Ya nos decían a Ana y a mí que estábamos locos por ir una Navidad a Suecia. "Hace mucho frío", era la poco original réplica que recibía, invariablemente, el anuncio de nuestro destino. Estábamos locos. Y sobrevuela uno Suecia y otea a sus pies un país bañado por el océano níveo y gélido formado por la nieve de muchas nevadas recientes. Y aterriza uno, finalmente, en Estocolmo y, obviamente, se encuentra a muchos grados bajo cero y calles rayanas lo intransitable debido al albo manto helado. Y se encuentra uno ante un atardecer que, tristemente, acaece casi al medio día. Y se encuentra uno con unas gentes de maneras rudas y civismo escaso -cosa ciertamente inesperada en lares escandinavos- . Y se encuentra uno una ciudad capitalina cuya belleza se halla concentrada en un pequeño casco antiguo y envuelta, por lo demás, en mediocres barriadas. Y se encuentra uno, en general, un ambiente hostil y chabacano. Se encuentra uno con que -¡maldita sea!- la belleza de las mujeres suecas es puro mito (ay, las polacas, las polacas...). "Estamos locos", llega uno a pensar, finalmente persuadido por la réplica generalizada.
Y, sin embargo, descubre uno, la primera noche, entre montículos de nieve y bajo la noche temprana y espesa, que su morada será una primorosa casita de madera:
Y, sin embargo, aparece, radiante, el sol en la breve mañana, junto al parlamento que forjó el más extenso Estado del Bienestar que jamás se ha visto:
Y aprovecha uno la inusitada aparición del astro rey para asomarse a los canales:
Y se deleita uno en la visión del skyline estocolmés que el puerto generosamente ofrece:
Y en el callejo por el bello casco viejo -el gamla stan- al caer la tarde:
Y a la caída irreversible de la noche la recibe uno con capuccino y Apfelstrudeln:
Y, tras la cena y bajo un frío sencillamente infernal, observa uno que el deporte que gusta practicar a los nativos es, precisamente, sobre hielo. ¡Eran ellos los locos!
Díganme: ¿quién estaba loco ahora? ¿No redimen -confiesen- estas estampas lo hosco del carácter sueco y la fama a todas luces exagerada de la belleza estocolmesa? "No", me contesta Ana leyendo sobre el hombro, "no lo hacen". Ana está loca.
Aunque, franca y tristemente, coincido con Ana. No es Suecia el oro que tanto reluce. ¡Estamos todos locos!