Pocas cosas se me ocurren más genuinas en un domingo de marzo del Levante ibérico que la visita a un campo de almendros, en esta época exuberantemente en flor. Los hay de flor blanca y de flor arrebolada. Prefiero los primeros, pero, ya se sabe, de gustibus non est disputandum.
Es también por aquí, por el feliz Levante hispano, donde parece que se concentran últimamente las protestas sociales contra las políticas de austeridad de la administración. Las estampas que les traigo son, en concreto, del campo de Cartagena, de una región en que la tijera administrativa se ve obligada a realizar una labor contundente, aunque es algo más arriba, por Valencia, donde anda el río más revuelto.
Vaya por delante, porque hay que decirlo todo, que el funcionariado español es altamente competente. En reciente fechas, de hecho, la embajadora serbia ha afirmado que la Policía Nacional española ha pasado a la historia de su país, tras la detención, en una primorosa obra de orfebrería de vigilancia, al asesino que atentó, años ha, contra la vida del primer presidente no comunista del país. Tampoco el número de funcionarios (en sus diferentes figuras contractuales) resulta elevado en España, al contrario de lo que en ciertos medios machaconamente se repite. Los profesionales de la sanidad han logrado que nuestro sistema se encuentre entre los mejores del mundo, y qué decir de maestros y profesores, que mantienen a pulso un sistema educativo herrumbroso y putrefacto tras dos infernales leyes socialistas de educación. Vaya todo eso por delante.
Ahora bien, llegado el momento de realizar unos recortes de pitiminí, estalla la barahúnda. "No a los recortes" es la consigna, ilustrada con una tijera enmarcada en una señal de prohibición. Camisetas, pancartas, pins. Y alumnos, muchos alumnos por las calles, súbitamente afectados de un ataque de responsabilidad cívica y petición de calidad en un servicio público destruido sañudamente por dos leyes orgánicas que los pillaron, parece, sesteando.
Es una ley económica básica que el sector privado se ajusta mucho y grita poco (cinco millones de desempleados, rebajas salariales de hasta el 30%), mientras el público se ajusta poco y grita mucho. La primavera valenciana tiene lugar, concretamente, debido a una rebaja salarial de los docentes y sanitarios que, comparativamente con la recibida hace dos años, es minúscula. Aparece también la cuestión del profesorado interino, un profesorado que ha conseguido su estabilidad laboral -esto es, considerarse integrante del Cuerpo correspondiente sin serlo- a fuerza de pérfidos acuerdos sindicales con la administración para bloquear el paso de nuevos opositores. Se ha creado, así, un híbrido un tanto exótico: el Cuerpo de Interinos.
No a los recortes, así, in toto, parece un lema bastante bobo. ¿Nada se puede recortar? ¿Se encuentra exprimido hasta el último céntimo del último euro? ¿No se puede, por ejemplo, prescindir durante unos años de unos cientos de interinos en una Comunitat donde la proporción de estudiantes por profesor no llega a 12?
Cuando existe un gran número de funcionarios se acaba la capacidad de la adminstración (o, evidentemente, la empresa privada) para responder a situaciones cambiantes. Les contaré una intimidad para que, insisto, no confundan mi discurso con proclamas neoliberales: esto me lo enseñó un tal Sven Steinmo, firme defensor del modelo sueco.Un modelo, como saben, radicalmente igualitario. Tanto el despido -que en Suecia es prácticamente libre- como la moderación salarial, me contaba Sven, se hicieron imposibles debido al gran número de funcionarios públicos que llegaron a conseguir en el país (entre el sector femenino, por ejemplo, por encima del 60% de la masa laboral). Acabó por dispararse el desempleo y la inflación: morir de éxito.
Aunque, obviamente, en nada se parece la gélida Suecia a mi domingo junto a genuinos almendros en flor. Aunque, esperen, más genuinamente levantino será si junto al almendro se alza una palmera. ¿O no?
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