sábado, 18 de septiembre de 2010

Las ideas y los hombres y Salzburgo y Baviera

Desde la cima de la montaña de los Capuchinos se obtiene una bella vista de Salzburgo. Salzburgo es, como Austria toda, elegante y refinada. El amor austríaco por la buena música se agudiza aquí. También el gusto por el teatro, e incluso, a juzgar por lo abundante de las librerías bien surtidas, el amor por la lectura, subrayado aquí, tal vez, por constituir la ciudad de residencia de Stefan Zweig. Su hogar, un aristocrático palacete, queda a la vera del caminante que asciende la colina de los Capuchinos. Actualmente es propiedad privada y apenas se deja ver entre la tupida vegetación que cubre la alambrada. 

Me comenta un amigo, durante el café de la media mañana, que el nazismo nació en la Alemania del sur. El embrujo hitleriano, me dice, no atrapó a la Alemania norteña. Venían estas reflexiones a cuento de la película La Banda Blanca (una interesante lecutra de ésta se encuentra aquí). (Mi amigo afirma, envalentonado, que la película es anticristiana).

Algo no puedo negarle a mi amigo, ciertamente, y es que el nazismo viene de Austria y Baviera. Pero yo soy algo menos atrevido en mis interpretaciones. Existen diversas teorías sobre la génesis de los movimientos sociales. Se enfrentan aquí, básicamente, dos visiones. Una de ellas considera que las figuras visibles - gobernantes y demás - no son más que la encarnación de ideas que fluyen en la sociedad. Las ideas de la masa se sustancian de manera particular en un cierto organismo, llámese éste Hitler o Lenin. Otra teoría opina lo contrario: estas grandes figuras mueven los hilos, la masa social las sigue, o no, en mayor o en menor medida: ahí comienza y ahí se agota su papel en los grandes vuelcos históricos.

Paul Johnson, un historiador de prosa ágil, dice, hablando de Hitler y Stalin (traduzco de su monumental Modern Times): 

Ninguno de los dos hombres representaba fuerzas históricas irresistibles o siquiera potentes. Ninguno, en ninguna etapa, celebró ningún proceso de consulta a su pueblo, ni tan siquiera hablaban en nombre de un cuerpo colegiado autoproclamado. Ambos fueron solitarios y actuaron sin asesoramiento en la forma en que dieron los pasos fatídicos, guiándose por prejuicios personales del más crudo jaez y por otras visiones arbitrarias.

También añade Paul, a propóstio de la Revolución Rusa:

Había una tradición rusa de colectivismo granjero, basado en la comuna y las cooperativas de artesanos. Tenia la sanción de la Iglesia Ortodoxa. (...) Pero los granjeros nunca manifestaron el más mínimo deseo de "nacionalización" o "socialización": ni tan siquiera poseían palabras para semejantes conceptos.

Me resisto a admitir que el nazismo huela al valle verde de Baviera, a la colina de los Capuchinos de Salzburgo, al fresco aquilón del Tirol. No puede ser. Acúsenme de wishful thinking: pero no puede ser.

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