viernes, 27 de mayo de 2011

Levante argentino (nuevos ensayos sobre la estupidez política)

Esto es el Levante español. Esa luz como de oro fundido y el pino, pino que satura el aire. Aire gravoso que queda ya en la primavera percudido por el canto de la chicharra y preñado del aroma del pino. Luz, pino, chicharra. El campo es un secarral que se extiende, en indolente ademán, ya agostado desde la primavera. Primavera que no es más, aquí, que un verano incipiente.

El regadío, claro, obra aquí también milagros. Trátase el Levante del principal vientre productor en este país de alcachofas y patatas y tomates y naranjas y limones y berenjenas y Dios sabe qué más. 

El ánimo se confunde en el Levante; ara se reseca,  a la vista del campo áspero y del pino enjuto, ara se regocija, ante la luz clara, el vergel sorpresivo y las gentes llanas. 

Mienten quienes pretenden que todo es aquí asfalto y ladrillo. Los hallará el visitante en demasía, pero hallará apenas sin buscar la senda arenosa que conduce a la mar.Y esto es el Levante: arena, matojo, las palmeras gráciles que puntuan el cuadro y la mar, cómo no, la mar al fondo. 

Pocas han sido las dunas que han sobrevivido a la vorágine del ladrillo - ay, el ladrillo - , pero haylas, haylas. Dunas centenarias, milenarias tal vez, a las que el matojo se agarra y gracias al cual ella arraiga. Perfecta simbiosis.

Al final de la senda aparece, al atardecer, un mar calmo revestido del arrebol crepuscular. La mar que pare la merluza con la que rellenar las croquetas, la lubina que el turista tomará a la sal gorda y, faltaría más, la paella. Paella que con suerte será de marisco y, entonces, junto a la merluza aparecerán las gambas y las almejas y los mejillones. Oficiará de acompañante el pimiento rojo. Y eso, eso y no otra cosa, es el Levante: pino, sol, palmera, arena y duna, matojo y chicharra, mar y paella. 

Se habla por ciertas partes de este Levante una variación de la lengua catalana, esto es, el valenciano. Como toda lengua, debería, en buena lógica, ser usada por quien así lo decidiera. No hay mucho más debate aquí. No obstante, políticos que se reclaman -cuando toca- liberales, deciden desviar jugosas cantidades de dinero a su fomento. Fomentar aquí suele significar obligar a los niños a estudiar ciertas asignaturas en esa lengua, a los profesores a impartirlas, pagar a editores por editar libros en ella, a productores por producir teatro, cine, televisión en ella, abrir un canalito de televisión íntegro para la susodicha y estas cosas. Vamos, interferir draconianamente en la evolución natural de los procesos lingüísticos. Y hacerlo con dinero que bien podría financiar colegios, desempleo, maternidades y yo qué sé. 

El Levante español se ve ahora hermanado con Argentina dado que nuestras autoridades deciden fomentar el valenciano... en Argentina. El valenciano será así fomentado en Córdoba, Rosario, Mendoza, San Juan, San Rafael, Buenos Aires. No es que no existiera ya este fomento en lugares un tanto exóticos para esta lengua - ¿valenciano en París, Zaragoza, Cantabria? - , pero es que las autoridades levantinas solían hacer mofa de las catalanas cuando éstas incurrían en semejantes patochadas. Claro que nunca es tarde para hacer el ridículo uno mismo.

Un pedacito de mi dinero se va incluso a Brasil. Se abre allí, no se lo pierdan, tachán, tachán... Centre Valencià La Senyera de Sao Paulo.

Esto es el Levante; el crepúsculo cuajado de fragancia de pino recio, la senda hacia un mar ubérrimo, y la chicharra y el grillo y la luz que brilla como tostada y... la estupidez del político de turno. Mira tú, ahí somos como todos. 

martes, 10 de mayo de 2011

Saint Andrews: de ruinas y de lápidas (o bye, bye, miss Scottish pie)

¿Cómo no dejar a mi memoria revisitar Saint Andrews? ¿Cómo no dejarla -incitarla, incluso- rememorar aquel cierzo que sopla gélido y aquel ambiente calmo entre casas bajas y aquel paseo junto al mar rugiente?  ¿Cómo no dejarla -sí, instigarla- regodearse en el recuerdo de las ruinas de la Catedral, catedral antigua, que alojan un cementerio, cementerio antiguo, que mira al mar? Mar que exhala, en el invierno, un cierzo gélido y afilado. Recomiendo, claro, dedicar una atardecida a Saint Andrews. El sol desciende lánguido, dejándose engullir por la mar brava, y aventa sus últimos resplandores por entre las piedras catedralicias, por entre las lápidas centenarias, por entre la hiedra que a ambas corroe. La ciudad, mientras, es silencio, y resuena, entre rabioso y acompasado, el mar junto a tanta ruina. 

La ciudad es pequeña y amable. La ciudad es tranquila. La ciudad, sin embargo, alberga a miles de estudiantes que, a la noche, atestan las tabernas y se deleitan entre cervezas y licores. La ciudad es taciturna entre las ruinas; es encanto al atardecer, cuando la piedra recibe esa luz del sol ya desbastada por el día y por el frío; es algarabía en las cantinas estudiantiles; es naturaleza pura en las afueras, donde abunda el bosque y la pradera y las ardillas y la niebla baja. Saint Andrews se halla en la costa Este escocesa, preñada de oro negro que impregna la vida de estas gentes. La ciudad es también reflexión entre las arcadas inmemoriales en los caminos silentes.

Se han celebrado recientemente elecciones en Escocia y ha arrasado el SNP, el partido nacionalista escocés. No exagero: arrasado. Se hunden los laboristas, se hunden los liberales y se hunden un poco más, per impossibile, los conservadores. Escocia es otra desde que se descubriera el petróleo de su agreste, inmensa costa. El petróleo ofrece unos fondos que, de no repartirse en Londres, resultan promisorios de una vida noruega o, como poco, suiza. Resulta que cuando a finales de los setenta se celebró un referéndum acerca de la Devolución -retomar el Parlamento escocés, simplemente- , la participación fue del 63%, y los escoceses que votaron que sí (aun suponiendo el 52% de quienes votaron) fueron un exiguo 33%. El sentimiento nacionalista no estaba, pues, tan presente como muchos tienden a concebirlo en Escocia. De hecho, cuando el referéndum se repitió en 1997, el electorado que dio el sí fue el 44% (suponiendo, eso sí, el 74% de quienes votaron).

Desde entonces, crecimiento económico y petróleo -Scottish oil for Scotthis people, It's Scotland oil- han azuzado el sentimiento independentista. Y digo independentista porque el nacionalismo escocés no hace nunca hincapié en sus diferencias culturales, raciales o religiosas con los ingleses. Y no lo hace porque son inexistentes. Se trata de un independentismo petrolífero, si me permiten la expresión. El día que Escocia declare su independencia, será el final del Estado del Bienestar inglés, ulsteriano y galés -financiado en gran parte con el petróleo escocés- y el comienzo de un espectacular nivel de vida para los escoceses. No en vano, una de las promesas electorales de los nacionalistas escoceses ha sido, por ejemplo, educación superior gratuita (mientras conservadores y liberales la encarecen en Londres). Otra enjundiosa promesa ha sido la de congelar durante toda la legislatura el impuesto de la propiedad inmobiliaria, que, todo sea dicho, es carísimo por allí (la media está en más de mil libras al año por casa). 

Son muchos los que dan por sentado que el SNP cumplirá su promesa de celebrar el referéndum sobre la independencia y de que, con estos mimbres, tiene muchas opciones de tejer su ansiado cesto. (Ojo: sin los diputados que los laboristas envían desde Escocia, Westminster podría ser tory por los siglos de los siglos). A mí, loable me parecía la postura de una Escocia timorata con la independencia, dado que primaban otro tipo de consideraciones por encima de la netamente económica, lo cual le hacía gracia a mi natural anglofilia, como loable me parecerá su ansia de autonomía económica: el añejo y castizo lo mío pa' mí

Magnificentes las ruinas de la Catedral con el mar bravo como fondo: 


¿Auguran, por ventura, las ruinas del noble y vetusto Reino Unido?

domingo, 1 de mayo de 2011

Treblinka (y Olof Palme y poco más)

He contado ya que Treblinka fue un campo de exterminio sin paliativos del que no quedan actualmente ni las migajas. He contado también que el acceso es difícil. Dado que mi visita coincidió con obras que eran causa de cortes de carreteras, llega el momento fatídico en que el GPS pasó a ser de nula utilidad. En la zona, que forma parte de eso que podríamos llamar la Polonia profunda, nadie habla inglés (ni alemán), lo que dificulta aún más el trayecto. Un hombre, sucias ropas del trabajo en alguna obra o taller, intenta en vano explicarnos, mímica mediante, el trayecto alternativo. En extraño movimiento, sube al coche y comienza a dirigirnos. Ana y yo nos cruzamos extrañadas miradas: ¿va él a Treblinka?, ¿quiere dinero?, ¿será un psicópata? Llegado un punto, los miedos se disipan: el hombre se apea del coche, y entra en su casa, no sin antes explicarnos como puede que dos curvas más y la tenebrosa Treblinka se abrirá a nuestra mirada. Inusitado ejemplo de cordialidad la del polaco de sucias ropas.

De la visita a Treblinka recordará el visitante, antes que el inexistente campo, el inigualable entorno natural. Se trata, de hecho, de un parque nacional. Bosques y lagos y humedales; granjas a cargo de dorados trigales y ubérrimas vacas. Cigüeñas, avutardas, sapos. Tractores laborando en el pegujal. Idílico. Y en idílico paisaje se pierde uno, literalmente, tratando de regresar a Cracovia. Ningún lugar donde comer, ninguno donde beber; mas las urgencias del cuerpo parecen hostigar menos el ánimo del viajero cuando tal es el decorado que lo aloja.

Quizás apreciará más su visita al extinto campo si al viajero le viene a las mientes una curiosa anécdota con éste como protagonista. Como sabrá el viajero, Olof Palme, uno de los políticos icono de la socialdemocracia europea por haber  reforzado el modelo sueco - el más avanzado y eficiente Estado del Bienestar conocido - , era un defensor de todas aquellas causas (pseudo)socialistas setenteras y ochenteras, como los sandinistas nicaragüenses o las expropiaciones en el Chile de Allende o hasta la Cuba de Castro. El colmo de esta política exterior se alcanzó, y rebasó, cuando desfiló, vela en mano, con el embajador de Vietnam del Norte por las calles de Estocolmo en protesta por la guerra de Vietnam. 

Había aquí algo ya pestilente. Suecia se las daba de puertas adentro de neutral y Palme se erigía como abanderado del antiyanquismo socialista; no obstante, Suecia, que se mantenía al margen de la OTAN, había recibido de Washington la confirmación de que en caso de ataque soviético, serían defendidos, aunque sólo fuera por su situación geográfica entre dos aliados, como eran Finlandia y Noruega.

Más pestilente aún resultó el discurso del presidente emitido en la radio (por supuesto, estatal). En repulsa de los bombardeos de Hanoi, Palme lanzó una soflama donde los equiparaba a los sufridos por Guernica, Oradour, Katyn... o Treblinka

El entonces Secretario de Estado de EE.UU., Henry Kissinger, se mostró especialmente irritado: Kissinger es un judío alemán. Kissinger se vio, entonces, obligado a recordarle a Palme uno de esos datos tabú en Suecia: el en tantas cosas envidiable Estado del Bienestar sueco nació gracias a la negativa de Suecia a enfrentarse a los nazis y poder hacer negocio con ellos, vendiéndoles su acero  a precio de oro durante toda la guerra. Ningún socialdemócrata sueco había dicho nunca una palabra - recordó Kissinger - contra el genocidio nazi. (Suecia ya hacía caja vendiéndoles su acero a los germanos en la I Guerra).

Eso fue en el '68, años después, en el '84, Palme dio, tal día como hoy, un uno de enero, un discurso donde atacó, no digo yo que sin razón, la política de EE.UU. en Latinoamérica: el ataque ocupaba 51 líneas en los folios manuscritos de su discurso. A la reciente invasión soviética de Afganistán le dedicaba dos. Dos líneas donde compartían espacio la invasión afgana y el golpe de Estado de Polonia. 

Ay, Polonia, magna, hermosa, sufrida, heroica Polonia...