Es lo que parece, junto al célebre Checkpoint Charlie, en lo que era la entrada a la Alemania Occidental y como puesto para provocar, se ubica actualmente un McDonald's. Los clientes, para colmo, poseen una vista privilegiada sobre la caseta dichosa, tan acosada por los turistas. Me recuerda a la idea de instalar la Bolsa de Varsovia en lo que era el edificio del Comité Central del Partido. La foto, doy palabra, no tiene una migaja de fotoshops: así es la historia, así es la vida.
El lugar debe darle al turista informado e inquisitivo oportunidad para reflexionar sobre el porqué de la ingratitud europea hacia los norteamericanos. Dos veces, dos, han puesto miles de muertos en nuestros lares para evitarnos el trago de pertenecer a un Imperio Prusiano - militarizado e intolerante - y, sin embargo, nunca ni una palabra de agradecimiento, nunca una palmada en la espalda. ¿Se trata, simplemente, de eso de que los yanquis son capitalistas genéticos y no pensamos agradecerles nada? ¿O, quizá, que nadie salva pellejos de balde y no se agradecerá una salvación seguida de la imposición del FMI y el Banco Mundial? Ahí quizá mordemos más en hueso. ¿O se trata de no querer agradecer la ayuda prestada a quien no se detuvo en aquellas cuasiangelicales intervenciones sino que prosiguió patrullando el mundo y moviendo gobiernos aquí y allá a su antojo? ¿O incluso del pavor comprensible que puede inspirar una maquinaria militar jamás conocida en la historia de la humanidad? Definitivamente, el Checkpoint Charlie inspira al turista y no lo hace repetir el mantra del antiyanquismo de la izquierda europea sin más reflexión.
Buen lugar, el Checkpoint Charlie, para darle vueltas a las guerras de Afganistán o Iraq. ¿Por qué poner un pie en tan exóticas tierras si ninguno de estos Estados ha declarado la guerra a EE.UU.? El denigrado concepto de guerra preventina procede del politólogo canadiense M. Ignatieff y, en realidad, no se trata tanto de ataque preventivo como del reconocimiento de que las guerras actuales ya no suceden siguiendo una protocolaria declaración de guerra (¿cuántas veces, en realidad, lo han hecho?). Tras los atentados del 11-S se impone la visión más realista de que los Estados jugarán más bien la baza de apoyar actos terroristas contra EE.UU. Afganistán o Iraq no pueden desembarcar en Carolina del Norte, pero sí pueden financiar actos terroristas y ofrecer refugio a sus autores. Guerra preventiva no significa, pues, más que declaración implícita de guerra.
Hagamos el experimento mental de suponer que, aún en plena guerra fría, EE.UU. hubiera seguido una política estrictamente aislacionista, a lo Rothbard. Nada de guerra de Corea, ni de Vietnam, ni de crisis de misiles cubanos, ni de nada. Todo ese dinero invertido en médicos, maestros y carreteras para los americanos, bello pensamiento. Pero quizá no tan bello pensar qué habría sucedido si toda Indochina hubiera pasado sin oposición alguna al bloque socialista. Cuando, tras la creación de los Estados marioneta de Laos, Camboya y Vietnam, la URSS y China se apresuran a apoyar y armar a Ho Chi Minh, ¿qué se supone que debe hacer EE.UU.? Ahora bien, en honor a la verdad, una vez que EE.UU., humillado y abatido, abandona la región y los comunistas se hacen con el poder, nada sucedió de especial gravedad para la seguridad americana. Mas también en honor a la verdad sea dicho que los americanos abandonan el país dejando el Vietcong hecho unos zorros: cayeron unos sesenta mil americanos y no mucho menos de dos millones de vietnamitas. No obstante, puede preguntarse el turista entre las barras y estrellas que abundan en el Checkpoint, para qué sirvió tanto esfuerzo, y se lo preguntan con él los EE.UU. aún hoy día: nada, no hay manera de aclararse.
Imaginemos, también, el mundo actual con Sadam Hussein y los talibanes en sus respectivos gobiernos. ¿Nada habría que temer respecto a que Al Qaeda o afines se hicieran con armamento nuclear? ¿De verdad los aislacionistas aguardarían para actuar hasta el mismo momento en que las bombas aterrizaran sobre Manhattan? ¿No debería mover un pelo de la administración yanqui el que las hordas binladenianas se hicieran con Pakistán? ¿O debemos pensar que, como con Indochina, no sería para tanto la cosa?
Buen lugar, el Checkpoint Charlie, para darle vueltas a las guerras de Afganistán o Iraq. ¿Por qué poner un pie en tan exóticas tierras si ninguno de estos Estados ha declarado la guerra a EE.UU.? El denigrado concepto de guerra preventina procede del politólogo canadiense M. Ignatieff y, en realidad, no se trata tanto de ataque preventivo como del reconocimiento de que las guerras actuales ya no suceden siguiendo una protocolaria declaración de guerra (¿cuántas veces, en realidad, lo han hecho?). Tras los atentados del 11-S se impone la visión más realista de que los Estados jugarán más bien la baza de apoyar actos terroristas contra EE.UU. Afganistán o Iraq no pueden desembarcar en Carolina del Norte, pero sí pueden financiar actos terroristas y ofrecer refugio a sus autores. Guerra preventiva no significa, pues, más que declaración implícita de guerra.
Hagamos el experimento mental de suponer que, aún en plena guerra fría, EE.UU. hubiera seguido una política estrictamente aislacionista, a lo Rothbard. Nada de guerra de Corea, ni de Vietnam, ni de crisis de misiles cubanos, ni de nada. Todo ese dinero invertido en médicos, maestros y carreteras para los americanos, bello pensamiento. Pero quizá no tan bello pensar qué habría sucedido si toda Indochina hubiera pasado sin oposición alguna al bloque socialista. Cuando, tras la creación de los Estados marioneta de Laos, Camboya y Vietnam, la URSS y China se apresuran a apoyar y armar a Ho Chi Minh, ¿qué se supone que debe hacer EE.UU.? Ahora bien, en honor a la verdad, una vez que EE.UU., humillado y abatido, abandona la región y los comunistas se hacen con el poder, nada sucedió de especial gravedad para la seguridad americana. Mas también en honor a la verdad sea dicho que los americanos abandonan el país dejando el Vietcong hecho unos zorros: cayeron unos sesenta mil americanos y no mucho menos de dos millones de vietnamitas. No obstante, puede preguntarse el turista entre las barras y estrellas que abundan en el Checkpoint, para qué sirvió tanto esfuerzo, y se lo preguntan con él los EE.UU. aún hoy día: nada, no hay manera de aclararse.
Imaginemos, también, el mundo actual con Sadam Hussein y los talibanes en sus respectivos gobiernos. ¿Nada habría que temer respecto a que Al Qaeda o afines se hicieran con armamento nuclear? ¿De verdad los aislacionistas aguardarían para actuar hasta el mismo momento en que las bombas aterrizaran sobre Manhattan? ¿No debería mover un pelo de la administración yanqui el que las hordas binladenianas se hicieran con Pakistán? ¿O debemos pensar que, como con Indochina, no sería para tanto la cosa?
He comentado en otra ocasión que el Checkpoint y el Muro no se pueden entender sin Ronald Reagan. Se erige allí mismo un Center for Liberty and Democracy en su honor. Berlín es aquí agradecida. Y quizá su actitud respecto al Muro - no a Sudamérica - , enérgica sin intervencionismo, apoyo sin la CIA de por medio, sea el ejemplo correcto. Además, en este debate de intervencionismo versus aislacionismo, no son al final los argumentos lo que deciden, sino el vil metal. Era el Treasury Secretary, más que los campus universitarios, quien opinaba que la guerra de Vietnam era injusta, y tres cuartos de lo mismo para Afganistán o Iraq, porque las guerras, como (casi) todo en la vida, hay que pagarlas.
PD. De manera sumamente inopinada para mí, esta bitácora cumple el día 30 de julio, 2 años. A propósito de Ronald Reagan, por esas fechas y Dios mediante, yo debería estar atterizando en el aeropuerto Ronald Reagan de Washington, procedente de Boston y antes de dirigirme a Nueva York. Mentiría si no confesara que cada entrada viene acompañada de la sensación de ser la última. Mentiría, también, si no confesara cuánto disfruto escribiendo. Me conformaría, pues, con que ustedes, mis escasos pero estimados acompañantes, hubieran disfrutado con su lectura una minúscula parte de lo que yo lo he hecho con su escritura. En todo caso: buen verano.
PD. De manera sumamente inopinada para mí, esta bitácora cumple el día 30 de julio, 2 años. A propósito de Ronald Reagan, por esas fechas y Dios mediante, yo debería estar atterizando en el aeropuerto Ronald Reagan de Washington, procedente de Boston y antes de dirigirme a Nueva York. Mentiría si no confesara que cada entrada viene acompañada de la sensación de ser la última. Mentiría, también, si no confesara cuánto disfruto escribiendo. Me conformaría, pues, con que ustedes, mis escasos pero estimados acompañantes, hubieran disfrutado con su lectura una minúscula parte de lo que yo lo he hecho con su escritura. En todo caso: buen verano.