domingo, 30 de enero de 2011

Leipzig: la casa de los horrores

No tendrán ustedes problemas para encontrar en Leipzig el edificio de lo que era la antigua central de la Stasi.  Lepizig es una ciudad básicamente comercial, por lo que tampoco hay demasiado para ver. Rebosa de tiendas caras y comercios de todo tipo. Ahora bien, Leipzig fue el centro neurálgico de las protestas  que dieron comienzo en septiembre del 1989, con miles de personas recorriendo la ciudad, en silenciosa procesión, y acuñando el atronador eslogan Wir sind das Volk, "nosotros somos el pueblo". Hay quienes opinan que fue allí donde se gestó la caída del régimen y hablan del milagro de Leipzig. Se conoce al mencionado edificio, ex-central de la Stasi, como Krumme Ecke, "la esquina redonda", porque el edificio, miren a su izquierda, forma un redondeado chaflán. Se conserva el cartelón, pintado sobre arpillera, que, cual aviso para navegantes, dejaba claro de qué iba la cosa: Dieses Gebäude wird im Auftrag der Regierung und des Bürgerkomitees durch des Volkspolizei gesighert!, es decir, que convenía no acercarse:


Cuando ya andaba envalontonada la gente - wir sind das Volk - se atrevió a contestar a la susodicha pancarta con otra que, sin hacer uso de metáforas ni circunloquios, decía: Krumme Ecke - Schreckenhaus! Wann wird ein Museum draus?, esto es, "Krumme Ecke - ¡la casa de los horrores! ¿Para cuándo será un museo?" Actualmente lo es. Y dado que los alemanes todo lo hacen bien, con el acierto de haber conservado intacto el interior. Alberga aparatejos de espionaje, correspondencia abierta, libros de instrucciones para los interrogatorios, uniformes... Se conserva incluso el escudo del Ministerium für Staatssicherheit pintado sobre los azulejos. Hasta huele a Stasi, me dijo un visitante.

Vamos a ver. Un sistema económico es un sistema de distribución de bienes escasos, es decir, no como el aire, que hay para todos en la cantidad que todos elijan. Así, si los bienes son escasos en relación a la cantidad demandada por los sujetos, no hay solución: algunos sujetos no tendrán acceso a ellos. Son legión quienes piensan que sólo la economía de mercado hace inaccesibles ciertos bienes a ciertos sujetos. El socialismo lo hacía exactamente igual. En la economía de mercado se utiliza el dinero como el elemento decisorio y en las economías socialistas se utilizaban otros criterios. Dado que, por ejemplo, no había carne o leche para todos, a menudo el criterio era - o es en Cuba - ocupar los primeros puestos de la cola. Esto suele redundar en perjuicio de ancianos y gente enferma, que no tiene fuerzas para guardar una cola de muchas horas, a menudo bajo la lluvia o un frío o calor intensos. Es decir, la desigualdad existía igualmente en los países socialistas, la única diferencia era el criterio según el cual se establecía. Miren, en la antigua DDR, y lo dicen varios estudios, el 10% de la población poseía el 60% de la riqueza. La mayoría de ese 10% estaba formada por los altos funcionarios del régimen.

No se crean, tampoco, aquello de que al menos todo el mundo tenía qué comer, medicina y casa. La dieta de un ciudadano de la RDA era sumamente deficiente, dictada como estaba por las cartillas de racionamiento. La medicina era universal, pero había 245 médicos por 10.000 habitantes (unos años después de 1989 ya había 342) y muchos medicamentos y tratamientos eran caros. Para acceder a una casa había que obtener el beneplácito del burócrata de turno, lo cual sólo sucedía si uno era considerado afín al régimen o se sometía al chantaje. Además, pronto hubo más demanda de viviendas que viviendas disponibles. Y, aún más, las casas dejaban mucho que desear tanto respecto a amplitud como a condiciones higiénicas. Es decir, casi todos tenían casa aunque nadie la que deseaba. Recordemos que cuando la URSS, para los años '50, experimenta un considerable crecimiento económico, decide regalarle a sus ciudadanos el lujo de un aseo por piso, en vez de por pasillo. Eso sí, los altos cargos de la administración habitaban en mansiones, viajaban a menudo a hacer sus compras a países occidentales, atesoraban sustanciosos sueldos y poseían coches de lujo. Ya les digo: es sólo otro criterio para repartir.

Hablando de coches, el famoso Trabant era sumamente contaminante y ya arcaico para su época, pero resultaba difícil acceder a uno. De hecho, en una hoja que un maestro pescó a un alumno de Lepizig, éste se quejaba de que 35.000 marcos era demasiado para un coche así - aparte de quejarse de los precios en general - . Se trata de Johannes Herklotz, de la 9ª clase del colegio "Hans-Beimler", en Lepizig. ¿Qué será de él?


Ya lejos de Lepizig, Ana y yo hemos pasado algún fin de semana en San José, en pleno Cabo de Gata. Allí encuentra uno una plantación de cactus y, al fondo, la mar. Allí, en Andalucía, precisamente, el gobierno acaba de aprobar un decreto que hace funcionarios, sin oposición, por arte de birlibirloque, a 20.000 que ya andaban trabajando para ella. Los hacen funcionarios con el beneplácito, cuando no aplauso, de UGT y CC.OO. En las manifestaciones, el resto de funcionarios y opositores y otros ciudadanos indignados gritan "enchufe, enchufe", como en Lepizig clamaban "wir sind das Volk". Son muchos quienes desean acceder y limitadas las plazas, así que se debe utilizar un criterio para repartirlas. ¿El enchufismo es el criterio seleccionado por Griñán? Ya les digo, en la más ortodoxa tradición socialista: ¿es que no han visitado Leipzig?

viernes, 21 de enero de 2011

Hohenschönhausen (o la jauría, la bofetada y la sonrisa)

Ana en la prisión de Hohenschönhausen. Exacto, la prisión de La Vida de los Otros. En las afueras de Berlín. Difícil llegar, muy difícil. Desde el centro de Berlín, se cogen varios autobuses, algún metro, algún tranvía, se camina. La visita puede ser guiada, en inglés (cada muchos minutos) o alemán. Aquí sufrieron unas condiciones inhumanas cientos, muchos cientos, de ciudadanos cuyo pecado era no comulgar con el régimen comunista.

Pasan muchas cosas últimamente que me han hecho recordar mi visita estival a Hohenschönhausen. Y, felizmente, pasa una cosa ahora, y es que los socialistas de bien estarán conmigo. Por socialistas de bien me refiero a aquellos socialistas en lo económico pero furibundamente liberales en lo ideológico – estoy pensando en El Mito de la Propiedad de T. Nagel – . Ésos que no había cuando Stalin construyó el Muro, cuando Honecker asesinó a casi doscientas personas por intentar saltarlo o cuando los ingresaba en este lugar de difícil acceso desde el centro de Berlín.

Los despachos de los oficiales de la Stasi se conservan, tal cual, dentro de la prisión y yo, por tanto, me dirijo a esos socialistas que no comulgan con las liberticidas leyes lingüísticas que padecemos en España. Con ésos que alzan la voz ante la creación del Comité Audivisual de Cataluña primero y de, ahora, su planeada expansión al Estado todo. Se cuenta que en los círculos políticos y periodísiticos de Cataluña, se era tan consciente de la finalidad del CAC que nunca se lo mencionaba por su auténtico nombre, arriba colacionado, sino como Comisión Anti Cope. Me refiero a esos socialistas que no le ríen la gracia a sus sindicatos afines cuando, ante un ataque a los funcionarios  por parte del partido autodenominado socialista, hacen una huelga con la boca muy pequeña y echando tinta de calamar para que nadie sepa muy bien contra quién se huelguea, pero ante un recorte más que similar de un gobierno no afín desatan su jauría: huevos, zarandeos, insultos, injurias y, finalmente, una barra de hierro en la cara de un consejero. 

Me refiero también a esos socialistas que son conscientes de que bares, restaurantes, pubs, discotecas o lupanares no son lugares públicos, sino sólo lugares de acceso público, con un dueño que arriesga sus denarios y, en buena lógica, debería decidir las actividades legales que permite dentro. Y hablando de lupanares, apelo también a esos socialistas que no utilizan la lucha contra el proxenetismo para prohibir la libre disposición del propio cuerpo - argumento que sí utilizan, no obstante, en su defensa del aborto - .  

Castellanohablantes, hosteleros, prostitutas, funcionarios, consejero, son todos víctimas de esos socialistas a los que yo no llamo de bien. Recordemos que frente al tétrico edificio principal de Hohenschönhausen, ahora se lee, sobre una piedra austera: Den Opfern Kommunistischer Gewaltherrschaft 1945-1989 (A las víctimas de la dictadura comunista).


Egon Krenz fue el hombre que sustituyó a Honecker en la RDA y bajo su mando se hallaba el país cuando se abrió el Muro. No era tampoco un bendito – al fin y al cabo, llegó a máximo dirigente de un régimen policiaco-asesino – y a día de hoy (tras años en prisión) defiende la necesidad de reconstruir la RDA. Cuando presentaba un libro en Fráncfort – Cuando Caen los Muros – , un antiguo súbdito, una de esas personas que sabían bien cómo llegar a Hohenschonhausen, se levantó de su silla en el auditorio y le soltó una contundente bofetada.

Sólo una bofetada, sin barra de metal, sin jauría previa mediante: permítanme esbozar una sonrisa. Sólo una sonrisa.

jueves, 13 de enero de 2011

Manifiesto contra la ilusión

"Paul von Hindenburg - 1847-1934" se lee en la moneda. La fecha de acuñación es 1936. Von Hindenburg se erigió como el héroe nacional para los alemanes durante la I Guerra - aunque en realidad era Ludendorff quien la libraba - . De hecho, Alemania se plagó de figuras de madera del general. Una de ellas, erigida en 1916, alcanzaba dimensiones mastodónticas, y uno tenía derecho a martillear un clavo si compraba bonos de guerra. Unos 100.000 fueron efectivamente clavados. Cuando acabó la guerra, la figura fue desmantelada y su madera comercializada para encender las chimeneas: así simbolizaba Weimar la desaparición del régimen militar y el nacimiento de una democracia parlamentaria. Mi moneda, sin embargo, deja claro, en el reverso, cómo acabó la cosa: 


La efigie de Hindenburg se desmanteló, como desmantelada fue, en cosa de días, la fe en Woodrow Wilson. Pensaban los alemanes que el americano les había traido el final de la guerra y una paz estable y duradera: les trajo el Tratado de Versalles. Les trajo, pues, amputaciones de vastos territorios, una declaración de culpabilidad sin matices, desmilitarización, humillación. 

La ilusión es muy traicionera; muchos despropósitos impulsivos se hacen en su nombre. La foto del año que se ha ido (a mí es que el gol de Iniesta me deja frío) es la del Partido Republicano tomando las riendas del Congreso: sólo dos años después de que Obama consiguiera que millones de americanos que nunca habían votado se inscribieran y lo hicieran. Después de que Obama encarnara para muchos el Cambio, una Nueva Era, la Ilusión. Es habitual que los americanos le claven a su presidente, como con los clavos de Hindenburg, un Congreso del otro partido. Se lo hicieron a Reagan, a Clinton y ahora a Obama. ¡A Obama! ¿Qué se hizo de aquel tañer ilusionado?

Leo que una encuesta arroja el dato de que si las elecciones en Gran Bretaña se celebraran ahora, ganarían los laboristas. Sólo a unas pocas semenas de que los tories les clavaran - sigo con la metáfora - 7 puntos y los liberales casi les empataran. La ilusión es muy traicionera.

Hindenburg nació en Poznan, una ciudad pequeña pero muy coqueta - como dicen las inmobiliarias - de la Polonia interior. El centro es bonito y animado, repleto de restaurantes envueltos por las coloridas casas de un típico Rynek polaco. El turismo es únicamente interior. Los polacos, como buenos norteños, cenan temprano y no alzan la voz. Los restaurantes colocan estratégicamente velas en las terrazas. Las casas de colores, la luz de velas, el silencio elegante, todo invita a la ilusión en la ciudad natal de Hindenburg, en Poznan... que, por cierto, le sería amputada a Alemania tras la guerra.

jueves, 6 de enero de 2011

De Girona y de Dalí (o de la placidez en Nuevo Año)

Veo amanecer 2011 en Gerona. Celebro una Nochevieja, tras varios años ya, en España. O en esa parte peculiar de España llamada Cataluña. El local escogido para atender a los estertores del año que va y celebrar los vagidos del que emerge se llama La Penyora y se encuentra en el bellísimo casco antiguo de la ciudad. El restaurante prometía más de lo que ofrece, Gerona ofrece más de lo que esperaba. La parte vieja, en especial el barrio de la judería, conforma un entramado de callejas adoquinadas, escalinatas estrechas y muros de piedra realmente admirable. Culmina el conjunto la catedral, gótica y extraña, como sin acabar, de una asimetría que se me hace incómoda. 

La humedad baña el adoquinado, día y  noche, cual si cayera una lluvia fina. Al visitante no le molesta la humedad, pues el adoquinado aparece más bello cuando reflecta la luz pálida de los faroles.

Y siguiendo el destello de estos faroles sobre el aguado adoquín, el visitante encuentra una sorpresa inopinada. Alberga la ciudad un plácido café - plácido porque lo son sus gentes - dedicado, en exclusiva, al Boss. Sus melodías, sólo intermitentemente interrumpidas por otros artistas de menos peso, suenan en muy baja voz mientras hablan los estudiantes, las parejas y los turistas también en muy baja voz. Definitivamente: placidez.

Aunque el castellano no se encuentra ausente, predomina el catalán. Un catalán cuidado y suave. Bon any, bon any, nos deseamos los comensales tras las uvas que ya uno tenía olvidadas. Las felicitaciones, no obstante, son tranquilas, no hay estrépito: me parecen los gerundenses gente refinada y apacible.

A la mañana, el visitante puede acercarse al museo Dalí de Figueres. La decepción, eso sí, está asegurada. A mí no me gusta Dalí. Siendo la pintura, como es, el intento de atrapar un instante fugaz al vuelo, el intento de mostrar la belleza agazapada tras una humilde escena cotidiana, no se ve en el de Figueres mucho más que extravagancia. Veo en Dalí la intención de sorprender; quiero decir que le noto demasiado el ansia pueril de desconcertar. El surrealismo y lo onírico han sido siempre excelentes excusas para ello, idóneos recipientes de mera frivolidad.  Encontrará, pues, en el museo de Figueres excentricidad a raudales; ya desde el edificio en sí, hallará estrambote y un ansia caduca de épater la bourgeoisie.

Se salva, en todo caso, esa Galatea que se rompe en átomos evanescentes en medio de un cielo raso, de un mar zarco. Imagina el visitante que la figura constituye un recuerdo doliente de amada perdida, un recuerdo que se hace ubicuo en mil corpúsculos que todo lo inundan: el cielo raso, la mar zarca. 

Gala dibuja un extraño rictus y las esferas se encargan de diseminar el dolor del poeta malherido por los cuatro confines de su universo. Las esferas extienden la tristeza de un amor que se muestra, sin embargo, ante un paisaje límpido de estío mediterráneo.

Todo eso lo piensa el visitante por su cuenta y riesgo: el propio Dalí afirmó no saber qué sentido tenía su arte - y añadió que eso no significaba que no tuviera ninguno - . Justo como el año que comienza por estas callejuelas gerundenses, bañadas por la luz macilenta de fanales antiguos y por el aire helado del cercano Pirineo: seguro que tendrá un sentido, aunque aún no sabemos cuál.