Éste es el memorial que Varsovia dedica a la matanza de Katyn. Varsovia es una ciudad grande y moderna, y aún así acogedora. Me agradó considerablemente más, y disculpen el sacrilegio, que la propia Cracovia. Rarezas de uno. El memorial no se encuentra céntrico pero tampoco excesivamente alejado. Merece la pena visitarlo, sin ser gran cosa, para palpar de primera mano la sensación que este evento histórico causa en las almas polacas (suele haber grupos tanto de mayores como de estudiantes). De hecho, Katyn continúa envenenando en cierta manera las relaciones entre Rusia y Polonia actualmente.
Placas con nombres y graduaciones, con historias truncadas y con tardíos reconocimientos pueblan el lugar. Cruces y flores y cirios lo adornan. La iglesia encalada de blanco refulge ante el sempiterno cielo ceniciento varsoviano.
Como saben, Katyn fue el boscoso lugar en el que los soviéticos dieron cuenta, sumariamente, de la vida de miles de polacos, entre prisioneros de guerra y oficiales del ejército. Los soviéticos quisieron cargar con la culpa a los alemanes, pero no coló, y el gobierno polaco, desde su exilio londinense, rompió definitivamente relaciones con los libertadores soviéticos. No fue hasta Gorbachov que la Unión Soviética reconoció sin ambages su responsabilidad única en la matanza; y el año pasado, el Parlamento ruso aprobó una resolución en la que se afirmaba que la orden partió del mismísimo Stalin.
Polonia fue la china en el zapato para los nazis y lo fue también para los soviéticos. Bravos polacos. Dice un amigo que sólo Israel y EE.UU. se pueden mencionar junto a Polonia como naciones de contrastado pedigrí en la lucha por la libertad. (Añade otro amigo el peculiar caso de Finlandia).
Seducido estoy, desde mi periplo polaco, por este país; seducido por sus bosques exorbitantes y vírgenes, su salmón que hace palidecer al noruego, sus mujeres de contornos voluptuosos y áureas cabelleras, sus gentes de maneras eslavas y latina afabilidad, su lengua de sonoridad contundente. Y, en consecuencia, me siento con estas gentes hermanado en la ira que suscita su historia contemporánea.
Tres traiciones - no bastaba una - perpetraron los soviéticos contra los polacos. Una, Katyn; dos, aguardar impasibles a que los nazis acabaran de arrasar la bella Varsovia para que la posterior ocupación del libertador fuera confortable e indolora; tres, no cumplir - no tener tan siquiera la intención de cumplir - la promesa de celebrar elecciones libres en el país. Se cierra así un círculo que conduce a más de 40 años de férula stalinista.
El político conservador y excelente historiador y politólogo Pat Buchanan pone en pie de igualdad también tres traiciones (George W. Bush dijo coincidir con él a este respecto). Tres traiciones, dice Buchanan, que desembocaron en un orden mundial enfermo y cruel, pero cuya principal víctima fue Polonia. A saber: Uno, el pacto de Múnich de 1938; dos, el pacto de Ribbentrop-Molotov de 1939; tres, el pacto de Yalta de 1945.
La retahíla de crufijos en la enjabelgada pared del memorial no deben hacernos olvidar. La historia, intolerante en su irreversibilidad, no permite ya modificación, pero permite - exige - reflexión. Reflexión que bajo el taciturno cielo varsoviano versaba sobre las tres traiciones: tres. ¿Perdón? Cada cual decida; ¿olvido? Nunca.
Seducido estoy, desde mi periplo polaco, por este país; seducido por sus bosques exorbitantes y vírgenes, su salmón que hace palidecer al noruego, sus mujeres de contornos voluptuosos y áureas cabelleras, sus gentes de maneras eslavas y latina afabilidad, su lengua de sonoridad contundente. Y, en consecuencia, me siento con estas gentes hermanado en la ira que suscita su historia contemporánea.
Tres traiciones - no bastaba una - perpetraron los soviéticos contra los polacos. Una, Katyn; dos, aguardar impasibles a que los nazis acabaran de arrasar la bella Varsovia para que la posterior ocupación del libertador fuera confortable e indolora; tres, no cumplir - no tener tan siquiera la intención de cumplir - la promesa de celebrar elecciones libres en el país. Se cierra así un círculo que conduce a más de 40 años de férula stalinista.
El político conservador y excelente historiador y politólogo Pat Buchanan pone en pie de igualdad también tres traiciones (George W. Bush dijo coincidir con él a este respecto). Tres traiciones, dice Buchanan, que desembocaron en un orden mundial enfermo y cruel, pero cuya principal víctima fue Polonia. A saber: Uno, el pacto de Múnich de 1938; dos, el pacto de Ribbentrop-Molotov de 1939; tres, el pacto de Yalta de 1945.
La retahíla de crufijos en la enjabelgada pared del memorial no deben hacernos olvidar. La historia, intolerante en su irreversibilidad, no permite ya modificación, pero permite - exige - reflexión. Reflexión que bajo el taciturno cielo varsoviano versaba sobre las tres traiciones: tres. ¿Perdón? Cada cual decida; ¿olvido? Nunca.