domingo, 18 de octubre de 2009

Oriente, sus valores y mi hermana

Unos monjes budistas pasan, con su cachaza característica, frente a mi hermana. Anduvo por Vietnam y Camboya. Ha venido encantada, claro. Frondosidad selvática, alegría de las gentes, gastronomía excelente, baja densidad turística; todos los ingredientes para convertirse en el viaje de su vida. En una foto se cena una piraña - dice que está insulsa - , en otra se calza una pitón a modo de bufanda. Me quedo, a pesar de mi anticlericalismo, con los monjes.

¿Pobreza? No se pasa hambre, me cuenta, pero, desde luego, el nivel de vida anda muy lejos del nuestro. No hay coches. Hay millones y milones de vespas, con la familia al completo (lo ratifico: me muestra una foto donde padre, madre, hijo y bebé en el brazo izquierdo del padre se acomodan con alguna leve apretura). Los hoteles son impresionantes, las casas de ellos paupérrimas. Han hallado una elegante solución: apenas entran. Cocinan fuera de la casa, comen fuera, lavan en un riachuelo cercano, y así todo. Incluso los comercios utilizan esa táctica y las peluquerías cortan el pelo en la misma acera.

Es cierto que los mercadillos rebosan de carnes, pescados, verduras y frutas a buen precio. Y me parecen, por las fotos, de excelente calidad; ahora bien, en lamentables condiciones higiénicas: las mercancías descansan en cacharros a ras del suelo - de un suelo, muchas veces, lleno de fango - . Las vendedoras, en su inverosímil postura oriental, siempre en cuclillas y descalzas, ubicando sus pies incómodamente cerca de su material.

Me llama la atención que no hay manera de ver un gordo; fotos de mitad de Ho Chi Minh (Saigón para los anticuados), atestadísima, y ni una barriga. Vietnam posee ya 87 millones de habitantes y, posiblemente, 87 millones de delgados. No es que pasen hambre, me explica mi hermana, es, más bien, que son de poco comer. Y ha dicho algo más profundo de lo que parece.

El ascenso económico de los países orientales - no Vietnam y Camboya aún - se ha producido sin la occidentalización de éstos. El espectacular desarrollo económico de los llamados "cuatro tigres", Hong Kong, Singapur, Taiwán y Corea, no ha conllevado el desfile automático de éstos a costumbres occidentalizadas o el abandono de sus lenguas en favor del inglés. Si a estos países sumamos Japón, con su peculiar cultura, y China, incluído el comunismo político y su tradicional irrespetuosidad hacia la democracia y los derechos humanos, se debe extraer una conclusión: a pesar de lo que se había pensado durante mucho tiempo, la democracia liberal y otras cuestiones tradicionalmente asociadas a Occidente, no son condición sine qua non para el progreso económico y tecnológico; los países del Este asiático y otros musulmanes así lo demuestran.

Pero sucede una cosa. Toda civilización está condenada a pensar que sus valores son universales. A los asiáticos, una vez producido el desarrollo, este pensamiento también los ha tentado. Mahathir, el presidente malayo, llegó a expresarlo así hace ya unos cuantos años: "Los valores asiáticos son valores universales. Los valores europeos son valores europeos". Como dice un politólogo de mi gusto: "La afirmación cultural sigue al éxito material; el poder duro genera poder suave".

¿Y cuáles son esos valores genuinamente asiáticos? Se trata de unos valores básicos promovidos por el confucianismo, que unen, en su diversidad, a los orientales.

1. Un anti-individualismo feroz. Es decir, la primacía de los intereses del grupo y país sobre los del propio individuo. Esto vale tanto para la empresa como para la familia, la religión o el Estado. El individuo ha de esforzarse por ellos, no viceversa.

2. Una ética laboral basada en la disciplina, la lealtad y la diligencia.

3. La frugalidad. Ya lo dice mi hermana: son de poco comer.


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