martes, 27 de julio de 2010

Dresden! Dresden!


Se me permitirá, quizá, una nota autobiográfica. Se me permitirá, por una vez, no emprender tan siquiera el intento de una reflexión objetiva y dirigir una mirada, entre nostálgica y satisfecha, a mi pasado.

Ya he hablado, a decir verdad – locuacidad de la red – , de los tiempos en los que, joven e inconsciente, y en un acopio de lozana osadía, monté en un avión que me depositó, para los siguientes 10 meses, en Dresde, capital de Sajonia. 

Eran los tiempos en los que yo sentía, como todos los jóvenes y en palabras de Gil de Biedma, que había venido para llevarme la vida por delante. Once años después, con unas sienes que han comenzado a trufarse de cabellos blanquecinos, he vuelto a Dresde.

La ciudad que me ha recibido ha experimentado un cambio radical respecto a aquella por la que paseó el joven fatuo y un tanto melancólico que fui. El centro histórico, tan esplendoroso como entonces, se ha empedrado de lujosos hoteles y restaurantes. Los centros comerciales han proliferado. Muchos edificios han sido renovados. La Dresde que me acogió celebraba entonces diez años de la caída de la dictadura comunista, pero se hallaba aún un tanto atrasada.Yo, sin ir más lejos, me alojo ahora en un impecable aparta-hotel enfrente de la mismísima Frauenkirche, y, para mi gozo, debajo existe una Konditorei, una pastelería de esas que, por un misterio de la repostería, sólo existen en los países germanohablantes.

Cursé aquí, en la Technische Universität, el último año de mi licenciatura, con todas las asignaturas en alemán. Tuve, así, la fortuna de aprender por partida triple: lo que los competentes Professoren germanos me enseñaron, la célebre eficiencia alemana y perfeccionar una de las más nobles lenguas de la historia. Muchos de los antiguos edificios comunistas, tipo termitera, habían sido reconvertidos en residencias universitarias; yo, en concreto, vivía en la Budapester Str., Nr. 24. Desde la ventana, como se aprecia en la foto  que me he hecho hoy mismo, también se vislumbran, únicamente, las termiteras del paraiso socialista ya caído.

Dresde será para ustedes la ciudad conocida como la Florencia del Elba – die Florenz der Elbe – , será la ciudad en la que, mediante una masacre sin sentido, Churchill se convirtió en un sanguinario más de la historia, será, también, la ciudad en la que las manifestaciones anti-RDA sí fueron violentas; para ustedes, Dresde será todo eso, y yo, gentilmente, se lo perdono. Para mí, Dresde es otra cosa. Dresde es la ciudad en la que un joven fatuo y un tanto melancólico, pero de sienes aún azabaches, padeció y disfrutó, durante un año.

Once años después, he vuelto a Dresde. He vuelto como eso que se dice un hombre adulto; soy infinitamente más feliz que era entonces y, quiero engañarme, algo más sabio. Mas, sin embargo, el característico olor que esta mañana me recibió en el número 24 de la Budapester Strasse, consiguió erizarme la piel.

¡He vuelto a Dresde! Ich bin in Dresden zurück!

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