Portugal es como el alma de los portugueses -y no sabe uno quién moldeó a quién- . Quiero decir, es franca -ofrece lo que promete- , es poética -puro dolor melancólico- , es bacalao -bacalao à brás- .
Portugal es franco, cómo podría no serlo un país de calles de adoquín, de edificios deshechos, de fachadas descascarilladas. La decadencia no respeta aquí ni esa maravilla de la construcción popular que son los hórreos en Galicia y Asturias:
Portugal es poético, cómo podría no serlo un país que huele a mar, de callejuelas estrechas y costaneras. Es un país donde en su más sublime -sublime de verdad- monasterio, de los Jerónimos, esculpen las poesías de Pessoa. Porque sólo en un país como Portugal -genuinamente franco, esencialmente poético- podía alguien escribir:
Para ser grande, sé entero: nada
tuyo exageres o excluyas.
Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres
en lo mínimo que hagas
Por eso la luna brilla toda
en cada lago, porque alta vive.
Porque sólo en un país que huele a mar y constituido básicamente por callejuelas estrechas y costaneras podría el poeta hallar la inspiración para afirmar:
No: no quiero nada.
Ya dije que no quiero nada.
¡No me vengáis con conclusiones!
La única conclusión es morir.
Y la franqueza y la poesía se sustancian en esa delicia del Bacalao à Brás. Se trata, en realidad, de nada más (¡y nada menos!) que un revuelto. Patatas fritas al estilo paja, cebolla, ajo, bacalao desalado y huevo. El más humilde -recuerden: fachadas deshechas, descascarilladas- y más sublime (recuerden: moasterio dos Jerónimos) de los revueltos.
He aquí cómo me fue servido en Lisboa:
Con sus olivas negras aportando el contraste de color. Y así tuve el honor de disfrutarlo en Oporto:
Lo que se aprecia junto al más célebre revuelto del mundo es la igual pero inmerecidamente célebre Francesinha, un sándwich empalagoso y mal conjugado. No miren la Francesinha, miren el bacalhau; no miren lo desvencijado del hórreo, sino su franqueza; no miren la languidez del país, sino la poesía. Pero, ojo, ver no requiere sólo abrir los ojos -eso también lo sabía el poeta que yace en los Jérnominos:
No basta abrir la ventana
para ver los campos y el río.
No es suficiente no ser ciego
para ver los árboles y las flores.
No es suficiente no ser ciego
para ver los árboles y las flores.