jueves, 27 de octubre de 2011

New York: Hopes and Dreams

For this part of the ride
You leave behind your sorrows.
Big wheels rolling through fields,
where sunlight streams.
Meet me in the Land of Hopes and Dreams.
Bruce Springsteen.


Es Times Square un avispero de turistas, arremolinados bajo los célebres paneles de neón. Lucen más mágicos, más hipnóticos, si se me permite, en la noche. Me cuenta un amigo nativo que hace sólo unos quince años era el lugar un rincón desolado, punto de encuentro de prostitutas y otras gentes de mal vivir. Los neones espantaron a las pécoras y atrajeron a los comerciantes y los turistas. Todo un espectáculo lumínico y fluorescente ante el que se pregunta uno, como Josep Plà, ¿esto quién lo paga? 



Inmesas algunas de las tiendas que allí se asientan. En la misma calle Broadway se erige, por ejemplo, un colosal edificio de M&M's, esos pequeños bombones en forma de pastilla que, como rezaba el anuncio, se derriten en tu boca y no en tu mano. Ana, como niña que es, disfruta recorriendo sus pasillos y disfruta, también, ante su neón chillón:

Existe en Times Square el Wishing Wall, el Muro de los Deseos. Se trata de que cada cual añada a la curiosa pared, ubicada en un edificio donde compra uno entradas de teatro y tours varios, un posit con sus deseos para el año venidero. Abundan, no podía ser de otra manera, los "hacerme rico", "que me toque la lotería". Aunque, a decir verdad, son minoría ante aquellos de más elevados sentimientos: "que se encuentre cura para mi diabetes", "salud para toda mi familia", "paz en el mundo". "Felicidad para mi marido y mis hijos" decía uno con forma de corazón. Algún otro eriza la piel: "Que a mi mujer le funcione la quimioterapia". Los hay, también, de corte político: "Que le salgan mejor las cosas a Obama" -con esas u otras palabras el mensaje se repite - , aunque muy inferiores en número ante aquellos que ansían la llegada del amor: "Encontrar al hombre de mi vida", "que Johny me pida matrimonio" o, más llano pero, quizá, más contundente: "echarme novia".

Decía el gran psicólogo Viktor Frankl, que desarrolló su teoría (la logoterapia) a raíz de sus experiencias en Auschwitz, y citando al mismísimo Nietzsche, que quien tiene un por qué para vivir, siempre encuentra un cómo. He ahí, en el Wishing Wall de Nueva York, bajo el neón -cómo no- que reza Hopes & Dreams, todos esos porqués. Ojalá hayan encontrado un cómo.

sábado, 15 de octubre de 2011

New York y Apple (pero vía Cracovia)

No podría, aunque quisiera, dejar de hablar de Nueva York. Nueva York: esa ciudad que más que una ciudad es un país dentro de un país que más que un país es un continente. Nueva York: hiperbólicamente publicitada por cine y televisión y, sin embargo, siempre tan enigmática y exótica. Nueva York: la lograda confluencia entre millones de personas y millones de coches y millones de todo y una afabilidad y sosiego que rayan lo inexplicable. Quien ha estado en Nueva York, lo sabe; quien no, no. Ilustra esto que digo como pocas estampas la de Central Park: la calma lacustre, el graznido de los patos, los corredores sudorosos y la inmesidad boscosa y fresca; todo ello tras la cortina de una ciudad monstruosa. Los patos de Central Park son, acertó el lector letraherido, aquellos sobre los que Holden Caufield se preguntaba dónde irán cuando el lago se hiela. Holden Caufield, de alma enrevesada, de una desencantada puerilidad, perdido y lúcido a la vez: bella síntesis de esta ciudad.

La ciudad es exactamente (e-xac-ta-men-te) como tantas veces ha visto uno en la pantalla, grande y pequeña: miríadas de taxis amarillos, hordas de todos los colores cruzando los semáforos, barrios para todos los gustos, un metro de museo, abrumador estallido de rascacielos, alcantarillas que humean, trasiego libérrimo.

Y, claro, tampoco podría yo evitar hablar estos días de Steve Jobs y, por extensión, Apple. Adquirí este verano mi primer i-Pad en la célebre tienda que Apple mantiene abierta, en la Quinta Avenida, 24 horas al día durante 365 días al año. El edificio es, básicamente, un cubilete acristalado, que en verano es cubierto por unos tablones del blanco característico de la casa, por obvias razones de temperatura estival. Los i-Pads se venden en el local cual si fuesen magdalenas para el desayuno. Compramos los nuestros Ana y yo, ya a avanzada hora de la noche, por eso de evitar colas y aprovechando la cercanía del hotel. Camina uno con su tesoro bajo el brazo en Nueva York como, desde luego, no lo hago en Barcelona o Alicante. 

La espectacular Quinta Avenida da pie a rememorar la remota Cracovia. ¿A cuento de qué? Si Steve Jobs se ha erigido como figura del capitalismo, lo es porque encarna la antítesis de Cracovia. Me explico. Oskar Lange fue un historiador polaco, profesor en Cracovia, que intentó hacer del socialismo un sistema económico viable. Para ello se decidió a aplicar al socialismo el sistema de precios que ofrece en el capitalismo una fuente de información económica sin igual. Es decir, los bienes y servicios continuarían comprándose y vendiéndose, con una precio en la etiqueta y un dinerillo en los bolsillos de la gente. Eso sí, al final sería todo un poco ficticio, dado que todo el dinero es recaudado por el Estado, que procede a su redistribución. Gracias a esto, el Comité de Planificación Central dispondría de toda la información posible y actuaría, así, de forma más racional y eficiente que cualquier empresa: conocería, perfectamente, la estructura de la demanda agregada en cada momento. Ay, Cracovia, qué lejos queda de Nueva York y, no obstante, qué vívida en mi memoria:


El error de Lange -por bella que nos parezca Cracovia- es que el progreso, diríase casi la civilización, consiste, más bien, en lo que Hayek denominó "competencia dinámica". Es decir, que Lange piensa que el socialismo es el colmo de la competencia capitalista (¡!) porque dispondría de toda la información acerca de lo que los sujetos deseamos hoy, en base, además, a lo que se nos oferta ahora. La competencia dinámica, la operante en el capitalismo, aquella que Jobs ilustra elocuentemente, trata de descubrir qué nos complacería si nos lo ofrecieran. No se trata de una tesis freudiana acerca de que uno tenga deseos que no sabe que tiene, se trata de que una empresa, un tal Jobs, puede imaginarse una manera de hacerle a usted la vida más cómoda. Si acertó o no, usted dirá. Desde que quedé convertido, por obra y gracia de la Quinta Avenida, a la religión Apple, el arsenal de libros, artículos, revistas que solían hacer saltar las costuras de mi mochila, darme problemas en los aviones y perjudicar seriamente mi espalda, ha pasado a ser liviano como una i-Pluma. ¿Cómo, me pregunto, habría podido saber eso el Comité de Planificación Central de Lange?

Ay, la Quinta Avenida, cuán diferente de Cracovia y, sin embargo, cuán cercana en la memoria: 



Socialismo de mercado se ha llamado a la teoría de Lange. Stalin quedó impresionado por la teoría (pidió a Roosevelt que permitiera al economista polaco, que andaba entonces dando clase en Chicago, viajar a la URSS para entrevistarse con él). Hay quien ha sugerido que el actual sistema chino es una muestra del teorizado por Lange. Más de uno, tal vez, haya querido autoconvencerse de ello cuando contemplaba el Mao Tse-Tung de Warhol que cuelga en las paredes del Metropolitan:


Los más recalcitrantes podrán argüir que el Comité de Planificación languiano podría, también, dedicarse a la investigación e innovación. Innovación planificada: el paradigma de la contradicción lógica. Pero los recalcitrantes son así. Al fin y al cabo, deberían pensar, tal vez no sea casualidad del todo que Apple, que la misma Internet, naciera en California y no en Cracovia.