Múnich es una ciudad alegre; ya el taxista que me lleva del aeropuerto al hotel me dice que la ciudad tiene ein italienisches Flair, “un toque italiano”. Efectivamente, la noche se muestra más vivaz de lo habitual en estas tierras. En ciertos locales, percibo, se habla ligeramente más alto de lo que por aquí es cortés norma. Hay alegría. No me resulta tan alegre, empero, lo que aquí sucedió. En las afueras, fácilmente accesible en autobús, se encuentra Dachau, el terrible campo de concentración nazi. Aquí, en Múnich, se celebró también (1938) la conferencia donde Hitler acabó de envalentonarse ante la percepción de la llamada “política de apaciguamiento” que los demás países se gastaban con él.
Ana contempla, en la fotografía, de cuán trágica manera puede acabar la bienintencionada política de apaciguamiento: unos hornos crematorios para hacer desaparecer cadáveres. Y es que, si bien la reclamación sobre los sudetes (la población germana residente en Checoslovaquia) podía ser justa, mostrarse excesivamente condescendiente en política internacional suele acabar en funesto resultado. En aquel caso hubiera bastado con invitar a Checoslovaquia al evento, para aparentar, al menos, que no todo sería un "sí, bwana". Checoslovaquia dijo entonces, y no sin razón, que se habían adoptado acuerdos "sobre nosotros, sin nosotros y contra nosotros".
No es que uno sea partidario de tomarse las cosas a la tremenda, pero ¿qué ha sacado Obama con su política de apaciguamiento con el mundo árabe? Irán mantiene su secuencia de lapidaciones y se niega a la supervisión de su programa nuclear. Turquía intercambia material radiactivo con ella. Igual, por cierto, que el antaño adorado Brasil de Lula.
Nuestro actual gobierno, imbuido por la idea de la Alianza de Civilizaciones, ejemplifica perfectamente una política de apaciguamiento constante. Ni tan siquiera llamó al embajador a consultas ante las bravatas continuadas de Hugo Chávez; cosa que, por cierto, sí hizo Marruecos por la visita del Rey a Ceuta y Melilla, esas dos ciudades ocupadas, según la visión de Rabat. Moratinos, además, se apresura a abogar por la revocación de la Postura Común respecto a Cuba, con el frágil argumento de unas excarcelaciones/expatriaciones.
Definitivamente, Múnich es alegre. A la tarde se bebe cerveza, a la caída del sol una copa de vino blanco hace las veces de aperitivo, se cena tarde y se continúa con los cócteles. Apacigua este ambiente bávaro con un toque italiano. Y, sin embargo, atribula mi ánimo pensar en el apaciguamiento. Recuerdo los espantados ojos de Ana en esa habitación, vista a la mañana, donde de las fingidas duchas sólo brotaba el cobarde Zyklon B. Recuerdo también que mientras en la Alemania Occidental recibían bajo palio al dictador comunista, éste mantenía la orden de disparar a todo aquel que intentara cruzar el Muro. Y Hitler, a quien aquí, en tan alegre lugar, se intentó aplacar, sólo recordó aquel caritativo intento para, antes de invadir Polonia, confesarle a un condiscípulo: “nuestros enemigos son gusanillos; los vi en Múnich”.
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