martes, 31 de agosto de 2010

Cantos de cisne (o sobre las mentiras del calendario)

Hablo de la cultura occidental. A mí, realmente, me interesan las personas; también los animales y si me apuran los paisajes, pero, ustedes me entienden, me interesan las personas y su bienestar por encima de las lenguas, las culturas o, por supuesto, las religiones. En parte se debe a un argumento nominalista: las sociedades, las familias y cualesquiera grupos que se considere no son más que un agregado de personas. Hablar de otra manera es recurrir a la metáfora. Las personas poseen un estatus ontológico genuino; las demás instituiciones, sólo derivado.

Así, pues, si me preocupa la desaparición de la cultura occidental, se debe sólo a que creo que eso, la llamada cultura occidental, supone el mayor logro de la humanidad, hasta la fecha, en cuestión de libertad y bienestar para los seres humanos. Ya desde largo, con Spengler o Nietzsche, se habla de la decadencia de dicha cultura. Europa es un animal exangüe, dicen unos; a EE.UU. le llegó su San Martín como potencia mundial, piensan otros; países occidentales o candidatos a ello - como Japón o Australia - se arrimarán al sol que más calienta - se orientalizará el uno, se asiatizará el otro - decía Huntington. 

Me resisto a creerlo. Éstas son, expuestas a uña de caballo, algunas de mis razones:

- La crisis económica, como todas las crisis, concluirá, y la UE y EE.UU. volverán a respirar a pleno pulmón, y el euro y el dólar volverán a ser monedas solventes, si es que alguna de ellas ha dejado de serlo. Es por ello que la UE - ese milagro geopolítico - y el euro - ese milagro políticoeconómico - deben ser tratados con tino. La primera debe desacelerar la incorporación de países que podrían lastrarla en el futuro, el segundo debe cuidar a los enfermos críticos - Irlanda, España, Grecia y alguno más - . 

- EE.UU. supone actualmente el 25% del PIB mundial; no creo que dentro de 10 años baje del 21%.

- Algunas de las más importantes economías emergentes, como Irán, China o Rusia, van sobradas de problemas internos. ¿Cuándo volverá la nueva oleada contestataria iraní? ¿Hasta cuándo en China se tolerará mansamente la férrea censura sobre las nuevas tecnologías? Por añadir otro concreto ejemplo: ¿las gentes de Arabia Saudita, Líbano o Emiratos Árabes van a tolerar sine die que se les prohíba el BlackBerry? Es posible que ello las debilite, mientras que  UE/EE.UU. se dedican a pagar su deuda con mayor tranquilidad.

- Relacionado con lo anterior: es difícil de disputar que tecnología y libertad para utilizarla, junto con bienestar material, suele originar occidentalización. Por cierto, que no la hemos definido; valga esto: democracia parlamentaria, Estado del Bienestar más o menos robusto, imperio de la ley, secularización masiva de la población junto con separación de Iglesia y Estado, grandes cuotas de libertad individual y de respeto a los derechos civiles y humanos, primacía de la racionalidad, bajos niveles de corrupción política y policial, etc.

- Si bien es cierto que algunas sociedades no occidentales, especialmente en el mundo árabe, han aumentado su sentimiento antioccidental y se vive un resurgimiento de movimientos nacionalistas o "nativistas", también lo es que algunas sociedades no occidentales se arriman a EE.UU. y no desean que éste abandone ya su inveterado papel de policía del mundo. No lo quiere, p. ej., la India, ni Nicaragua, ni Ucrania o Polonia, posiblemente tampoco Jordán, Marruecos, el propio Egipto, ni ya Líbano.

No, no asistimos al canto del cisne de Occidente, pero, tampoco hagamos un tabú de ello, sí del verano. La fotografía que hice hoy para ustedes lo hace patente: por mucho que madrileños y otros castellanos, ansiosos de agua salada inunden la playa, ya no picaba el sol, ya zarandeaba el aire las palmeras, ya se habían colado unas incómodas nubes brunas. La playa se llama "El Mar de Cristal", ¡qué bello nombre! Como bello ha sido este verano, este verano que - lo siento, de verdad que lo siento - ha llegado a su fin. 

Confesaré algo para acabar. Para muchos de nosotros, desde luego para mí, el año auténtico - no el del calendario - comienza el 1 de septiembre. Siempre he sido partidario de celebrar en dicha fecha el cambio de año. Con uvas y champán y confeti, si es preciso. Es ahora, en este postrero paseo que me regalo, que he hecho mis votos para el nuevo año, que me han acompañado cavilaciones acerca del paso del tiempo, que he bosquejado un breve resumen mental sobre lo hecho y lo por hacer en esta vida y en este año. Me dirán que aún queda verano, exactamente hasta el 20 de septiembre. Eso sólo según el mentiroso calendario. El verano - y para mí el año - acaba hoy, con agosto. Occidente no, pero el verano, admítanlo conmigo, dice hoy mismo adiós. Que tengan un feliz otoño.

jueves, 19 de agosto de 2010

Múnich: alegría y apaciguamiento

Múnich es una ciudad alegre; ya el taxista que me lleva del aeropuerto al hotel me dice que la ciudad tiene ein italienisches Flair, “un toque italiano”. Efectivamente, la noche se muestra más vivaz de lo habitual en estas tierras. En ciertos locales, percibo, se habla ligeramente más alto de lo que por aquí es cortés norma. Hay alegría. No me resulta tan alegre, empero, lo que aquí sucedió. En las afueras, fácilmente accesible en autobús, se encuentra Dachau, el terrible campo de concentración nazi. Aquí, en Múnich, se celebró también (1938) la conferencia donde Hitler acabó de envalentonarse ante la percepción de la llamada “política de apaciguamiento” que los demás países se gastaban con él.

Ana contempla, en la fotografía, de cuán trágica manera puede acabar la bienintencionada política de apaciguamiento: unos hornos crematorios para hacer desaparecer cadáveres. Y es que, si bien la reclamación sobre los sudetes (la población germana residente en Checoslovaquia) podía ser justa, mostrarse excesivamente condescendiente en política internacional suele acabar en funesto resultado. En aquel caso hubiera bastado con invitar a Checoslovaquia al evento, para aparentar, al menos, que no todo sería un "sí, bwana". Checoslovaquia dijo entonces, y no sin razón, que se habían adoptado acuerdos "sobre nosotros, sin nosotros y contra nosotros".

No es que uno sea partidario de tomarse las cosas a la tremenda, pero ¿qué ha sacado Obama con su política de apaciguamiento con el mundo árabe? Irán mantiene su secuencia de lapidaciones y se niega a la supervisión de su programa nuclear. Turquía intercambia material radiactivo con ella. Igual, por cierto, que el antaño adorado Brasil de Lula.

Nuestro actual gobierno, imbuido por la idea de la Alianza de Civilizaciones, ejemplifica  perfectamente una política de apaciguamiento constante. Ni tan siquiera llamó al embajador a consultas ante las bravatas continuadas de Hugo Chávez; cosa que, por cierto, sí hizo Marruecos por la visita del Rey a Ceuta y Melilla, esas dos ciudades ocupadas, según la visión de Rabat. Moratinos, además, se apresura a abogar por la revocación de la Postura Común respecto a Cuba, con el frágil argumento de unas excarcelaciones/expatriaciones.

Definitivamente, Múnich es alegre. A la tarde se bebe cerveza, a la caída del sol una copa de vino blanco hace las veces de aperitivo, se cena tarde y se continúa con los cócteles. Apacigua este ambiente bávaro con un toque italiano. Y, sin embargo, atribula mi ánimo pensar en el apaciguamiento. Recuerdo los espantados ojos de Ana en esa habitación, vista a la mañana, donde de las fingidas duchas sólo brotaba el cobarde Zyklon B. Recuerdo también que mientras en la Alemania Occidental recibían bajo palio al dictador comunista, éste mantenía la orden de disparar a todo aquel que intentara cruzar el Muro. Y Hitler, a quien aquí, en tan alegre lugar, se intentó aplacar, sólo recordó aquel caritativo intento para, antes de invadir Polonia, confesarle a un condiscípulo: “nuestros enemigos son gusanillos; los vi en Múnich”.

martes, 3 de agosto de 2010

Berlín: el final

Berlín es una gran ciudad. Con sus detalles característicos, claro, pero, una gran ciudad. La principal característica genuina consiste en poseer dos centros; el de la antigua parte occidental, en torno a la calle Kufürstendammstrasse, y el de la oriental, en torno a Unter den Linden. La primera es un centro comercial a lo grande, la segunda tiene más encanto.

Busco esta vez no sólo visitar Berlín, sino retomar la faena lejos de la canícula ibérica, así que me alojo nuevamente en unos aparta-hoteles (adagio, en la Lietzenburger Str.), donde puede el viajero pasar su jornada sosegadamente, cocinarse un salmón salvaje y, al caer el sol, cuando ya se requiere una rebeca, pasear por la mencionada Kudamm – así la llaman los locales – o marchar a ver retazos del Muro, el Reichstag o las demás atracciones de la ciudad.

Ciertamente, hay un ambiente alternativo, en término en boga entre la juventud actual. Al final de Kudamm, un muchacho toca ese imponente tubo de madera propio de los aborígenes australianos, a su lado, un perro descansa ajeno al bullicio y algo más allá un hombre que ya no cumplirá los cuarenta baila break dance con un monopatín. En todos sitios hay quien no sabe envejecer.

La historia de esta ciudad gravita sobre el Muro; el Checkpoint Charlie es una colmena de gente y vendedores. Si vienen, hagan el esfuerzo y no lo visiten: se ha banalizado hasta la náusea, con hombres disfrazados de soldados yanquis y rusos cobrando por la foto. El tramo más largo del muro que queda, de 1.300 metros, en la Mühlenstrasse, a la orilla del Spree, congrega también turistas, aunque no de tan masiva manera. En este fragmento son las estrellas los graffitis del Trabant - el Trabi, coloquialmente - rompiendo el Muro:


y, especialmente, el beso entre Honecker y Breznev:


Yo no puedo ver el Checkpoint o el Muro sin pensar en Reagan. Durante años, la Alemania democrática se mantuvo firme respecto a la partición del país y la existencia de una dictadura en el otro Estado alemán. Se seguía la llamada doctrina Hallstein, según la cual no habría representación diplomática de dos Estados alemanes en el mismo lugar. Los socialistas, con Willy Brandt, dieron un golpe de timón y comenzaron a mantener relaciones cordiales. Después, la CDU siguió la misma senda. Dicho sea en su descargo, el Muro parecía eterno – Honecker decía en el mismo ’89 que le quedaban 100 años – y la RDA firmaba su compromiso mendaz con los Derechos Humanos. La Alemania democrática reconoció así – en 1970 – , en el marco de un acuerdo con la URSS, las fronteras orientales, enterrando así el principio de mi admirado Stresemann, cuando firmó las fronteras alemanas occidentales, de que “nunca habrá un Locarno para el Este”, aunque se guardaba un turbio silencio acerca de si “frontera oriental” implicaba también la del Muro.

Con todo, el cambio en la Ostpolitik se encontró con una coyuntura mundial muy concreta, la Guerra Fría, que la sumió en la ambigüedad. Y fue entonces cuando Reagan, frente al Muro y sin rodeos, señaló a esta pared ignominiosa y pronunció su célebre: Mr. Gorbachev, tear down this wall. Para que, como decía Lincoln, el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la faz de la tierra.

Y de la faz de Berlín, y de Alemania, desapareceremos en breve Ana y yo. Mientras, déjenme disfrutar de este crepúsculo fresco que se avecina ya a la Kudamm. De este crepúsculo que se avecina también sobre mi estancia berlinesa. ¿No les he deseado buen verano? Egoísta que sólo en mí pienso: disfruten ustedes también de sus crepúsculos estivales que, como el Muro, y a pesar de las apariencias, no durarán cien años.

P.D. Este blog acaba de celebrar, el 30 de julio, su primer cumpleaños. Me invade, lo reconozco, una extraña sensación al ponerle ya una vela. Si bien me confieso culpable de disfrutar escribiendo, admito igualmente que ignoro hasta dónde llegarán las fuerzas y, sobre todo, el tiempo, para mantener vivo este humildísimo rincón. En todo caso: gracias a todos aquellos que lo obsequian con su lectura. Levanto mi copa por ellos y, hoy, inmodestamente, también por Non Sola Scripta, un blog de viajes y algunas cosas más.