Cuán briosa y abigarrada es Holanda (la fotografía corresponde, exactamente, a Delft, la patria chica del mítico pintor). Una sociedad desembarazada y permeable hasta el asesinato de Theo van Gogh, cuando muchos comenzaron a votar a partidos supuestamente xenófobos y se dispusieron a prohibir el burka. Y muchos se mostraron entre confundidos e indignados y no conseguían explicarse cómo Holanda - ¡Holanda! - hacía lo que hacía.
La Merkel ha levantado ampollas también declarando recientemente que el multiculturalismo es un modelo social que "ha fracasado totalmente". Su ministro de Interior se ha apresurado a pedir el listado de inmigrantes que han rechazado el programa de integración. ¿Qué más integración se requiere, pregunta tanto la progresía como los más liberales, que el cumplimiento de las leyes? ¿Tanto os agrada EE.UU. dicen los primeros y atacáis un principio fundamentante de la sociedad americana?, ¡exacto!, replican los segundos. Y quienes estamos con la Merkel y con los holandeses ya no podemos ser ni liberales ni progresistas, somos inmediata y tristemente relegados al conservadurismo.
La diferencia esencial es que EE.UU. se conforma ya como un melting pot; su mismo embrión es un potaje de gentes, culturas y lenguas. Y aún así no se halla su historia libre, precisamente, de enfrentamientos raciales y encontronazos interculturales. No hablemos de Europa, en cuya conformación se busca la homogeneidad cultural y lingüística sobre todas las cosas, forzando deportaciones y cosas peores para consumarla. Y el hecho es que, con los inevitables matices, se consuma.
Un auténtico multiculturalismo exigiría tolerar la familia poligámica - un edén de libertad pero también de inestabilidad constatada - , las llamadas al rezo - cambiando nuestras leyes del ruido - , una vestimenta que impide literalmente la vida en una organización social como la nuestra, un trato a la mujer, por lo general, bien conocido, etc. Es más, tenemos razones sobradas para pensar que cuando el islam entra por la puerta, es el propio multiculturalismo, y la libertad con él, quienes salen por la ventana.
Por cierto, que los cursos de integración del ministro alemán no eran más que unas horas de alemán y otras de Historia y Constitución. Vamos, que la integración exigida es, como se ve, más que llevadera. A la parte liberal que defiende el multiculturalismo a ultranza yo le preguntaría si para pagarle a los innúmeros traductores que hacen falta en comisarías, juzgados, oficinas de empleo, ayuntamientos, etc. porque algunos inmigrantes no aprenden la lengua sí les place dedicar dinero público. A la progresía, multicultural porque es lo que toca, le exigiría, simplemente, que se aclare con lo del burka y el trato a la mujer y las anheladas piscinas de sexos segregados, etc. Me hace mucha gracia, ya lo he contado alguna vez, ver a la izquierda con el multiculturalismo entre las manos: como un niño con un juguete que pidió pero con el que, en realidad, no sabe qué hacer. Tanta gracia, me contestarán muchos liberales, como ver a muchos pretendidos tales convertidos en conservadores cuando asoma la cuestión multicultural. No se enteran: no es que seamos conservadores, ¡es que no somos ingenuos!