sábado, 24 de marzo de 2012

Meditación de El Escorial (meditación preliminar y meditación postrera)

Así luce El Escorial estos días que, aun cuando se empecina el calendario en catalogar de primaverales, son de puro otoño, quiero decir, son pura nube traicionera, puro crujir de hoja caída y puro aguacero crepuscular. Así luce, magnificente y con un algo de temible. La mole madrileña agotará los adjetivos del más versado escriba. No, por supuesto, del gran maestro, Ortega, quien en sus Meditaciones del Quijote, dedicó justamente la primera, Meditación Preliminar, a la mole palaciega que luce hoy, ya digo, entre un viento gélido que nada de primaveral tiene. 

El Monasterio de El Escorial se levanta sobre un collado. La ladera meridional de este collado desciende bajo la cobertura de un boscaje, que es a un tiempo robledo y fresneda. (...) La cárdena mole ejemplar del edificio modifica, según la estación, su carácter merced a este manto de espesura tendido a sus plantas, que es en invierno cobrizo, áureo en otoño y de un verde oscuro en estío. La primavera pasa por aquí rauda, instantánea y excesiva -como una imagen erótica por el alma acerada de un cenobiarca. Los árboles se cubren rápidamente con frondas opulentas de un verde claro y nuevo, el suelo desaparece bajo una hierba de esmeralda que, a su vez, se viste un día con el amarillo de las margaritas, otro con el morado de los cantuesos. Hay lugares de excelente silencio -el cual  no es nunca un silencio absoluto. Cuando callan por completo las cosas en torno, el vacío de rumor que dejan, exige ser ocupado por algo, y entonces oímos el martilleo de nuestro corazón, los latigazos de nuestra sangre en las sienes, el hervor del aire que invade nuestros pulmones y que luego huye afanoso.

Así se expresaba Ortega. Ortega, de quien recientemente supe que fue barajado por el gobierno norteamericano como candidato, una vez acabada la Guerra Mundial, a ocupar la presidencia del gobierno español en caso de que se decidiera derrocar a Franco. ¿Qué habría sido de España de haber sido presidida por Ortega? Cuán delicioso ejercicio -¡háganlo, háganlo!- de historia-ficción mientras paseo, como el maestro, en torno a la construcción felipesca. 

¿Cómo resistirse a hacerlo, además, cuando continúa uno su travesía desde El Escorial al mismo Valle de los Caídos? La cruz, a medio camino entre lo lóbrego y lo sublime, entre lo amenazante y lo deleitable, contiene una síntesis del alma hispana. De la mía, -contradictoria, veleidosa y no tan aplomada como desearía- al menos. 

No sé muy bien aún qué me trajo hasta aquí. ¿Seguía las huellas del maestro? ¿Buscaba escuchar el martilleo de mi corazón, los latigazos de mi sangre en la sien? ¿Cuál, exactamente, es la causa de mi melancolía? ¿Se trata de este otoño que se prolonga doloroso? ¿De la idea de una España que, sin el maestro al timón, anduvo y anda en una triste deriva? ¿O, simplemente, el pensamiento lacerante de que alcanza mi vida ya la mitad de su recorrido? 

Pero regreso a El Escorial, a la ciclópea construcción que luce terriblemente hermosa desde los jardines lejanos, desde donde se asoma entre ramajes y nubes amenazantes e invita al pensamiento melancólico; invita -ya lo decía el maestro- a reflexionar sobre cuán bella podría haber sido esta primavera de no haberse encontrado con un otoño retorcido, cuán bella una España rectamente ordenada y cuántas las cosas que ya, rebasado mi meridiano vital, nunca haré. Cuántas también las cosas que, en esta bitácora que melancólicamente se extingue, callaré. Y es que -atendamos, por última vez, al maestro - , escuchar el propio corazón supone un inquietante ejercicio.

Cada latido de nuestro corazón parece que va a ser el último. El nuevo latido salvador que llega parece siempre una casualidad y no garantiza el subsecuente. Por esto es preferible un silencio donde suenen sones puramente decorativos, de referencias inconcretas. Así en este lugar hay aguas de claras corrientes que van rumoreando a lo largo y hay dentro de lo verde avecillas que cantan -verderones, jilgueros, oropéndolas y algún sublime ruiseñor. 

Llegará, la primavera, sin duda, llegará: salgan ustedes en pos de su verderón, de su jilguero, de su oropéndola y, sobre todo, ¡de ese sublime ruiseñor!

martes, 6 de marzo de 2012

Morir de éxito (mientras florecen los almendros)

Pocas cosas se me ocurren más genuinas en un domingo de marzo del Levante ibérico que la visita a un campo de almendros, en esta época exuberantemente en flor. Los hay de flor blanca y de flor arrebolada. Prefiero los primeros, pero, ya se sabe, de gustibus non est disputandum.

Es también por aquí, por el feliz Levante hispano, donde parece que se concentran últimamente las protestas sociales contra las políticas de austeridad de la administración. Las estampas que les traigo son, en concreto, del campo de Cartagena, de una región en que la tijera administrativa se ve obligada a realizar una labor contundente, aunque es algo más arriba, por Valencia, donde anda el río  más revuelto. 

Vaya por delante, porque hay que decirlo todo, que el funcionariado español es altamente competente. En reciente fechas, de hecho, la embajadora serbia ha afirmado que la Policía Nacional española ha pasado a la historia de su país, tras la detención, en una primorosa obra de orfebrería de vigilancia, al asesino que atentó, años ha, contra la vida del primer presidente no comunista del país. Tampoco el número de funcionarios (en sus diferentes figuras contractuales) resulta elevado en España, al contrario de lo que en ciertos medios machaconamente se repite. Los profesionales de la sanidad han logrado que nuestro sistema se encuentre entre los mejores del mundo, y qué decir de maestros y profesores, que mantienen a pulso un sistema educativo herrumbroso y putrefacto tras dos infernales leyes socialistas de educación. Vaya todo eso por delante.

Ahora bien, llegado el momento de realizar unos recortes de pitiminí, estalla la barahúnda. "No a los recortes" es la consigna, ilustrada con una tijera enmarcada en una señal de prohibición. Camisetas, pancartas, pins. Y alumnos, muchos alumnos por las calles, súbitamente afectados de un ataque de responsabilidad cívica y petición de calidad en un servicio público destruido sañudamente por dos leyes orgánicas que los pillaron, parece, sesteando. 

Es una ley económica básica que el sector privado se ajusta mucho y grita poco (cinco millones de desempleados, rebajas salariales de hasta el 30%), mientras el público se ajusta poco y grita mucho. La primavera valenciana tiene lugar, concretamente, debido a una rebaja salarial de los docentes y sanitarios que, comparativamente con la recibida hace dos años, es minúscula. Aparece también la cuestión del profesorado interino, un profesorado que ha conseguido su estabilidad laboral -esto es, considerarse integrante del Cuerpo correspondiente sin serlo- a fuerza de pérfidos acuerdos sindicales con la administración para bloquear el paso de nuevos opositores. Se ha creado, así, un híbrido un tanto exótico: el Cuerpo de Interinos. 

No a los recortes, así, in toto, parece un lema bastante bobo. ¿Nada se puede recortar? ¿Se encuentra exprimido hasta el último céntimo del último euro? ¿No se puede, por ejemplo, prescindir durante unos años de unos cientos de interinos en una Comunitat donde la proporción de estudiantes por profesor no llega a 12?

Cuando existe un gran número de funcionarios se acaba la capacidad de la adminstración (o, evidentemente, la empresa privada) para responder a situaciones cambiantes. Les contaré una intimidad para que, insisto, no confundan mi discurso con proclamas neoliberales: esto me lo enseñó un tal Sven Steinmo, firme defensor del modelo sueco.Un modelo, como saben, radicalmente igualitario. Tanto el despido -que en Suecia es prácticamente libre- como la moderación salarial, me contaba Sven, se hicieron imposibles debido al gran número de funcionarios públicos que llegaron a conseguir en el país (entre el sector femenino, por ejemplo, por encima del 60% de la masa laboral). Acabó por dispararse el desempleo y la inflación: morir de éxito.

Aunque, obviamente, en nada se parece la gélida Suecia a mi domingo junto a genuinos almendros en flor. Aunque, esperen, más genuinamente levantino será si junto al almendro se alza una palmera. ¿O no?