jueves, 30 de septiembre de 2010

Asturias-Bruselas: el eje del humo

¿Qué les voy a decir a ustedes que no les haya dicho ya sobre la belleza de Asturias?:


¿Y qué les voy a decir que no les haya dicho ya, también, sobre la belleza de Bruselas?:


¿O sobre lo ciclópeo del edificio de la Comisión Europea?:


Ayer entró en conexión el eje León/Asturias-Bruselas para continuar envenenando nuestros pulmones, sometiendo a una insalubre labor a los trabajadores y malversar nuestro dinero. El carbón en España es deficitario desde 1967, cuando Franco decide crear HUNOSA para inyectar dinero público y mantener así vivo al enfermo agonizante. Las minas, como decía, ocasionan, además, diversas enfermedades pulmonares en sus trabajadores y en los lugares colindantes. Nada ha importado más a las autoridades competentes que acallar la protesta: el carbón español estará subvencionado - para que las eléctricas patrias compren carbón patrio - , aunque sólo hasta 2014.

Me dirán que existen familias - regiones enteras - que subsisten gracias a la minería. Y ése es un problema que hay que solucionar. Pero ya lo decía Reagan: el Estado no soluciona los problemas, sólo los subsidia.

jueves, 23 de septiembre de 2010

¿Se creen los igualitaristas sus propios argumentos?

Leí hace tiempo en una extinta bitácora un artículo llamado, creo que literalmente, "¿Se creen los antiabortistas sus propios argumentos?" La idea era que si uno tuviera constancia de que en algún lugar se están asesinando niños con la complicidad de la policía y, en general, del aparato estatal de justicia, acabaría por actuar directamente. El argumento es debatible, pero me da pie a aplicarlo a los igualitaristas. Mi reflexión aquí no consiste más que en una variación acerca de la repetida cuestión de cuán fácil resulta ser millonario y socialista. 

En principio, se me replicará, una vez que el actual socialismo ha mutado en socialdemocracia, abandonada queda la exigencia de que a cada uno se le dé según sus necesidades, y abierta queda, consiguientemente, la puerta a la desigualdad. Sin embargo, contrarreplico, la socialdemocracia, si aún posee algo de doctrina política propiamente dicha, y no un difuso progresismo o izquierdismo respecto a ciertas cuestiones sociales que igualmente pudiera defender un partido liberal (no conservador), acepta el mercado con el atemperante del papel redistributivo del Estado. (La crisis de la izquierda tras la caída del Muro ha sido ampliamente discutida, y Ana reflexionaba en  ello este verano viendo el centro financiero en que se ha convertido Postdamer Platz, puro centro otrora del Berlín Oriental). Así, mientras existan ciudadanos necesitados, no puede existir una fortuna honradamente ganada. Esto, quizá, podría darse cuando a todos los ciudadanos  se les hubiera asegurado un cierto nivel de satisfacción en sus necesidades.

Por tanto, continúa uno sorprendiéndose no sólo de la existencia de millonarios que se dicen socialistas o socialdemocrátas - es decir, igualitaristas - , sino de que alguno de ellos continúe utilizando el espurio argumento de "una fortuna ganada honradamente". Me estoy refiriendo, en concreto, a José Bono. Los beneficios declarados de la familia, en los últimos años, ascendían a más de un millón de euros por año. Saramago, por ejemplo, decía esperar morir "respetándome a mí mismo como condición para respetar a los demás y sin perder la idea de que el mundo debe ser otro y no esta cosa infame". Él, no obstante, hacía poco para ayudar: meses antes de morir fue condenado a pagar al fisco español 700 mil euros por el ejercicio de cuatro años. Es decir, los ingresos del premio nobel no debían de ser, tampoco, menudos.

Como ven, no se trata de ejemplos forzados: dos personas de tendencia socialdemócrata - es decir, igualitarista - que viven en un país y un mundo donde son muchos quienes sufren carencias de bienes básicos y ellos, sin embargo, prefieren amasar unos ingresos multimillonarios. (En semejante coyuntura ni hay ni puede haber para la socialdemocracia fortunas ganadas honradamente). La moraleja es que la creencia en un alto grado de igualdad y en la redistribución forzosa es muy débil, cuando no abiertamente hipócrita. QDE.  

Quizá no esté tampoco forzado añadir un comentario sobre los últimos resultados de las elecciones en Suecia. El país, antaño, con un elefantiásico Estado del Bienestar y con uno, aún hogaño, más que considerable, lo prefiere recortado y aseado. El mítico Partido Socialista Sueco ha obtenido los peores resultados desde los años veinte. El país con el más bajo índice de desigualdad y la segunda presión fiscal más alta de la OCDE prefiere avanzar en privatizaciones y retirada de privilegios a los sindicatos. ¿Se creían los suecos su propio Estado del Bienestar?

sábado, 18 de septiembre de 2010

Las ideas y los hombres y Salzburgo y Baviera

Desde la cima de la montaña de los Capuchinos se obtiene una bella vista de Salzburgo. Salzburgo es, como Austria toda, elegante y refinada. El amor austríaco por la buena música se agudiza aquí. También el gusto por el teatro, e incluso, a juzgar por lo abundante de las librerías bien surtidas, el amor por la lectura, subrayado aquí, tal vez, por constituir la ciudad de residencia de Stefan Zweig. Su hogar, un aristocrático palacete, queda a la vera del caminante que asciende la colina de los Capuchinos. Actualmente es propiedad privada y apenas se deja ver entre la tupida vegetación que cubre la alambrada. 

Me comenta un amigo, durante el café de la media mañana, que el nazismo nació en la Alemania del sur. El embrujo hitleriano, me dice, no atrapó a la Alemania norteña. Venían estas reflexiones a cuento de la película La Banda Blanca (una interesante lecutra de ésta se encuentra aquí). (Mi amigo afirma, envalentonado, que la película es anticristiana).

Algo no puedo negarle a mi amigo, ciertamente, y es que el nazismo viene de Austria y Baviera. Pero yo soy algo menos atrevido en mis interpretaciones. Existen diversas teorías sobre la génesis de los movimientos sociales. Se enfrentan aquí, básicamente, dos visiones. Una de ellas considera que las figuras visibles - gobernantes y demás - no son más que la encarnación de ideas que fluyen en la sociedad. Las ideas de la masa se sustancian de manera particular en un cierto organismo, llámese éste Hitler o Lenin. Otra teoría opina lo contrario: estas grandes figuras mueven los hilos, la masa social las sigue, o no, en mayor o en menor medida: ahí comienza y ahí se agota su papel en los grandes vuelcos históricos.

Paul Johnson, un historiador de prosa ágil, dice, hablando de Hitler y Stalin (traduzco de su monumental Modern Times): 

Ninguno de los dos hombres representaba fuerzas históricas irresistibles o siquiera potentes. Ninguno, en ninguna etapa, celebró ningún proceso de consulta a su pueblo, ni tan siquiera hablaban en nombre de un cuerpo colegiado autoproclamado. Ambos fueron solitarios y actuaron sin asesoramiento en la forma en que dieron los pasos fatídicos, guiándose por prejuicios personales del más crudo jaez y por otras visiones arbitrarias.

También añade Paul, a propóstio de la Revolución Rusa:

Había una tradición rusa de colectivismo granjero, basado en la comuna y las cooperativas de artesanos. Tenia la sanción de la Iglesia Ortodoxa. (...) Pero los granjeros nunca manifestaron el más mínimo deseo de "nacionalización" o "socialización": ni tan siquiera poseían palabras para semejantes conceptos.

Me resisto a admitir que el nazismo huela al valle verde de Baviera, a la colina de los Capuchinos de Salzburgo, al fresco aquilón del Tirol. No puede ser. Acúsenme de wishful thinking: pero no puede ser.

martes, 14 de septiembre de 2010

La Reforma y el Dinero (apuntes sobre el oportunismo)

Hay una tiendecita en el centro de Weimar, para seguir con tan encantador lugar, donde pueden ustedes adquirir, verbigracia, un juego como el que ven en la fotografía. Es decir, a un precio muy razonable se van ustedes con un juego completo de los billetes de la antigua RDA, y con el placer de haberlos adquirido en plena ex-RDA. 

El oportunismo de los políticos suele ser estratosférico, pero hay casos que merecen una reseña.  Imagine, por ejemplo, que usted es socialista convencido, y piensa, consiguientemente (como yo, sin serlo), eso de que la religión es el opio del pueblo; utilizando las palabras del mismísimo Karl Marx: 

La miseria religiosa es a la vez la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real. La religión es el opio del pueblo, es el suspiro de la criatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazón, así como el espíritu de una situación sin alma. (En Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, de 1844).

No obstante, en su República Socialista le han caído en suerte los territorios que, a la sazón, fueron las entrañas mismas de la Reforma. Le ha caído en suerte la ciudad natal de Lutero y todos los lugares, no pocos, por los que anduvo primero estudiando y luego reformando. Incluso el monasterio-castillo en el que der Reformator, como por allí se lo conoce, tradujo la Biblia al alemán, forjando así esta noble lengua:


Hablo del Castillo de Wartburg, con espléndidas vistas sobre el bosque turingio y donde, por un precio claramente excesivo, lo meten a usted en la alcoba de Lutero en un grupo con devotos protestantes, siempre más modestos en esto de las celebraciones pero, a juzgar por los visitantes, igualmente mitómanos. Eso sí, ya, después aprovecha uno para bajar a la ciudad, Eisenach, sorprendente - justo Patrimonio de la Humanidad - y hacerse un café frente a la casa donde Lutero estudió de adolescente:


¿Va usted a alguien de Erfurt o de Eisenach - como a los meapilas de los polacos - a cerrarle las iglesias noles volens? No, es más fácil al revés. Se hace de Lutero casi un comunista. Así, en la revista oficial del régimen, Neues Deutschland, se leía en junio de 1980: "Él fustigó las maquinaciones de las sociedades por él denominadas 'monopolios'. (...) Lutero conminó a las autoridades estatales a expropiar a semejantes compañías." Y, así, entre crítica a los monopolios y canto a las expropiaciones, Lutero queda - difusamente, eso sí - fichado para la causa.

Pero no, a quien ven ustedes en el billete de 5 Marcos no es Lutero, es Thomas Münzer, otro reformador, también turingio, que levantó en armas a los campesinos para luchar contra los señores tiránicos. No dejaba , empero, de ser un místico empeñado - y tiránico él en su empeño - de construir una teocracia cristiana.

Pero el dinero da mayores sorpresas. Ahí tienen, radiante, a Marx en el billete de 100 Marcos. En un billete - y de 100 - quien escribía esto:

El dinero es (…) el poder alienado del hombre, su actividad vital subastada. El dinero es el valor humano expresado en cifras, es la señal de nuestra esclavitud, el estigma indeleble de nuestra servidumbre. Los hombres que pueden ser comprados y vendidos sólo son esclavos.  (En La Cuestión Judía).

Deliciosa paradoja. Bueno, Thomas Münzer acabó torturado y decapitado por un ejército de esos señores tiránicos que, mire por dónde, se hallaba secundado por Lutero. Los reformadores-comunistas tienen, también, derecho a matarse entre ellos. 

Tampoco es paradoja pequeña la presencia de Goethe en la colección. Por abajo, el reformador Münzer y la comunista Clara Zetkin; por arriba, Engels, Marx, una familia con termitera al fondo y el escudo de la DDR: él, con extraviados ojos, parece preguntar, ¿pero qué hago yo aquí? Y, una vez más, el oportunismo es la respuesta.

martes, 7 de septiembre de 2010

Recuerdos de Weimar: Stresemann, la Constitución y el Apfelstrudel

Ustedes viajan a Alemania - no, nadie necesita ya a Ryan Air existiendo buenas ofertas por parte de Air Berlin - , y yo les propongo una jornada. Una jornada en Weimar, a donde pueden llegar, con la mencionada compañía, desde el aeropuerto de Núremberg, por ejemplo, en un par de horas.

Ustedes, como yo y como cualquiera, se hacen la fotografía de rigor frente al Teatro Nacional, a la vera de la estatua de Goethe y Schiller, y recuerdan que allí, en 1918 se reunió la Asamblea Constituyente:


Constituyente de la llamada Constitución de Weimar. Se dejan embaucar por una cierta emoción, un pelín cursi, pensando en el primer intento de que el pueblo alemán viviera democráticamente.

De ahí se dirigen a la calle Schiller, donde la casa de éste es una galería comercial. Por allí reflexiona usted acerca de por qué la República de Weimar derivó en nazismo. Se le vendrá a la cabeza con seguridad, la pronta muerte de Stresemann y Briand, dos diplomáticos como Dios manda, dos personas que, quién sabe, de haber vivido algo más, habrían evitado el Gran Mal. El plan Dawes comenzaba a levantar la economía, el Tratado de Locarno, donde Stresemann ratificaba las fronteras y a cambio se le condonaba parte de la deuda, marcaba el inicio de la auténtica concordia.

De allí marchan al jardín de Goethe. Encontrarán un palacete rodeado de un encantador parterre. Es momento de reflexionar acerca de hasta dónde podrían haber llegado las concesiones de Briand y hasta dónde eran necesarias para aplacar la ira - ¿hybris? -germana. Usted recuerda, claro, que las buenas relaciones entre Stresemann y Briand permitieron la evacuación de las tropas francesas de la cuenca del Ruhr. Usted se pierde, incluso, en pensamientos más generales acerca de cómo la política interior influye la exterior. Una cuestión poco explotada, así que se dice, sin a nadie confesarlo, que algún día encontrará el tiempo para investigar la cuestión.

Vuelta ahora, desde el jardín goetheano, al centro de la ciudad. En la plaza encuentra una sublime arquitectura y algún edificio famoso, cuyo pasado le exigirá alguna investigación en una buena guía de viajes.

Pero usted no se despista, y le da vueltas a cómo el electorado francés castigaba cada pequeño gesto de laxitud hacia Alemania. Y cómo las reparaciones, si bien disminuidas, debían abonarse puntualmente hasta 1988: no, no eran sólo los nacionalsocialistas quienes no podrían digerir semejante plato. 

Hablando de plato, con tanto andar le entró hambre. Usted emula a los nativos y al mediodía pica cualquier cosa. Baraja dos opciones; o bien el típico lacito de pan - Pretzel - con una salchicha, o bien la cadena Nordsee, que posee un local en la calle principal. Es cara para su calidad, pero le asegura, si es usted caprichoso, probar el pescado del Norte. No, usted no es caprichoso y se decide por el Pretzel. De beber es típico aquí el Schorle, mosto, que lo hay de naranja, manzana, vino, etc.

Tras el frugal piscolabis, tocan más fotos de rigor: la casa de Bach, el músico, de Humboldt, el lingüista filósofo, y de no sé quién más. Pero usted no pierde el hilo y, mientras callejea por esta ciudad, pequeña, afable, repleta de artistas callejeros, se pregunta por el perverso artículo 48. En un ataque de monarquismo, el sabio constitucionalista alemán permitió al Canciller gobernar por decreto cuando así le pareciera. Estaba pensado, claro está, para situaciones de emergencia, pero acabó ocasionando que el Reichstag fuera ninguneado. "Si los espartaquistas no hubieran incendiado las calles en el '18..." y explicaciones semejantes se le pasan a usted por la cabeza. La explicación fácil le hace caer en la cuenta de que el Pretzel lo dejó con hambre, y se permite un Apfelstrudel, la joya de la corona de los postres alemanes, esa peculiar tarta de manzana con crema de vainilla caliente por encima. La inyección calórica no debe preocuparlo: pasará usted la jornada entre caminatas y reflexiones.

Usted coje ahora el coche y se dirige al castillo de Schwarzburg, a las afueras. Allí firmó Ebert la Constitución. Se cuenta que estaba de vacaciones y buscaba relajarse, pero en realidad buscaba amparo ante la violencia en Berlín. Esto le da a usted pie a pensar en el papel del SPD en particular y de la socialdemocracia en general en la I Guerra. En concreto, piensa usted si será verdad eso de que al tomar la decisión de apoyar la Guerra cada Partido Socialista en su país, (1) la socialdemocracia toma la más sabia elección, desde el punto de vista estratégico, de su historia: la contraria lo habría sumido en la marginalidad; (2) ocasiona definitivamente la fractura con la facción más izquierdista de dicho movimiento y, (3) con la renunica al socialismo internacional, se da un paso definitivo hacia la renuncia al socialismo tout court.

Todo esto lo piensa usted contemplando, de vuelta a Weimar, el bellísimo bosque turingio. Usted baja hasta el hotel Leonardo, que le ofrece, gratuitamente, un yacuzzi con una hermosa cúpula acristalada sobre su cabeza. Cierra los ojos un momento y, cuando los abre, el negro manto ya ha cubierto los cielos. Usted siente las burbujas en la piel mientras recuerda un dato aterrador: Hitler nunca sintió la necesidad de promulgar una nueva Constitución. No existe una Constitución nacionalsocialista. Parece, piensa usted ahora, que saltarse una Carta Magna a la torera no es cosa de ahora. El golpe desde dentro, viejo conocido de los regímenes constitucionales.

Ahora sí, usted está hambriento y decide, mientras camina por la Belvederer Alle, de vuelta al centro, que no puede pensar más hoy, que se dedicará a respirar la humedad que despiden los sauces. Llegado a la ciudad, usted ya sólo piensa en una cosa: dónde cenar. Eso, yo, ya se lo he dicho. Anda que tendrá usted queja.