viernes, 16 de octubre de 2009

¿Somos idiotas? (I)

La idea de que la televisión nos ha idiotizado es tan antigua, probablemente, como la propia televisión. Sartori ha desarrollado esta idea con lucidez. Intento recomponer su argumento.

1. Pensar requiere el trabajo con conceptos. El ser humano se caracteriza, precisamente, por ser un animal simbólico; el lenguaje le permite discurrir gracias a que le ofrece la capacidad de conceptualizar la realidad, es decir, de hacer presente una realidad que no es inmediatamente presente a los sentidos y de generalizar. El ser humano, en cuanto ser pensante, es, inevitablemente, un animal loquax, un animal que habla.

2. El texto escrito y el discurso hablado obligan a discurrir, dado que estamos ante el discurso simbólico y, por tanto, conceptual. Pero la televisión introduce un elemento: la imagen. Ésta, en televisión, prima sobre la palabra. "La televisión invierte la evolución de lo sensible en inteligible (...), produce imágenes y anula los conceptos, y de este modo atrofia nuestra capacidad de abstracción y con ella toda nuestra capacidad de entender."

3. Es un hecho empírico que los niños son grandes consumidores de televisión. De hecho, han consumido ya una ingente cantidad de televisión antes de aprender a leer y escribir. No podemos escamotear este hecho, dado que, debido a él, se está creando un nuevo ser humano, un ser humano al que le cuesta sobremanera comprender un discurso de alto contenido conceptual, ya que su educación se ha desarrollado mediante imágenes. Ha nacido el video-niño. Y con él, el homo sapiens pasa a homo insipiens.

4. Se debe señalar que la imagen, por sí sola, nunca enseña nada. Lo que se ve no produce ideas; la relación es la contraria: lo que se ve se interpreta mediante nuestras ideas. Cuando el homo sapiens se convierte en homo videns, se ha vuelto más idiota. Sartori dictamina que "el acto de ver está atrofiando la capacidad de entender."

5. Todo esto ha conllevado la famosa "emotivización de la política, es decir, una política dirigida y reducida a episodios emocionales." La política se ha convertido en una apelación a los sentimientos, y esto es peligroso. Lo es porque los asuntos políticos deben discutirse racionalmente, y requerirán, de seguro, conceptos abstractos - libertad, justicia, etc. - , donde hay sentimientos no habrá argumentos.
Esta emotivización nos convierte en más manipulables. Es difícil enardecer una masa, en un sentido u otro, sólo mediante prensa escrita, complicado mediante la radio, pero fácil mediante imágenes televisivas. Esta consecuencia de la televisión está revelándose como funesta para la democracia.

6. La televisión, además, dada su necesidad de emitir imágenes continuamente, ha hallado un problema: el agotamiento de eventos noticiables la obliga a crearlos. Se ha visto impelida a crear un personaje de quien no había razón para que lo fuera o a prestar atención a hechos que, prima facie, resultan absurdos como noticia (véanse los telediarios del verano o el minutaje dedicado a los deportes). Nace, de esta manera, el pseudo-acontecimiento, es decir, "el hecho que acontece sólo porque hay una cámara que lo está rodando, y que, de otro modo, no tendría lugar."

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