lunes, 12 de septiembre de 2011

La Zona Cero -diez años después-

La Zona Cero (Ground Zero) es aún un solar; repleto, eso sí, de grúas y cables y con una especie de museo a su lado. Museo peculiar que se centra más en lo que será de dicha zona que en lo que fue. No conviene remover dolores. Se ha construido hasta el momento un tercio de lo planeado, dado que las autoridades se debatieron en la incertidumbre sobre qué hacer, en la posterior duda entre varios proyectos, en la intensa aflicción que rezuma aún el lugar.

Ana y yo hemos visitado La Zona Cero diez años después de que Las Torres Gemelas fueran objeto del ataque terrorista de Al-Qaeda; ningún amante de la historia, no obstante, puede dejar de emocionarse en semejante lugar, aún diez años después. Cerca de tres mil personas murieron en aquel espanto de llamaradas, escombros, fuel hirviendo. Las hormigoneras laboran ante el silencio doliente de los turistas que observamos, que fotografiamos y que meditamos. La maquinaria porta la bandera nacional y algún reconocimiento a policía y bomberos. 

Resulta previsible dicho reconocimiento si piensa uno en que los americanos agradecen su labor a las Fuerzas Armadas incluso en la camioneta que asfalta una calle de Washington: 



La Zona Cero es el nombre que se le aplica a Hiroshima y Nagasaki y, en emotivo recuerdo, han querido los neoyorquinos bautizar así al terreno donde una vez se erigieron las Torres Gemelas. Diez años después puede el turista reflexionar con mayor lucidez acerca de lo que aquí sucedió y de sus consecuencias. Los atentados que aquí tuvieron lugar cambiaron el mundo más de lo que las gentes suelen pensar. Las guerras de Iraq y Afganistán fueron entonces una respuesta bastante lógica. El hecho de que la posguerra se gestionara de forma tan catastrófica no debe empañar nuestro juicio sobre dichas guerras. Aquel día de hace diez años, hagamos memoria, era mucha la gente que pedía acción inmediata, respuesta contundente. Es más, quizás hoy, diez años después, me atrevería yo a insinuar alguna relación entre la Primavera Árabe y el hecho de que ni talibanes ni Husein se hallen en el poder en Afganistán e Iraq, respectivamente. Resulta un tanto dificultoso concebir tanta revuelta en una zona con sendos poderes bien asentados. Por otro lado, el antiamericanismo en el mundo árabe, eso ya no se le oculta a nadie, alcanzó cuotas desconocidas. Diez años después, así de espinosa es la realidad, continúan reverberando las consecuencias de tan atroz acto.

Vinieron también, a causa de este solar, los artificiales tipos de interés que acabarían generando la ya célebre orgía crediticia, responsable, en gran medida, de la situación económica actual. Vendría también la demonización de Bush y el entronamiento de Obama, hechos ambos que hoy, diez años después, aparecen un tanto empañados a la vista del visitante. Del visitante que, como yo, como Ana, mantiene aún en su retina la imagen del bellísimo puente de Brooklyn atestado de quienes sólo deseaban huir de Manhattan. Los turistas hacemos siempre el recorrido inverso, es decir, recorremos el puente desde Brooklyn para saborear a pie las indescriptibles vistas del corazón neoyorquino. Aquel día, no obstante, el mundo al revés, turistas y residentes huían despaboridos en la dirección inversa.


Las enredaderas del cordaje del Puente de Brooklyn no impiden una bellísima vista de Manhattan. Vista, eso sí, que parece llorar aún la amputación de dos de sus miembros. No le debería impedir el carismático cordaje al turista una ponderada reflexión sobre lo que allí sucedió hace diez años. Que fue -si me permiten el tópico- el cambio del orden mundial. Que, tópico o no tópico, no es poca cosa. 


11S-2001/11S-2011

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