Un comentario que se oye a menudo por medio mundo es "¿por qué no importamos el sistema nórdico, ya que funciona tan bien?" La idea sólo la osan emitir aquellos que ni idea tienen del funcionamiento del sistema nórdico, especialmente sueco. ¿Usted quiere importar el sistema sueco a EE.UU.? Pero, señor mío, en Suecia no tiene usted ni diez millones de almas que cuidar, en EE.UU. más de 300 millones. En Suecia tiene usted un pequeño ramillete de grandes industrias que, ellas solas, emplean a medio país. Es fácil, así, negociar y entenderse. En EE.UU. no hay ramillete tal, sino un dinámico sindiós. Suecia, queridos míos, tiene ya sólo con su riqueza natural (no hablemos del petróleo noruego) para financiar gran parte de su gasto estatal. La riqueza natural de la mayoría de países no da para esto. Suecia -por qué no decirlo- comenzó a hacerse rica traicionando a ambos bandos en ambas guerras (vendía su acero a unos y a otros a precio de tiempos de guerra, tontos no eran). EE.UU. derramaba sus dineros en esas guerras. Y su sangre.
Además, ¿vamos a importar el sistema sueco entero? ¿Está usted dispuesto a desayunar galletitas de avena o jengibre todos los santos días prescindiendo de la sabia y patria magdalena?
¿Nos olvidaremos, así sin más, del buen potaje y la mejor paella para convertir algo tan tontorrón como la albóndiga en nuestra enseña gastronómica?
¿Y me dirá que va a untar su pan con esas cremas de caviar de cangrejo, tiburón y no sé qué bichos que llenan los hipermercados y que saben a rayos?
Por amor de Dios, donde esté el pa amb tomaca...