la entrada no es necesaria, como en administraciones públicas, hospitales u otras instituciones semejantes) no ejemplifica bien el caso, dado que la externalidad se halla, digamos, controlada: son bien conocidos, a poco que uno haga por informarse, los efectos de fumar, activa o pasivamente, y ya, a partir de ahí, se decide si hacerlo o no. Pero, ¿qué decir, por ejemplo, del vientre de alquiler? Éste se halla prohibido en España pero permitido en EE.UU. Si una mujer alquila su útero para que su amiga infértil tenga un hijo del marido de ésta última en él, la primera pregunta que se suscita es: ¿qué efectos tendrá esto sobre la psicología del niño cuando conozca su origen? De hecho, el único argumento prohibicionista que puedo aceptar en la ley antitabaco es el de proteger la salud de los trabajadores, que se ven forzados por las circunstancias a ser fumadores pasivos - ellos no deciden si entran al local o no - . Claro que ese argumento cobra una fuerza peculiar en España con su 20% de desempleo.
Soy testigo de que en los países más norteños la ley antitabaco se respeta escrupulosamente. A la puerta del pub se congrega siempre un pequeño grupo que, desafiando temperaturas gélidas, sacia su ansia de nicotina. Los bellos pubs irlandeses o británicos, pienso, quedan algo afeados por la cuadrilla humeante congregada en la entrada. Cuadrilla que, esta vez, en High Street, observa a los orientales fotografiar la estatua de alguien que es, para ellos, un tal Adam Smith.
El liberalismo de Adam Smith, al igual que el pensamiento de los ilustrados, nació en una época muy diferente a la actual. El no intervencionismo del Estado que preconizaba se daba en un contexto donde lo normal era lo contrario y la economía no conseguía desligarse del control de los gobernantes.
ResponderEliminarLuego, tras la revolución industrial, se vio que el sistema dejado a su libre funcionamiento no garantizaba la protección social y se llegaba a un capitalismo salvaje. De ahí el intervencionismo estatal, sobre todo ante el peligro de radicalización de las masas obreras.
Hoy, que ya no existe ese peligro con el desmantelamiento del comunismo tras la guerra fría, son muchas las voces que vuelven a clamar por la absoluta libertad de los mercados, una vuelta a los principios puros y duros del señor Smith.
Eso sí, cuando hay crisis, que el "papá Estado" nos salve y se encargue de inyectar dinero para que el asunto siga funcionando. En eso no hay escrúpulos de que exista intervencionismo.
Otra cosa sensata es la que planteas en tu entrada: ¿hasta dónde tiene que llegar esa intervención estatal? Tema complicado.
Muy instructivo el comentario de Cayetano, sí señor. Las teorías de Smith sirven para comprender las reacciones de un mercado de pequeños y medianos comerciantes frente a una notable fragmentación jurídica, por un lado, y ante un poder político (monárquico) con pulsiones arbitrarias, por otro. Extrapolarlo a la actualidad es 'reinventar' a Smith con propósitos presentes.
ResponderEliminarHasta qué punto el liberalismo se mueve por dogmas lo demuestra tu mismo raciocinio. El liberalismo no se opone al Estado, ni tampoco postula en abstracto la menor injerencia posible de las leyes en las libertades individuales, sino la protección más eficaz de algunas libertades como la seguridad y la propiedad.
Liberalismo y Estado no se contradicen, el segundo es creación del primero, y es además una instancia de poder mucho más potente, intensa y omnicomprensiva de lo que cualquier monarca absoluto del XVIII había soñado. Tanto es así que es el Estado con su legislación el que crea las condiciones para el desenvolvimiento del mercado capitalista: vid., por ejemplo, las desamortizaciones, las desvinculaciones y las restantes medidas para instituir la propiedad privada en el siglo XIX.
Otra cuestión, bien interesante, es qué entendemos por Estado, pues éste es susceptible de tener varias acepciones.
No, si al final resulta que el liberalismo sólo tenía sentido cuando el Estado no era, como agente económico y legislador, ni la sombra de lo que es ahora. Curioso.
ResponderEliminarSí, forma parte del argumentario típico anti-liberal que el liberalismo surge, y halla su aplicación, sólo en una época de menestrales y agricultores que acuden al mercadillo del pueblo a vender sus pimientos. Obviamente, no es así. Ni la sociedad de Mill ni de Herbert Spencer responde a tal descripción. Y ni hablar, claro, de Hayek o de Friedman, cuyas ideas se dirigen a una sociedad compleja como la nuestra.
El hecho de que el Estado es la entidad que asegura el mercado no constituye ninguna "paradoja del liberalismo", como se sugiere. Los autores liberales (que no coquetean con versiones extremas, cercanas al anarquismo) son perfectamente conscientes de ello, como lo son de que, una vez otorgado poder a unos señores, tenderán, inevitablemente, a sobrepasarse. De ahí que la desobediencia legítima sea un tema capital en el seno del liberalismo.
Como se ve en los ejemplos de la entrada, bastante lejos de cuestiones netamente económicas, el poder tiende a regular imponiendo sus criterios (ley antitabaco, ley lingüística, política sanitaria). La idea no es tanto que el Estado es un mal necesario (que también), sino que hay que mantenerlo a raya.
Esos señores llamados políticos: curiosa estirpe. O bien gestionan dinero ajeno, lo cual debe inspirar desconfianza; o bien dictan órdenes sobre cómo debemos vivir los demás, lo cual debe inspirar desconfianza.
Pero si estamos de acuerdo en lo fundamental: al poder hay que mantenerlo a raya para preservar la libertad. Ahora bien, el poder no sólo es estatal, sino que también es social, y resulta que en este segundo caso sólo puede practicarse la contención mediante leyes y coacción, es decir, mediante el uso de la autoridad pública. Por supuesto, en el primer caso, cuando un Estado (y los políticos que lo gobiernan) tienden al exceso, empiezan a regular nuestras vidas privadas y a saltarse la Constitución, entonces hay que ponerse en guardia, como bien dices.
ResponderEliminarTe comentaba que Smith es incomprensible (piensa en sus lecciones de jurisprudencia, en su distinción de la police y la beneficencia, vivo retrato del Estado de policía dieciochesco) si se escinde del modelo político en que se fraguó su sistema. No niego que formulase principios que han tenido aplicaciones posteriores.
Te lo he comentado en muchas ocasiones: lo del liberalismo capitalista y el Estado no es simple coqueteo, mal necesario, relación de mutua difidencia, etc., sino las dos caras de una misma moneda. Por eso son tan inverosímiles las soflamas liberales antiestatistas. A lo que realmente teme el liberalismo (Hayek es muestra de ello) no es al Estado mismo, sino a su deriva jacobina, al Estado democrático y parlamentario con mayorías socialistas y comunistas, al Estado que apelando a la soberanía popular puede ponerse a expropiar propiedades sin indemnización y a joder el asunto económico. Entonces, como bien dices, se invoca el derecho de resistencia legítima, y vienen los golpes de Estado y las dictaduras para reimplantar el orden natural mancillado. Fíjate hasta qué punto el liberalismo puede alinearse del lado de la dictadura y contra la democracia si son tocados por las leyes estatales puntos patrimoniales neurálgicos.
El otro Estado, el garante de la seguridad jurídica y de derechos como la propiedad, ese no es opuesto al liberalismo, sino su producto genuino. Sólo el mero hecho de que pusiese fin a la heterogeneidad jurídica premoderna, que interrumpía el tráfico mercantil, te señala la íntima vinculación entre el liberalismo y un poder llamado Estado que por primera vez en la historia europea era capaz de recoger toda la legislación civil y mercantil en dos pequeños tomos, derogando costumbres, disposiciones dispersas y principios de derecho natural. No es poco, ¿no te parece?
En el fondo, mi propósito no era sino complicar un poco tu aserto. Si el liberalismo sólo consistiese en decir que el Estado (ese monstruo que se pinta como algo ajeno y exterior a la sociedad, cuando solo es expresión de la sociedad misma) debe respetar las libertades individuales todos seríamos liberales. Está claro, ¿no? Si a esto se redujese la definición del liberalismo podría afirmarse sin problemas que los liberales son sensatos y los antiliberales poco menos que imbéciles, ya que desean ver atropelladas sus libertades por las fuerzas del Estado.
La cosa, en cambio, es más complicada. Yo a la postura que indicas prefiero llamarla constitucionalismo, entendiendo la Constitución como el depósito de los derechos y éstos como límites infranqueables del poder. El liberalismo, en cambio, desde Locke (o Smith), centra su atención en unos derechos muy particulares, como la seguridad jurídica, la propiedad privada, la libertad contractual, etc. Y creo que la historia muestra claramente cómo la protección intensa de tales derechos ha implicado siempre la vulneración sistemática de otros, aun más fundamentales, por su carácter personal y no patrimonial. Buena cosa para leer, aunque adivino que no te gustará el autor, es el estudio de Foucault sobre el ordoliberalismo.
En fin, volvemos a las andadas del debate. Un saludo afectuoso!
Totalmente de acuerdo con Dick Turpin. Cuando el liberalismo económico ve peligrar su sistema y los intereses de clase que defiende, se olvida del otro liberalismo, del político y no duda en aliarse con dictadores de la calaña del señor Pinochet que protejan sus intereses.
ResponderEliminarAdivinas bien, Foucault me parece, como supuesto sociólogo o arqueólogo de ideas o no sé qué, una tragedia.
ResponderEliminarEfectivamente, el liberalismo supone una especie de constitucionalismo, fundado sobre una filosofía del derecho de corte iusnaturalista. Se defiende (como Locke) la existencia de unos derechos preexistentes al Estado (o se los defiende como una ficción útil, digamos) pero que, en el estado de naturaleza, no son respetados, debido a la cruel naturaleza humana. No te voy a explicar ahora a ti a Hobbes. De ahí que se diga: lo instauro a usted para esto y sólo para esto, pero como sé que no se conformará, me llevaré cuidado.
¿Si la cosa fuera tan sencilla seríamos todos liberales? Yo creo que queda mucha gente imbuida de paternalismo. Muchos pensarán que el Estado sí posee una función de "vanguardia" en muchos campos. Otro ejemplo: compárese la política cultural de EE.UU. con la europea. ¿Por qué subvencionamos aquí tanto y allí tan poco? El argumento de "si no fuera así, en España se harían la mitad de películas de las que se hacen" (oído por mí recientemente en la SER), habla por sí solo.
No conviene olvidar que no todos los liberales desean privatizar, sin más, la sanidad o la educación. Aunque sí muchos socialistas han visto nuestro Estado actual como el gran enemigo del Estado que ellos pretenden construir. Estoy pensando en los grandes nombres del gran partido socialista europeo, el SPD: Rosa Luxemburgo, Liebknecht, Kautsky.
A quienes, como Cayetano, no se les cae de la boca el argumento del apoyo del país más capitalista del mundo (pero ojo, con un gasto público también considerable, y, además de capitalista, democrático), olvidan que EE.UU. realiza la ecuación: democracia-libre mercado-prosperidad. A ello se añade que se vivía en un mundo bipolar: o el país cae en mi órbita o cae en la del eslavo socialista (prometo volver sobre la doctrina Monroe). Así, cuando hubo que decidir si apoyar al libre mercado o a la democracia, la balanza cayó de parte de la primera, porque había, ante todo que evitar otro satélite enemigo. Lo mismito hacía la URSS: ¿o quién invadió Afganistán o sacó los tanques a la calle en Europa? Al fin y al cabo, la democracia ya se reinstaurará, pero el mundo de dos bloques parecía eterno.
Si bien es cierto que el socialismo fracasa definitivamente en 1989, también lo es, como hemos comentado alguna vez, que el Estado del Bienestar se ve obligado a la revisión tras los 70 (crisis del petróleo) y tras el fracaso del modelo sueco. Se trata, ahora, de un reajuste, siempre inestable, entre los ingresos y los gastos destinados a sufragar sanidad, pensiones, educación, etc. Y aquí, como dice un amigo mío, todo son matices,que, oye, serán importantísimos, pero matices.
Algunos, p. ej., estamos por una reducción de impuestos y un recorte del gasto público, y por eso, quizá, se nos puede englobar en el liberalismo, pero ello no implica que se predique la privatización de la sanidad. Bajar un punto del impuesto sobre la renta para las rentas medias es posible y, como te decía, se cierra el grifo para el cine español o se vende TVE. ¿Son matices? Seguramente, pero importantes.
Un saludo afectuoso para ti también; afectuoso, reflexivo y, si se precisa, beligerante. ¡Veo complacido que en 2010 continúa el debate!
Sólo una curiosidad, ¿por qué te parece Michel Foucault una tragedia como autor? ¿qué encuentras de reprochable en Vigilar y Castigar, Las palabras y las cosas, Historia de la locura o en las recientemente editadas lecciones del Collége de France?
ResponderEliminarEl otro día pasaban un documental sobre la enseñanza primaria en Finlandia. Cuando hablaban del salario de los maestros, del quorum de alumnos, de las materias impartidas, del nivel de fracaso escolar, etc., me acordé de ti y de tu noción del 'fracaso del modelo escandinavo'. Parece que por muy fracasado que esté sigue funcionando y dando buenos frutos, pero vaya, puedo equivocarme, y los del documental mentirnos...
Y, en efecto, está bien que menciones el caso del gasto público estadounidense. El que pasa por ser el Estado más liberal del mundo resulta que gasta más que cualquier otro europeo en sanidad y tiene sin protección sanitaria básica a millones de personas. Algo bastante atrasado, ¿no crees?
De hecho, lo de la prosperidad es algo discutible. Cierto es que la clase media estadounidense tiene un poder adquisitivo considerablemente mayor a la europea, que cada vez está más castigada, debido entre otras cosas al sedicente socialismo que nos gobierna. Pero el nivel de marginalidad y pobreza que por allí existe es, con todo, proporcionalmente mayor y hasta escandaloso en comparación con los principales países europeos. No sé muy bien entonces dónde puede haber más prosperidad...
Un abrazo
No, no te aceptaré el ejemplo del éxito del modelo educativo finlandés como argumento a favor de mayores prestaciones sociales (aunque no estaba en el tapete privatizar la educación). El modelo finlandés está siendo, obviamente, muy estudiado y ya comienzan a leerse tesis doctorales sobre él. Y parece que la clave está en reclutar a los mejores de cada facultad para la carrera docente. ¿Sabes que se pide una nota media de 9 en la licenciatura para muchas especialidades de la secundaria? Aparte de la ratio de alumnos por aula, en realidad, lo que hace falta para un buen sistema educativo no cuesta mucho más dinero que el destinado en países como España - que no está a años luz de Finlandia en eso, eh - (buenos currículos y, en general, una buena ley educativa). Efectivamente, la que nos gobierna es, en todo caso una socialdemocracia muy sedicente, porque las desigualdades sociales crecieron en su anterior legislatura que daba gusto. Y, volviendo al tema, lo que está claro es que el PSOE, en cuestión de educación, ha resultado un drama para España. Dos leyes absolutamente catastróficas que tienen a las nuevas generaciones como las tienen. Está demostrado que, a partir de cierta cantidad, el el rendimiento decreciente de la inversión en educación es prácticamente total, vamos, que cada céntimo se nota muy poquito. (Una curiosidad: La Rioja está entre los mejores de los estudiados en el informa PISA; Andalucía entre los peores).
ResponderEliminarPor cierto, incluso Finlandia ha discutido en su parlamento la semi-privatización de la educación por medio del cheque escolar.
Y nadie estaba de acuerdo con el sistema sanitario americano tal y como estaba. No he oído absolutamente a nadie defender que no hacía falta reforma alguna. De todas formas, quiero añadir, fíjate a qué ejemplos nos vamos siempre, ineluctablemente, para defender un Estado del Bienestar gigantesco, a los países nórdicos. Poquita gente, trabajadora, con materias primas, un paisanaje tranquilo y civilizado. No constituye eso, precisamente, un caso paradigmático.
¿Hay mucha marginalidad en EE.UU.? Y la mayoría de gente, como bien dices, disfruta de mayor renta que en Europa. De hecho, la movilidad social estadounidense hace que cuando se habla de las rentas más bajas o más altas, resulta que, en el transcurso de unos años, no se suele estar hablando de las mismas personas. Se suele obviar ese dato.