martes, 10 de mayo de 2011

Saint Andrews: de ruinas y de lápidas (o bye, bye, miss Scottish pie)

¿Cómo no dejar a mi memoria revisitar Saint Andrews? ¿Cómo no dejarla -incitarla, incluso- rememorar aquel cierzo que sopla gélido y aquel ambiente calmo entre casas bajas y aquel paseo junto al mar rugiente?  ¿Cómo no dejarla -sí, instigarla- regodearse en el recuerdo de las ruinas de la Catedral, catedral antigua, que alojan un cementerio, cementerio antiguo, que mira al mar? Mar que exhala, en el invierno, un cierzo gélido y afilado. Recomiendo, claro, dedicar una atardecida a Saint Andrews. El sol desciende lánguido, dejándose engullir por la mar brava, y aventa sus últimos resplandores por entre las piedras catedralicias, por entre las lápidas centenarias, por entre la hiedra que a ambas corroe. La ciudad, mientras, es silencio, y resuena, entre rabioso y acompasado, el mar junto a tanta ruina. 

La ciudad es pequeña y amable. La ciudad es tranquila. La ciudad, sin embargo, alberga a miles de estudiantes que, a la noche, atestan las tabernas y se deleitan entre cervezas y licores. La ciudad es taciturna entre las ruinas; es encanto al atardecer, cuando la piedra recibe esa luz del sol ya desbastada por el día y por el frío; es algarabía en las cantinas estudiantiles; es naturaleza pura en las afueras, donde abunda el bosque y la pradera y las ardillas y la niebla baja. Saint Andrews se halla en la costa Este escocesa, preñada de oro negro que impregna la vida de estas gentes. La ciudad es también reflexión entre las arcadas inmemoriales en los caminos silentes.

Se han celebrado recientemente elecciones en Escocia y ha arrasado el SNP, el partido nacionalista escocés. No exagero: arrasado. Se hunden los laboristas, se hunden los liberales y se hunden un poco más, per impossibile, los conservadores. Escocia es otra desde que se descubriera el petróleo de su agreste, inmensa costa. El petróleo ofrece unos fondos que, de no repartirse en Londres, resultan promisorios de una vida noruega o, como poco, suiza. Resulta que cuando a finales de los setenta se celebró un referéndum acerca de la Devolución -retomar el Parlamento escocés, simplemente- , la participación fue del 63%, y los escoceses que votaron que sí (aun suponiendo el 52% de quienes votaron) fueron un exiguo 33%. El sentimiento nacionalista no estaba, pues, tan presente como muchos tienden a concebirlo en Escocia. De hecho, cuando el referéndum se repitió en 1997, el electorado que dio el sí fue el 44% (suponiendo, eso sí, el 74% de quienes votaron).

Desde entonces, crecimiento económico y petróleo -Scottish oil for Scotthis people, It's Scotland oil- han azuzado el sentimiento independentista. Y digo independentista porque el nacionalismo escocés no hace nunca hincapié en sus diferencias culturales, raciales o religiosas con los ingleses. Y no lo hace porque son inexistentes. Se trata de un independentismo petrolífero, si me permiten la expresión. El día que Escocia declare su independencia, será el final del Estado del Bienestar inglés, ulsteriano y galés -financiado en gran parte con el petróleo escocés- y el comienzo de un espectacular nivel de vida para los escoceses. No en vano, una de las promesas electorales de los nacionalistas escoceses ha sido, por ejemplo, educación superior gratuita (mientras conservadores y liberales la encarecen en Londres). Otra enjundiosa promesa ha sido la de congelar durante toda la legislatura el impuesto de la propiedad inmobiliaria, que, todo sea dicho, es carísimo por allí (la media está en más de mil libras al año por casa). 

Son muchos los que dan por sentado que el SNP cumplirá su promesa de celebrar el referéndum sobre la independencia y de que, con estos mimbres, tiene muchas opciones de tejer su ansiado cesto. (Ojo: sin los diputados que los laboristas envían desde Escocia, Westminster podría ser tory por los siglos de los siglos). A mí, loable me parecía la postura de una Escocia timorata con la independencia, dado que primaban otro tipo de consideraciones por encima de la netamente económica, lo cual le hacía gracia a mi natural anglofilia, como loable me parecerá su ansia de autonomía económica: el añejo y castizo lo mío pa' mí

Magnificentes las ruinas de la Catedral con el mar bravo como fondo: 


¿Auguran, por ventura, las ruinas del noble y vetusto Reino Unido?

1 comentario:

  1. ¡Cómo recuerdo Saint Andrews y en concreto esas ruinas! Mi imagen es de un dorado y frío atardecer. Cuídate mucho

    ResponderEliminar

Si deseas enviar un comentario privado al autor: elsantodia@hotmail.com