viernes, 21 de enero de 2011

Hohenschönhausen (o la jauría, la bofetada y la sonrisa)

Ana en la prisión de Hohenschönhausen. Exacto, la prisión de La Vida de los Otros. En las afueras de Berlín. Difícil llegar, muy difícil. Desde el centro de Berlín, se cogen varios autobuses, algún metro, algún tranvía, se camina. La visita puede ser guiada, en inglés (cada muchos minutos) o alemán. Aquí sufrieron unas condiciones inhumanas cientos, muchos cientos, de ciudadanos cuyo pecado era no comulgar con el régimen comunista.

Pasan muchas cosas últimamente que me han hecho recordar mi visita estival a Hohenschönhausen. Y, felizmente, pasa una cosa ahora, y es que los socialistas de bien estarán conmigo. Por socialistas de bien me refiero a aquellos socialistas en lo económico pero furibundamente liberales en lo ideológico – estoy pensando en El Mito de la Propiedad de T. Nagel – . Ésos que no había cuando Stalin construyó el Muro, cuando Honecker asesinó a casi doscientas personas por intentar saltarlo o cuando los ingresaba en este lugar de difícil acceso desde el centro de Berlín.

Los despachos de los oficiales de la Stasi se conservan, tal cual, dentro de la prisión y yo, por tanto, me dirijo a esos socialistas que no comulgan con las liberticidas leyes lingüísticas que padecemos en España. Con ésos que alzan la voz ante la creación del Comité Audivisual de Cataluña primero y de, ahora, su planeada expansión al Estado todo. Se cuenta que en los círculos políticos y periodísiticos de Cataluña, se era tan consciente de la finalidad del CAC que nunca se lo mencionaba por su auténtico nombre, arriba colacionado, sino como Comisión Anti Cope. Me refiero a esos socialistas que no le ríen la gracia a sus sindicatos afines cuando, ante un ataque a los funcionarios  por parte del partido autodenominado socialista, hacen una huelga con la boca muy pequeña y echando tinta de calamar para que nadie sepa muy bien contra quién se huelguea, pero ante un recorte más que similar de un gobierno no afín desatan su jauría: huevos, zarandeos, insultos, injurias y, finalmente, una barra de hierro en la cara de un consejero. 

Me refiero también a esos socialistas que son conscientes de que bares, restaurantes, pubs, discotecas o lupanares no son lugares públicos, sino sólo lugares de acceso público, con un dueño que arriesga sus denarios y, en buena lógica, debería decidir las actividades legales que permite dentro. Y hablando de lupanares, apelo también a esos socialistas que no utilizan la lucha contra el proxenetismo para prohibir la libre disposición del propio cuerpo - argumento que sí utilizan, no obstante, en su defensa del aborto - .  

Castellanohablantes, hosteleros, prostitutas, funcionarios, consejero, son todos víctimas de esos socialistas a los que yo no llamo de bien. Recordemos que frente al tétrico edificio principal de Hohenschönhausen, ahora se lee, sobre una piedra austera: Den Opfern Kommunistischer Gewaltherrschaft 1945-1989 (A las víctimas de la dictadura comunista).


Egon Krenz fue el hombre que sustituyó a Honecker en la RDA y bajo su mando se hallaba el país cuando se abrió el Muro. No era tampoco un bendito – al fin y al cabo, llegó a máximo dirigente de un régimen policiaco-asesino – y a día de hoy (tras años en prisión) defiende la necesidad de reconstruir la RDA. Cuando presentaba un libro en Fráncfort – Cuando Caen los Muros – , un antiguo súbdito, una de esas personas que sabían bien cómo llegar a Hohenschonhausen, se levantó de su silla en el auditorio y le soltó una contundente bofetada.

Sólo una bofetada, sin barra de metal, sin jauría previa mediante: permítanme esbozar una sonrisa. Sólo una sonrisa.

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