miércoles, 29 de junio de 2011

Hechos reales

 La Vega Baja alicantina, Albatera y San Isidro incluídos, es en la canícula estival un laberinto de limoneros y de caminos terrizos y de sombras. La Sierra al fondo. Nada queda ya del antiguo campo de concentración.

Era un mayo caluroso de 1937. El abuelo rememora, una vez más, el estruendo de las bombas y las balas y el aire inyectado de la esencia pavorosa de la muerte. Los españoles se mataban; hermanos mataban a hermanos, primos mataban a primos, tíos a sobrinos. Se mataban en Brunete en aquel julio tórrido de 1937. Es el general José Miaja quien dirige a los republicanos, con más tiento que medios. “Yo vi a Miaja”, exclama el abuelo con los ojos desorbitados, “yo vi a Miaja”. Miaja, contra lo que la pasión en los ojos del abuelo indica, no sabe, no puede vencer. Los nacionales despliegan una ofensiva contundente y la tropa republicana se deshace como un azucarillo puesto a las llamas del sol madrileño. Las bajas en el bando del abuelo se cuentan por centenares, se producen motines, deserciones, ejecuciones sumarias allí mismo. El abuelo, que dispara cegado por un ansia de victoria imposible, es hecho preso.

El campo de concentración de Albatera, en la Vega Baja alicantina, es su destino. Espera al oficial que habrá de dictaminar: el internamiento o la libertad o, directamente, la muerte aguardan al abuelo. Apenas prueba bocado en los tres días – tres eternidades, parecieran – que se prolongó la espera agónica. Bazofia era lo que los falangistas se dignaban repartir: “la carne rebotaba en el suelo”, relata aún con indignación viva en la voz.

Al tercer día se llama, uno a uno, a diversos reos, el abuelo entre ellos. Uno a uno son recibidos por el oficial que los escruta, los interroga tan breve como ásperamente y, como con un chasquido de dedos, decide: vuelta al campo, vuelta a casa o viaje al paredón. El abuelo está tranquilo.

- ¿Nombre? – El abuelo responde con voz clara y nítida. Como vuelve a responder a la pregunta acerca de su ocupación.
- ¿De dónde es?
- De Elche.
- ¿Elche? Mucho rojo en Elche.
- ¿Rojo? – se atreve el abuelo, en una inesperada y descabellada respuesta – , no, señor, españoles simplemente. Españoles que acudieron a luchar cuando su gobierno los llamó. Simplemente.
El oficial alza la mirada y ecuentra la del abuelo: cándida y limpia.
- ¿Y si no es rojo por qué no pensó usted en desertar?
- ¿Abandonar yo a quienes me han protegido la espalda? –el abuelo insiste en inesperadas y descabelladas contestaciones – , ¿traicionar a compañeros de lucha? No señor, eso ni lo pensé.
El oficial vuelve a alzar la mirada de los papeles para volver a encontrarse de frente con la del abuelo – pareciera, piensa quizá el oficial, no temer la muerte – .
- Ande, váyase a su casa.

Historia real acaecida en el seno de la familia de mi amigo P. LL., quien me brinda la exclusiva del relato para este blog (que se ha esforzado por estar a la altura del mismo). Obviamente, mi sincero agradecimiento desde aquí.

 Anoche en Elche, patria chica del abuelo, la luna despuntaba tímida sobre el palmeral

sábado, 11 de junio de 2011

Cultura popular (¡toma ya!)

No debe ser todo en los viajes Historia con mayúscula, ni política de altos vuelos, ni importantísima economía. Nada obliga al viajero, tampoco, a pensar sobre las biografías de los relevantes personajes de la tierra. Si me apuran, tampoco debe el visitante ceñirse a indagar acerca de la gastronomía local. La cabeza del buen viajante debe reservar siempre espacio para eso que se da en llamar "cultura popular", un ámbito que traerá a las mientes inusitadas y sorpresivas conexiones. ¿Trátase esta cultura popular de arte con minúscula? No seré yo quien se atreva a oficiar de bibliotecario y decidir cuándo Arte y cuándo arte. Relájese mintras marra por las calles de su destino y verá cuán gratas e inesperadas estampas aparecen en su mente; cuán simpáticos e inopinados vínculos le sugiere ahora el lugar.

Pasea uno por Gijón sin demasiado entusiasmo. Tratándose de la bella Asturias, el visitante esperaba otra cosa. La mar, no obstante, neutraliza siempre todo atisbo de desengaño. Trátase en Gijón no sólo del paseo tradicional junto a la playa que se dilata como sin esfuerzo, flanqueado por esa tradicional barandilla blanca; trátase en Gijón de subir al Cerro de Santa Catalina, donde se yegue el Elogio del Horizonte, de Chillida. Una mole de cemento en amago de abrazar la mar y la brisa que ésta ofrece. Recuerda entonces uno, a pie de la mole de aroma prehistórico, que se trata Gijón de la ciudad por donde pasea Antonio Albajara, el encantador personaje que Antonio Ferrandis interpreta en la sublime Volver a Empezar (quizá la única película española, junto a Mar Adentro que realmente merece un Óscar. ¿Junto a Muerte de un Ciclista? ¿Y a Calle Mayor?). Rememora el visitante, encaramado al cerro, al profesor gijonés emigrado a la universidad americana, paseando de la mano de Elena mientras trastean un pasado ya inquietantemente lejano. Rememora uno, también, la escena en que Antonio descubre a su amigo Roxu su secreto desgraciado, y recuerda uno, inevitablemente, el sublime canon de Pachelbel. Es el canon una de las piezas más dolorosamente bellas, más hermosamente desgarradoras que ha ofrecido la música. Gijón: Antonio Almajara y Pachelbel; la cultura popular prometía impensados lazos.

Mira que dará Cracovia para pensar y, sin embargo, esa frivolidad que las vacaciones y los viajes inoculan en uno, le hacen rememorar un cínico chiste. En Cracovia busca el visitante, es obvio, el guetto. Cruza uno el río -el Vístula- y llega a una pobre plaza repleta de imponentes sillas de madera vacías. Plac Bohaterow Getta, Plaza de los Héroes del Guetto. Me refería antes a la célebre bufonada de Woody Allen acerca de que no podía escuchar a Wagner porque le entraban ganas de invadir Polonia. Yo no puedo creer que el consistorio cracoviano no conmemore de manera más enérgica el guetto por antonomasia. Las sillas representan la cantidad de enseres que los judíos eran capaces de llevar consigo cuando eran trasladados forzosamente. En este guetto -más cultura popular- , fue confinado Roman Polanski de niño, quien posteriormente dirigiría la imprescindible El Pianista. Ciertamente, Wagner resuena a guerra; uno no puede evitar rememorar los helicópteros yanquis de Apocalypse Now emergiendo por entre los palmerales vietnamitas entre los sones de La Cabalgata de las Valquirias. De hecho, a mí me pasa un poco como a Woody Allen desde que, siendo un tierno infante, quedé prendado de la belleza de dicho filme: cuando oigo a Wagner, me entran ganas de bombardear Saigón. ¿Cracovia emparentada con Saigón? Ciertamente, los caminos de la cultura popular son inescrutables.

Se dice que París es la ville de l'amour, mas sabe el viajero que es éste un tópico mentiroso. Viena, la elegante,  majestuosa Viena es la auténtica ciudad del amor. Tan señorial y majestuosa, trufada de neoclásicos edificios de fachada intachable y compacta estructura, dota a las calles de un ambiente único, entre distinguido y amoroso. Cuando los guionistas de una película tan sencilla como radiante, Before Sunset, Antes del Amanecer, decidieron la ciudad donde ubicar su historia de amor, se decidieron sabiamente por Viena, no por París. (La secuela, Antes del Anochecer, cae, ay, en el tópico mentiroso y se traslada a París). Se trata de una pareja que se conoce en un tren y que sólo de paso andarán por la capital austríaca; de hecho, sólo se detendrán en la ciudad una noche. Una noche donde el guión nos pasea por la ciudad con un ritmo melifluo; así, nos muestra la cadencia de un enamoramiento calmoso en una ciudad idónea para ello, en el paradigma de la ciudad elegante y romántica. Se despiden los recién enamorados en la estación de tren vienesa con el compromiso de reencontrarse allí mismo seis meses más tarde. ¿Se consumará el reencuentro? 

Gijón y Pachelbel, Cracovia y Wagner, Viena y el amor delicioso de una noche breve: les avisé de que la cultura popular no es la Wikipedia, son las sendas impredecibles de la imaginación humana. Toma ya.