sábado, 31 de julio de 2010

Erfurt y Bautzen: el final de un sueño


 No, no me refiero aún a mi tour alemán. Me refería al socialismo. Erfurt, la capital de Turingia, sorprende gratamente al visitante poco avisado. Las casas de tejado a dos aguas y esa visible celosía de madera son mayoría y pintan un escenario que merecería, sin duda, detenerse más de una tarde. Erfurt es sensiblemente más grande – ¿diríase con justicia que incluso más bella? – que Weimar. Su fama proviene, básicamente, de ser lugar donde predicó Lutero. En realidad, los lugares por donde anduvo el reformador (así, der Reformator, se le suele designar por aquí) son legión por esta zona, pero en Erfurt realizó sus estudios de Leyes.

La causa de mi parada en Erfurt resulta un tanto embarazosa de explicar. Hice acopio de osadía y en la Tourist Info de Weimar pregunto si queda allí algo para ver de los tiempos de la RDA; la mujer, joven, llama a otra mujer, mediana edad, y ésta, a su vez, realiza una llamada telefónica. Pego el oído a la conversación, indiscreto yo, y la mujer le dice a su escuchante que tiene un cliente con una pregunta muy difícil. Inopinadamente, la mujer e tiende el teléfono y me encuentro asistiendo vía telefónica a una clase de historia local de un señor de Weimar.  Me explica que la DDR no quiso afear dicha ciudad; fue así que se invirtió generosamente en ella y apenas construyeron sus tradicionales edificios avispero. (Sólo hay un bloque: en la Jakobstrasse). Me recomienda, si me interesan los tiempos de la DDR, acercarme a la capital del Land.

En Erfurt, la cosa cambia. Los mamotretos soviéticos abundan, la Karl-Marx-Platz es céntrica y en un céntrico punto se halla lo que fue una tétrica prisión socialista reservada en exclusiva para presos de conciencia. Enfrente, en un lugar llamado Bierstube Bit am Dom, pueden saborear un capuccino exquisito:

 
Ya en Dresde, puede el viajero adentrarse por el corazón de Sajonia, en una excursión de medio día, y llegarse a Bautzen. Extraordinario su skyline medieval: 


Es Bautzen, por otro lado, conocido por dos razones, a saber, albergar la que es la única minoría étnica en Alemania desde tiempos pretéritos, los sorbios (rama eslava), y una exquisita mostaza. Famosa, también, por poseer otra de las más atroces prisiones de la DDR – la conocida como Bautzen II – . La cárcel fue sucesivamente una penitenciaría de tintes humanitarios, prisión nazi, soviética y de la Stasi. Que los nacionalsocialistas inflingieran un trato inhumano a sus ocupantes es lógico, tratándose de una ideología del racismo y el odio; que lo hicieran los comunistas, resulta más asombroso. Que, incluso, éstos últimos superaran en su atrocidad a los hitlerianos, como sucedió en este centro en concreto, pasa de pasmoso a incompresible:


No obstante, manténgase intacta la fe en el género humano: el capuccino y la mostaza han sustituido al NSDAP y al SED. El mundo avanza. Y mi viaje también.

martes, 27 de julio de 2010

Dresden! Dresden!


Se me permitirá, quizá, una nota autobiográfica. Se me permitirá, por una vez, no emprender tan siquiera el intento de una reflexión objetiva y dirigir una mirada, entre nostálgica y satisfecha, a mi pasado.

Ya he hablado, a decir verdad – locuacidad de la red – , de los tiempos en los que, joven e inconsciente, y en un acopio de lozana osadía, monté en un avión que me depositó, para los siguientes 10 meses, en Dresde, capital de Sajonia. 

Eran los tiempos en los que yo sentía, como todos los jóvenes y en palabras de Gil de Biedma, que había venido para llevarme la vida por delante. Once años después, con unas sienes que han comenzado a trufarse de cabellos blanquecinos, he vuelto a Dresde.

La ciudad que me ha recibido ha experimentado un cambio radical respecto a aquella por la que paseó el joven fatuo y un tanto melancólico que fui. El centro histórico, tan esplendoroso como entonces, se ha empedrado de lujosos hoteles y restaurantes. Los centros comerciales han proliferado. Muchos edificios han sido renovados. La Dresde que me acogió celebraba entonces diez años de la caída de la dictadura comunista, pero se hallaba aún un tanto atrasada.Yo, sin ir más lejos, me alojo ahora en un impecable aparta-hotel enfrente de la mismísima Frauenkirche, y, para mi gozo, debajo existe una Konditorei, una pastelería de esas que, por un misterio de la repostería, sólo existen en los países germanohablantes.

Cursé aquí, en la Technische Universität, el último año de mi licenciatura, con todas las asignaturas en alemán. Tuve, así, la fortuna de aprender por partida triple: lo que los competentes Professoren germanos me enseñaron, la célebre eficiencia alemana y perfeccionar una de las más nobles lenguas de la historia. Muchos de los antiguos edificios comunistas, tipo termitera, habían sido reconvertidos en residencias universitarias; yo, en concreto, vivía en la Budapester Str., Nr. 24. Desde la ventana, como se aprecia en la foto  que me he hecho hoy mismo, también se vislumbran, únicamente, las termiteras del paraiso socialista ya caído.

Dresde será para ustedes la ciudad conocida como la Florencia del Elba – die Florenz der Elbe – , será la ciudad en la que, mediante una masacre sin sentido, Churchill se convirtió en un sanguinario más de la historia, será, también, la ciudad en la que las manifestaciones anti-RDA sí fueron violentas; para ustedes, Dresde será todo eso, y yo, gentilmente, se lo perdono. Para mí, Dresde es otra cosa. Dresde es la ciudad en la que un joven fatuo y un tanto melancólico, pero de sienes aún azabaches, padeció y disfrutó, durante un año.

Once años después, he vuelto a Dresde. He vuelto como eso que se dice un hombre adulto; soy infinitamente más feliz que era entonces y, quiero engañarme, algo más sabio. Mas, sin embargo, el característico olor que esta mañana me recibió en el número 24 de la Budapester Strasse, consiguió erizarme la piel.

¡He vuelto a Dresde! Ich bin in Dresden zurück!

domingo, 25 de julio de 2010

Weimar

  1. Weimar: Goethe y Schiller

Tanto Goethe empacha ya. Y tanto Schiller. Weimar es una ciudad tirando a pequeña que en verano bulle de turismo interior y que explota sin contemplaciones su glorioso pasado, especialmente el haber sido asentamiento de Goethe. A él se le dedica una céntrica calle, la plaza principal, un parque elefantiásico. Incluso algunos platos en los restaurantes llevan su nombre. Ciertamente, Weimar puede hacer gala de un pasado memorable; por aquí anduvieron, aparte de Goethe y Schiller, Humboldt, Herder, Schopenhauer o Bach. La concentración de materia gris fue, pues, de récord. 

2. Weimar: Buchenwald y los Nacionalsocialistas

                                            Puerta de entrada a Buchenwald: Jedem das Seine

A propósito de concentración, hemos dedicado una mañana a Buchenwald, el campo de concentración que los nazis construyeron en el corazón del bosque turingio. Se trata de un paraíso paisajístico. Dado nuestro hábito madrugador, nuestra visita transcurre antes de la llegada de los autobuses. El cielo se cubre de nubarrones negros y densos. No hubo aquí cámaras de gas, sólo desnutrición y tiro en la nuca. Unos cien mil seres humanos fueron cruelmente aniquilados. En la puerta de entrada, junto al reloj (detenido a las 3:15, la hora en la que los americanos entraron en el campo), se leía (ya no): Recht oder Unrecht, mein Vaterland (algo así como “Justa o injustamente, la Patria”), y la leyenda de la misma puerta, de hierro herrumbroso, no es el Arbeit macht frei, el trabajo libera, de Dachau o Auschwitz, sino: Jedem das Seine – a cada uno lo suyo – . 

3. Weimar: Buchenwald y los soviéticos

¿A cada uno lo suyo? Acabada la guerra, el campo pasó de manos nazis a manos soviéticas sin solución de continuidad. De 1945 a 1950, las autoridades soviéticas dejaron morir de hambre o por falta de cuidados médicos a unas ocho mil personas. La mayoría eran funcionarios civiles del régimen nacionalsocialista, otros habían acabado allí por delaciones y algunos fueron víctimas de la arbitrariedad o, simplemente, de alguna confusión de nombres.

Si bien la parte nazi del campo se convierte en un hormiguero humano, en la soviética disfrutamos, Ana y yo, de una soledad completa. Leo en la prensa local acerca de la queja de algunos historiadores sobre la poca relevancia que se le ha otorgado al campo soviético; los responsables del campo piden que no se saquen las cosas de quicio: separa a las cifras de víctimas un abismo. Con todo, decidieron hace algún tiempo acallar la queja y se colocó una barra de hierro en cada fosa común que se halló en la parte soviética. El resultado es un bosque de barras confundido en el bosque turingio. 

4. Weimar: el gulasch y el alma teutona

      En Rothenburg, frente a típicas casas teutonas, Ana reflexiona sobre las razones de mi germanofilia

Weimar es la ciudad de Europa que despliega de más perfecta manera la complejidad del espíritu humano. Aquí escribieron sus obras Goethe y Schiller, aquí filosofó Schopenhauer, aquí se realizó, en 1919, el más bello intento hasta la época de implantar la democracia en suelo alemán, aquí se hicieron los nacionalsocialistas con el ayuntamiento ya en el ’32, aquí erigieron poco después un campo de concentración que poco después utilizarían los comunistas.

Relean, por favor, el anterior párrafo y díganme que no es compleja el alma alemana, que no es rica la historia de Weimar, que no es sabroso el gulasch que ceno hoy de carne de caza (apunten: Restaurant Shakespeare, en la Windischenstrasse, 4-6). Caza cazada en el bosque turingio, donde crecen fosas nazis igual que soviéticas. Afortunadamente, hace ya mucho de eso y ahora crecen ya sólo los jabalíes para el gulasch.

miércoles, 21 de julio de 2010

Núremberg


Cae la luz templada y lenta sobre las techumbres bermejas de Núremberg. Techumbres empedradas de buhardillas que contemplan calmosas la piedra secular de los edificios vecinos – el ayuntamiento nuevo, el viejo, la casa de Durero – . Es piedra preñada de historia; y, como toda historia, ora noble, ora infausta. En esto meditando, me asomo al río que, en un gracioso recoveco, hace florecer un pedazo de medievo. La cámara me sorprende en ese instante.

Núremberg nos ha sorprendido por su belleza y vitalidad. El buen caminante recorrerá el centro en una tarde; calles de pavés, tejados a dos aguas, balcones corridos cuajados de geranios. Se respira, a pesar del ambiente comercial y el lujo automovilístico, un aire de Baviera profunda.

Señorea la ciudad el castillo – el Kaiserburg – donde la Dieta medieval celebraba sus reuniones para elegir al siguiente Kaiser. Después llegaron los Nazis, a quienes les pareció brillante la idea de forjar un cordón umbilical entre el antiguo y el moderno espíritu imperial; Nuúemberg pasó, así, a ser la ciudad en la que el partido hitleriano, el NSDAP, celebraba su día, el Reichsparteitag. Albert Speer, el colaborador fiel de Hitler, se encargó de las obras en la Grosse Strasse, una avenida colosal flanqueada por dos estanques.

Esta mañana, la Grosse Strasse no albergaba ya hordas nacionalsocialistas, sino adolescentes con monopatín y practicantes de footing. El museo sobre el nazismo, el Dokumentazionszentrum, no merece la pena. Erizan la piel, eso sí, las imágenes de las turbas brazo en alto  vitoreando al Führer en la misma calle en la que uno, hace un momento, sólo vio monopatines y alguna rana saltarina en los estanques. El mundo, a veces, cambia a mejor.

En la Fürther Strasse, antes de la cena, da aún tiempo para visitar los juzgados de la ciudad. Aquí se celebró el famoso proceso de Núremberg; aquí se sentaron Speer y Himmler y Hess y Eichmann; y en los calabozos bajo mis pies se quitó la vida Göring. Qué pocas veces en la historia se hace justicia. Qué pocas veces he cenado yo una tan deliciosa carne de ave a la sombra del Castillo Imperial.

Los locales la llaman Nürnberg, los muy castizos le dicen aún Nuremberga. Sea como fuere, es Baviera, es Núremberg y es verano.

jueves, 15 de julio de 2010

Monet y Hoover tras el crepúsculo veneciano

Éste es el atardecer que contemplo cada día en mi salón. Cuando Ana y yo elegíamos cuadro, nos decantamos, con pocas dudas, por la puesta de sol veneciana de Monet. El pintor, un hombre joven, cotilla y parlanchín, nos aseguró ser un especialista en los expresionistas - "éste me saldría clavado" - , y no mentía. 

Era la puesta de sol ayer, precisamente, yo miraba el crepúsculo veneciano que acontece cada día en mi salón, cuando, desde la radio, resonaron estas palabras: 

Esto no es un presidente de izquierdas. Usted no está con Keynes, usted está como la Merkel, con Hoover, ha dejado de ser socialdemócrata y progresista.

Se las dirigía Joan Herrera, de ICV, a Zapatero en el debate sobre el estado de la nación. Demuestran una ignorancia absoluta (y capciosa) acerca de Hoover. El diputado Herrera se hace eco, así, del mito que pinta a Hoover como fiel aplicador del laissez-faire como resultado de la crisis del '29. De hecho, recuerdo que Keynes dijo de Hoover que fue la única persona que salió de París, en 1919, con una reputación mejorada. El halago no extraña: Hoover fue ortodoxamente keynesiano ante el crack. Su política se basó en mantener barato el crédito, elevados los salarios, inyectar dinero en el sistema financiero (300 millones de dólares en octubre del '29) y tirar de la obra pública. Respecto a los impuestos, su política fue confusa: comenzó con una bajada considerable para realizar, en el '32, una subida espectacular.

La auténtica tragedia, con todo, fue la adopción de un proteccionismo radical. La llamada Tarifa Smoot-Hawley, del '30, cuadriplicó aranceles y, así, se llevó por delante el comercio entre EE.UU. y Europa. El desempleo superó el 25% en un país poco habituado a desempleo alguno. La inflación keynesiana acabó causando la temida deflación.

Roosevelt no hizo más que continuar y extender las políticas de Hoover. Políticas que no sacaron nunca el país de la crisis. Es curioso que el país sólo salió de ésta, diez años después, gracias a la guerra. El propio Keynes lo admitió. Como, actualmente, Paul Krugman ha manifestado que la guerra de Irak es positiva para el empleo.

Que dicho quede, para conocimiento del Joan Herrera: el último presidente estadounidense que resolvió una crisis (la de 1920) aplicando un liberalismo más o menos estricto fue Harding. De hecho, fue la última vez que una potencia industial actuó de esta manera ante una crisis económica. Y en esa línea lo siguió Coolidge. A partir de ahí, keynesianismo. En 1929 como en 2010.

Yo, en este mediodía de julio, continuaré contemplando el crepúsculo veneciano. Lo digo para dar envidia. Por supuesto. 

jueves, 8 de julio de 2010

Robert Owen y Aberdeen: ensayo sobre la melancolía

Aberdeen, enclavada en la costa Este escocesa, conocida por financiar, vía el petróleo bajo su mar y, en menor medida, un puerto aún boyante, una gran parte del Estado británico. Célebre también, cosa curiosa, por poseer el más movido helipuerto comercial del mundo. A mí, sin embargo, me parece pequeño. Es llamada por los nacionales Granite City, la ciudad de granito. Con esta piedra está la ciudad íntegramente construida; el gris omnipresente ejerce sobre mí un extraño efecto magnético. "O la detestas o te encanta", me decía un escocés: mi opción, sin duda alguna, es la segunda.

La vida nocturna de los pubs es más propia de latitudes sureñas: la universidad imprime su huella. El cielo invernal, grisáceo sin pausa, subraya el color del granito. Y el efecto no me resulta sombrío sino de una belleza incontestable, una belleza contundente. A la izquierda, una calle que baja al mencionado puerto; más abajo, puro centro de la ciudad. Da igual dónde se ubique uno: granito gris en derredor. Una belleza contundente.

Algo más al sur, Edimburgo, y bajo Edimburgo, la zona conocida como New Lanarck. Fue allí que Robert Owen fundó su empresa textil de índole humanitario-socialista. En su fábrica instauró una jornada laboral reducida, sin trabajo infantil, con bajas por enfermedad. La escolarización era obligatoria para los hijos de sus empleados. He ahí la cara admirable de la moneda. La cara odiosa refleja la vesania reguladora de muchos filántropos: en New Lanarck estaba regulada la frecuencia con la que uno debía bañarse, mantener relaciones sexuales o sacar la basura, a qué hora recogerse por la noche o cuándo beber alcohol.

Gran parte de la labor de Owen se basaba en su determinismo social o ambientalismo, esto es, la idea de que el carácter humano es sumamente moldeable. No es casualidad que llamara a sus establecimientos educativos "institutos para la formación del carácter". Tan convencido estaba de esta idea que la llamó "el Segundo Advenimiento de la Verdad", y él, claro, se consideraba su mesías. En el ambientalismo de corte rousseaniano comienzan, a mi modo de ver, muchos polvos que nos han dejado cenagosos lodos en la sociedad actual. Desatinos como la aún arraigada convicción de que la delincuencia es un error de la sociedad poseen su venero en esta concepción de la naturaleza humana. Los mejoradores de la humanidad, como los llamaba Nietzsche, imbuidos de semejante creencia, han desmejorado, cuando menos, mucha legislación.

Owen llegó a los EE.UU. en 1825 y el Congreso lo escuchó con atención, incluido el presidente Monroe y el futuro presidente Quincey. Allí anunció la creación de New Harmony, en Indiana, donde instauraría una auténtica comuna socialista. Se trataba de un territorio prácticamente virgen con un paisaje paradisíaco. Owen, haciéndolo coincidir con el aniversario de la Declaración de Independencia del país (4 de julio), anunció la Declaración de Independencia Mental. Allí se proclamaba la liberación humana de los grandes males de la humanidad: la religión, el matrimonio tradicional y la propiedad privada.

Se instauró un comunismo estricto - aunque Owen nunca cedió la propiedad de la tierra - .  Owen, además, quiso que las decisiones se tomaran en plan asambleario; las reuniones de los habitantes de Nueva Armonía eran, así, constantes, para debatir todo tipo de cuestiones internas. Se debatía largamente sobre el ideal de la comunidad perfecta. El problema fue que el debate era más divertido que la faena: había mucha gente pensando y poca trabajando. Llegó el momento en que la sala de debate bullía, abarrotada, mientras las máquinas no encontraban una mano que las pusiera en marcha. Tras dos años, diversas reorganizaciones y siete constituciones, Nueva Armonía echó la persiana.

Al bueno de Owen le costó admitir que el experimento había fracasado, incluso ante las exhortaciones de sus hijos. Owen, haciendo esta vez poca gala de su filantropía culpó a la gente de su comuna, tildándolos de "material humano pobre para mi experimento". El hijo de Owen, Robert Dale Owen, tenía otra explicación:

Todo esquema de cooperativa que proporcione igual remuneración al hábil y trabajador que al ignorante y ocioso debe labrarse su propia ruina por su injusto plan. Eliminará necesariamente a los miembros valiosos y se quedarán sólo los imprevisores, los no cualificados y los malos.

La piedra añil y sombría de Aberdeen recuerda a Owen. Quizá por la cercanía geográfica, o quizá por lo melancólico. Sí, porque, como decía Ortega, el esfuerzo inútil conduce a la melancolía.

viernes, 2 de julio de 2010

¿Es el Estado del Bienestar más generoso que el Socialismo?

Tampoco en cuestión de Derecho Laboral fue la antigua URSS un paraíso. El punto de inflexión lo marcó el arranque del Primer Plan Quinquenal, en 1928. Stalin emprendió una campaña contra los obreros holgazanes y apáticos. Se hizo hincapié en que no se debía ni faltar al trabajo ni acudir bebido. Se promulgó toda una batería de leyes que se llevaron por delante lo promulgado tras la revolución. Se sustituyó a las cúpulas de los sindicatos y se les dio la orden de que "se volviesen de cara a la producción", colaborando en el propósito de que los trabajadores fueran más productivos, y recordándoles que su labor ya no era protegerlos ni negociar salarios - que serían fijados por el director de la fábrica junto con las comisiones que fijaban las tarifas - . 

Arno Dübel saltó a la fama recientemente. Tuvo el coraje de celebrar su aniversario como desempleado. Como suena. Desde 1974, es decir, durante 36 largos años, no había tenido oficio alguno; el Estado alemán le ingresaba una pequeña pensión mensual - 360 euros - que él consideraba suficiente, ya que también tenía pagada la vivienda. En total, el tal Arno ha consumido unos 300.000 euros del erario público. Al fin y al cabo, el propio Marx avisaba ya de que el Lumpenproletariat podría tener razones para perpetuar el sistema de clases, ya que utilizaba a la  burguesía y la nobleza para su supervivencia.

El Estado socialista alemán - la antigua RDA - se comportó de manera mucho más condescendiente con sus haraganes que la URSS. Ésta última instauró en 1938 el "libro laboral", en el que se anotaba cuidadosamente toda minucia de la vida laboral (falta de puntualidad, reprimenda del encargado, castigo recibido). El director de la fábrica estaba obligado, cada mañana, a enviar al fiscal un listado con el número exacto de minutos de retraso con que cada trabajador se había incorporado. El castigo, en un juicio que se celebraba ipso facto, era de hasta seis meses de "trabajo correccional". 

En la RDA, Honecker se mostró magnánimo, y cuando un trabajador daba problemas de conducta o incompetencia, se le reubicaba; eso sí: no existía subsidio de desempleo. El Estado ofrecía trabajo a todos y éste era obligatorio.  

Arno Dübel también trabajó una vez. Durante 5 semanas, que se le hicieron eternas, y cayó enfermo para los siguientes 36 años. Ahora, el Estado alemán, contrariado por su show y con la excusa de que ha colgado unas canciones en la red cobrando por ellas, le ha reducido drásticamente la paga. Papá Estado, a veces, también se enfada. 

Yo busco en el interior de una cantina típica alemana, en un rincón perdido de Renania - Weinhaus Bleidt - , que, según dice, lleva en pie desde 1570. Un rótulo, escrito con la bella y tradicional caligrafía gótica, dice Gott erhalt es, Dios la guarde. "¿Está Arno ahí?", pregunto, pero caigo en que ahora ya no le da el subsidio para tomárselas. No obstante, supongo, en caso de responder, diría que si es Honecker, se lo piensa; si es Stalin, no sale ni en broma.