Esto es Postdam, a las afueras de Berlín. Se trata de un barrio tranquilo que en verano recibe un chorro caudaloso de los turistas que buscamos eso: el famoso palacete del encuentro entre Truman, Churchill y Stalin. La zona es palaciega, exuberantemente palaciega, pero la historia contemporánea apunta sin ambages al Palacio Cecilienhof. Ciertamente, el palacete es bonito, y el precio por acceder a la sala exacta de los encuentros excesivamente elevado. En la puerta se conserva, como ven, la estrella roja plantada por el ejército soviético en el '45.
Los amigos se convierten en enemigos con facilidad. Y viceversa. Aquí es donde voy a parar: ¿qué hubiera pasado si, tras la derrota nazi, EE.UU. y Gran Bretaña (et al.) hubieran decidido continuar la guerra contra la ocupación soviética? El caso, como digo, de amigos convertidos en enemigos de la noche a la mañana es habitual en la historia: China y Yugoslavia para los soviéticos, Saddam Hussein y Bin Laden para los norteamericanos. ¿Por qué no Stalin en la época? Que aquello era un matrimonio de conveniencia no se le ocultaba a nadie. Bueno, quizá a algunos democrátas norteamericanos, siempre tan perspicaces ellos.
Era tal la superioridad norteamericana entonces, bélica y económica, que hubiera barrido con facilidad al tío Joseph. Éste, de hecho, era consciente de ello – y por eso no dijo ni pío cuando EE.UU. y Gran Bretañan sofocan la revuelta comunista en Grecia – . ¡Piénsese en la bomba atómica cayendo sobre Vladivostok o Novosibirsk! Puede hacer gracia si uno piensa en el doctor Lovestrange de Kubrick, pero, seguro, no hará ninguna si uno piensa en Hiroshima y Nagasaki.
Pero todo presidente norteamericano – y lo digo con toda la intención de meter el dedo en el ojo a quienes piensan que los americanos han querido ser un imperio – se han enfrentado, desde la Primera Guerra, al clamor de “traer nuestros chicos a casa”. De hecho, el contingente yanqui que queda en Europa tras la Segunda Guerra es ridículo; el del tío Joseph, colosal.
Como colosal es el paseo que uno puede darse por los alrededores del Palacio Cecilienhof; lástima que el lago calmo y el croar de las ranas no inspiraran algo más de tino en Churchill y Truman:
Fantástico el paseo por el Neuer Garten hasta Cecilienhof, aunque si llegas desde Sanssouci los suyo es no pagar el ticket de autobús y bajar en la primera parada, desde ésta al Neuer Garten debe haber escaso kilometro y medio. Y de regreso en Berlin, cerca de la estación de Zoologischer Garten, podemos cenar en algún café de público universitario de la Kantstrasse , aunque personalmente cruzaría la Kudam para cenar en un restaurante
ResponderEliminarcheco sito en la Meinekenstrasse.
saludos