Se lee por ahí que Suecia ha llegado tan lejos en su política de igualdad de sexos que se ha promovido que, en bares, centros comerciales y demás, los aseos sean mixtos. Lo he visto, yo lo he visto con mis propios ojos.
Se lee por ahí que en Suecia continúa estando prohibida la venta de bebidas alcohólicas en tiendas e hipermercados pues el Estado tiene el monopolio de dicha venta, que ejerce mediante unos comercios llamados Systembolaget. No me lo creo, dicen otros. Lo he visto, también lo he visto con mis propios ojos asombrados.
Acudí recientemente a una conferencia de un concejal socialista, Vicente Sánchez Colodrero, con quien acabé enzarzándome en un interesante debate acerca del modelo sueco. Me decía el concejal que la idea de que los suecos recelaron de su Estado del Bienestar debido a la lluvia inmigratoria es un mito, pues el número de inmigrantes en Suecia resulta despreciable. Resulta -aunque el concejal no me lo creía- que el número de inmigrantes en Suecia llega ya al 10% según estimaciones muy moderadas. Resulta que los holmienses no están precisamente satisfechos del devenir de las casas que, años ha, se construyeron para no dejar a ningún ciudadano a la intemperie del negocio inmobiliario. Se trata de horripilantes barrios de arquitectura soviética. Se trata de auténticos ghettos. En mitad de Estocolmo se siente uno en Mogadiscio o Mekele. Y no me lo creerán -como el concejal- pero yo lo he visto, sí, con mis propios ojos. Rinkeby es uno de los más conocidos hijos de aquel "programa millón" (Miljonprogrammet), que erigió, efectivamente, un millón de casas.
Ya lo decía Roy Batty: He visto cosas que no creeríais.