viernes, 31 de julio de 2009

El castigo de Stalin


Si el Palacio de la Cultura y las Ciencias fue el regalo de Stalin a Varsovia, Nowa Huta fue el castigo de los comunistas polacos a Cracovia. La ciudad resultaba demasiado burguesa para su gusto. Es más, en un referéndum de ésos que organizaban para su mayor gloria las autoridades socialistas, el voto cracoviano resultó de duro castigo. Así que la idea fue construir una enorme ciudad industrial a manera de barrio de Cracovia. Se anunció a los cuatro vientos que quien acudiera a trabajar allí obtendría un más que digno puesto de trabajo y un piso en una agradable zona arbolada. Cracovia sería proletaria, por las buenas o por las malas. Y así fue que nació Nowa Huta.

Se trata, simplemente, de un edificio tras otro; edificios típicos socialistas que a la gente le gusta comparar a una caja de cerillas o a una termitera. Yo mismo no me suelo resistir al tópico de "temitera humana"; no he encontrado un término más acorde. Por supuesto, no hace falta venir a Nowa Huta para ver estos edificios, son los mismos que se ven en Dresde, Bucarest o Moscú. Se hicieron siguiendo un mismo patrón y con hormigón procedente de la Alemania Oriental. Lo novedoso en Nowa Huta es la concentración: ¿una termitera de termiteras? Tengo entendido que sólo se da tal concentración en otra ciudad de las afueras de Bratislava, y que las autoridades eslovacas llevaban tiempo pensando la manera de desmantelarla. Difícil: hablamos de barrios por encima de los 250.000 habitantes.

Por cierto, las autoridades del socialismo real pusieron su puntito de sadismo planeando que los humos de las chimeneas de Nowa Huta - de la siderurgia Lenin, concretamente - se dirigieran a Cracovia. Fallaron en su cálculo y los humos fueron a parar a unas arboledas cercanas que, parece ser, aniquilaron.

Una cosa es cierta, la separación entre los bloques es amplia y la vegetación omnipresente. Son los edificios mismos lo auténticamente feo, la zona en sí no acaba de resultar tétrica. Me pregunto si, forzado a escoger, me decidiría antes por Nowa Huta que por una de las modernas urbanizaciones de Torrevieja. A nosotros nos ha amanecido un buen día en Cracovia. Ana y yo hacemos fotos junto a los bloques. Son de un color entre rosáceo y ocre ennegrecido por tiempo y humos. Algún vecino nos observa. Y yo, cómo no, no me contengo y sucumbo a la gracia previsible: levanto el puño. "Te van a matar", dice ella haciendo la foto pero sin la piedad de reirme la gracia.

jueves, 30 de julio de 2009

1989


Es obvio que la Europa Centro-Oriental está organizando diversos actos en celebración del vigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín - de la dictadura comunista, vaya - . Ofrezco aquí una fotografía que encontré en una exposición en plena calle de Gdansk, ciudad donde nació Solidaridad y, por tanto, en cierto modo, responsable directa de la agonía del "socialismo real". He dicho en plena calle, pero miento: es en la mismísima "plaza Solidaridad - "Plac Solidarnosci" - .

Era, si recuerdan ustedes, una fría noche del noviembre berlinés. En la fotografía, los soldados miran entre desorientados y aliviados. Aliviados, supongo, por no recibir la orden de disparar a la muchedumbre, sentada como en un columpio en el mismo muro, un pie en la democracia, otro en la dictadura soviética ya en los últimos estertores.
El caso de la Alemania Oriental era especial en todo el bloque soviético, ya que no sólo vivía bajo una dictadura cuasi-policial, sino que se trataba de un país dividido. Dividido, además, en el corazón de su misma capital. Resulta curioso que los alemanes, espontáneamente, ligaran en sus cabezas la caída del comunismo con la unificiación alemana. El silogismo, pensarán ustedes, es sencillo: si cae el comunismo, cae el muro; Alemania está separada por el muro; luego si cae el comunismo, Alemania dejará de estar separada. De ahí que en las placas donde se leía DDR - Deutsche Demokratische Republik, es decir, RDA - , la gente tachara la D y la R, dejando así, a palo seco, Deutschland. Asimismo, las pancartas donde se leía "Wir sind das Volk", "nosotros somos el pueblo", aparecían ahora con un "ein" mayúsculo sobre el "das": "Wir sind EIN Volk", dándole ahora el significado de "nosotros somos UNA nación".
Pero el silogismo no resultaba tan sencillo por Occidente. No crean que por aquí la clase política se hallaba muy ilusionada con la reunificación alemana - digan lo que digan ahora - . ¿De nuevo, se preguntaban muchos, el coloso germano? ¿Sesenta y cinco millones de alemanes en puro centro del Continente? Helmut Schmidt escribe en sus memorias que cuando llegó a ser Canciller en 1974 "apenas había un gobierno en Europa que lamentara genuinamente la partición de Alemania. Eso era más una cosa de Washington o de la distante Pekín." Y unos años antes, el escritor francés François Mauriac (premio Nobel de Literatura) afirmaba: "Nosotros amamos tanto a Alemania que estamos encantados de que haya dos". Al menos, él lo decía.

Un regalo de Stalin

El día es muy largo en la Europa del norte en verano. Amanece hacia las 4 de la mañana y el atardecer llega, como aquí en el sur, pasadas las 9 de la noche. La luz de la tarde es clara, con un ligero toque de color miel. El toque realza - lo pienso ahora - el color de la torre. Y cuando se habla de "la torre" en Varsovia, sólo se puede estar hablando de una torre: la del Palacio de la Cultura y las Ciencias.

El edificio se alza imponente en el centro nuevo de la ciudad. E imponente quiere decir imponente: 231 metros de altura. Lee uno estas cosas antes de visitarlo, lee uno que se trata de pura arquitectura socialista y se espera un mamotreto de piedra, un bloque denso y grisáceo. Y, en cierta manera, es todo eso, es un mamotreto y un bloque. Pero, en cierta manera, no lo es. Para mi sorpresa, me resulta hermoso. Imponente, espectacular, sí, pero hermoso.

Si se aloja usted en el hotel Jan III Sovietsky, lo verá al final de la calle cada vez que salga a la puerta; si se aloja usted en el Novotel, tendrá la fortuna de verlo desde su misma habitación.

Como se sabe, es un regalo (es decir, una imposición) de Stalin a Varsovia. Cuenta la leyenda que los arquitectos socialistas calcularon la altura que habría de tener haciendo volar un avión sobre el lugar , y que desde tierra sólo daban una instrucción al piloto: más alto, más alto.

Quedan aún las figuras que se hicieron esculpir en hornacinas en los laterales: un hombre austeramente vestido (¿un estudiante?) que sostiene un libro cuya portada dice: "Marx, Engels, Lenin", un minero, un soldado, etc. Para compensar, el edificio se halla actualmente rodeado - diríase, casi, acosado - de enormes y modernísimos rascacielos de multinacionales. En las ventanas de uno de ellos, del tan en boga cristal de espejo, se refleja la torre socialista, conformando una foto a la que no se resiste alguna guía de viajes.

Sin embargo, ay, los polacos no le tienen mucho cariño. Incluso se llegaron a plantear la demolición tras la caía del socialismo. Lo entiendo, cómo no entenderlo, pero se alegra uno de que no lo hicieran. A partir de 2010, por cierto, alojará el museo del comunismo; el propio Lech Walesa está colaborando en la organización. Por la noche, la iluminación resulta la idónea y, claro, la torre señorea la ciudad toda. Pero ahora cae la tarde y una nube negra y, también, colosal ha comenzado a descargar con furia. El paraguas, hispano, se muestra endeble y, para colmo, nos demoramos más de la cuenta ante el gigante estalinista, ¿nos dará ahora alguien de cenar?

¿Por qué "Non Sola Scripta"?


Lo que más me interesa de los lugares donde viajo no suele aparecer en las guías de viaje. Una buena guía es, digámoslo así, una condición necesaria, pero no suficiente. Una vez oí a Jesús Hermida contar que, cuando llega a un lugar que no conoce, su primera visita es a una cafetería. Se sienta junto a la ventana y, con un café, mira a la gente pasar. Me gusta esa idea. Ninguna guía de viaje contará cómo camina la gente cuando pasa frente a la cafetería desde la que mira Jesús Hermida.

Ante la obsesión de los protestantes por mantenerse fieles a las Sagradas Escrituras, los católicos les reprochaban que no atendieran a la tradición y otros elementos; no sólo lo escrito importa: Non Sola Scripta. También en el mundo del Derecho se apela a esta misma idea.

Caminando por una calle de Wroclau, la antiuga Breslavia, vi un cartel que anunciaba un festival con ese nombre, Non Sola Scripta, y supe enseguida que así se llamaría el blog donde me permitiría contar a quien quiera oirlo lo que se ve desde la cafetería de Jesús Hermida. Aunque, claro, sabemos que Jesús Hermida y su café no son más que una pobre excusa para acabar contando lo que a uno le apetezca. En todo caso, bienvenidos a Non Sola Scripta. Un blog de viajes, y algunas cosas más.