El día es muy largo en la Europa del norte en verano. Amanece hacia las 4 de la mañana y el atardecer llega, como aquí en el sur, pasadas las 9 de la noche. La luz de la tarde es clara, con un ligero toque de color miel. El toque realza - lo pienso ahora - el color de la torre. Y cuando se habla de "la torre" en Varsovia, sólo se puede estar hablando de una torre: la del Palacio de la Cultura y las Ciencias.
El edificio se alza imponente en el centro nuevo de la ciudad. E imponente quiere decir imponente: 231 metros de altura. Lee uno estas cosas antes de visitarlo, lee uno que se trata de pura arquitectura socialista y se espera un mamotreto de piedra, un bloque denso y grisáceo. Y, en cierta manera, es todo eso, es un mamotreto y un bloque. Pero, en cierta manera, no lo es. Para mi sorpresa, me resulta hermoso. Imponente, espectacular, sí, pero hermoso.
Si se aloja usted en el hotel Jan III Sovietsky, lo verá al final de la calle cada vez que salga a la puerta; si se aloja usted en el Novotel, tendrá la fortuna de verlo desde su misma habitación.
Como se sabe, es un regalo (es decir, una imposición) de Stalin a Varsovia. Cuenta la leyenda que los arquitectos socialistas calcularon la altura que habría de tener haciendo volar un avión sobre el lugar , y que desde tierra sólo daban una instrucción al piloto: más alto, más alto.
Quedan aún las figuras que se hicieron esculpir en hornacinas en los laterales: un hombre austeramente vestido (¿un estudiante?) que sostiene un libro cuya portada dice: "Marx, Engels, Lenin", un minero, un soldado, etc. Para compensar, el edificio se halla actualmente rodeado - diríase, casi, acosado - de enormes y modernísimos rascacielos de multinacionales. En las ventanas de uno de ellos, del tan en boga cristal de espejo, se refleja la torre socialista, conformando una foto a la que no se resiste alguna guía de viajes.
Sin embargo, ay, los polacos no le tienen mucho cariño. Incluso se llegaron a plantear la demolición tras la caía del socialismo. Lo entiendo, cómo no entenderlo, pero se alegra uno de que no lo hicieran. A partir de 2010, por cierto, alojará el museo del comunismo; el propio Lech Walesa está colaborando en la organización. Por la noche, la iluminación resulta la idónea y, claro, la torre señorea la ciudad toda. Pero ahora cae la tarde y una nube negra y, también, colosal ha comenzado a descargar con furia. El paraguas, hispano, se muestra endeble y, para colmo, nos demoramos más de la cuenta ante el gigante estalinista, ¿nos dará ahora alguien de cenar?
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