sábado, 26 de junio de 2010

El socialismo, el trabajo y el estudio (a las puertas de Auschwitz)

El cielo ceniciento acrecienta el escalofrío que lo recorre a uno cuando visita Auschwitz. Ana, en la fotografía, escruta el campo con mirada compungida, escoltada por un típico fanal y una siniestra torre de vigilancia. Extraña es, por fuerza, la sensación en el lugar que no es sino la epítome de lo bárbaro y lo inhumano de lo que el ser humano es capaz.

Como se sabe, la leyenda que aparece en la verja de entrada al campo dice: Arbeit macht frei, que se suele traducir como "el trabajo os hará libres", aunque resulte más fiel "el trabajo libera". Los dos regímenes más terribles del siglo XX, el stalinismo y el nazismo, mantuvieron una actitud digna de análisis hacia el trabajo.

Una ideología como la marxista, sustentada sobre la cándida premisa de que cada uno haga lo que pueda y recibirá lo que necesite, se ve pronto acosada por el peligro de quienes desean vampirizar el esfuerzo de los demás. Stalin no estaba dispuesto a permitirlo; llegó a definir el socialismo como un sistema en el que todos tenían la misma obligación de trabajar. Es más, ni tan siquiera estaba dispuesto a creerse el axioma marxista, y afirmó que la igualdad a la que se refiere el comunismo es la obligación de trabajar y ser recompensado por ello, y que esto no quería decir que todo el mundo recibiera la misma paga. Los trabajadores, incluso en los campos de concentración, rendían más para obtener mayor paga o raciones extra de comida. Stajanov, como recompensa a su proeza, (extraer 100 toneladas de carbón de una mina en un turno, cuando lo normal eran 7), recibió un piso privilegiado, una paga de un mes y una entrada para el cine del pueblo.

Incluso, en una extraña paradoja histórica, Lenin adoptó como principio del socialismo la cita bíblica que había utilizado el fundador de una colonia en Virginia, EE.UU.: Quien no trabaja, no come. Tal cual, la cita pasó al articulado de la Constitución soviética de 1936.

Recientemente, en el diario progubernamental El País, en una desconcertante serie sobre la insostenibilidad del Estado del Bienestar español, se ofrecían 100 ideas para poner remedio a la situación, como el copago en sanidad, recuperar el impuesto del patrimonio, subir la matrícula de la universidad, etc. Lo curioso es que, se entiende que hablando de la educación primaria y secundaria, se dice: "Eliminar la repetición de curso para luchar contra el fracaso y el abandono escolar." En el sistema educativo pseudomarxista que poseemos en España, hasta la tardía entrada a un jibarizado bachillerato, no importa la calificación con que se apruebe - ya se sabe: cada uno lo que pueda, a cada uno lo que precise - ; existen , además, numersos grupos a quienes, con exquisito eufemismo psicopedagógico, se les diversifica (reduce al mínimo) el temario sin que ello tenga implicación alguna en el título obtenido. El País, además, propone que se elimine la repetición de curso: ¿qué importa aprobar o no para obtener un título?

En un breve pero excelente discurso sobre educación, Barack Obama afirmó inaugurando el curso escolar que ahora acaba:

Pero en última instancia podemos tener los profesores más entregados, los padres que más nos apoyen, y las mejores escuelas del mundo –y nada importará a menos que todos vosotros cumpláis con todas vuestras responsabilidades. A menos que asistáis a esas escuelas; pongáis atención a esos profesores; escuchéis a vuestros padres, abuelos y otros adultos; y trabajéis todo lo duro que hace falta para triunfar.

¿Cuándo hablará la izquierda, respecto a la educación, de sacrificio, esfuerzo, constancia y dedicación? ¿Cuándo dirá, emulando a uno de sus padres fundadores, "el que no estudia, no aprueba"? Por favor, si hasta a Stajanov le dieron una entrada para el cine.

lunes, 21 de junio de 2010

Breve reflexión sobre la crisis actual (o que cada palo aguante su vela)

En Filosofía, es muy difícil no encontrar algo cuando se busca con ahínco, especialmente en la vertiente política. Quiero decir que cuando se buscan argumentos para defender una postura preconcebida, resulta sencillo encontrarlos. De hecho, la situación extraña es la contraria: la de quien examina cada problema de manera desprejuiciada, intentando aprender y, quizás, hallar una respuesta, aunque no necesariamente una respuesta que, casual pero felizmente, se inserta en la Weltanschauung propia. ¿Cuántos intelectuales liberales conocen ustedes que admitan que en la actual crisis existe un elemento de pésimo funcionamiento del mercado? ¿Cuántos conocen que acepten que el mercado no ha funcionado de manera eficiente en el sector sanitario norteamericano? ¿Y a cuántos intelectuales de tendencia antiliberal han oído reconocer que las decisiones de la FED empeoraron una situación que no estaba llamada a enconarse durante años? ¿Cuántos conocen, por ventura, que admitan que el actual sistema público de pensiones en España constituye un fracaso y un fraude? No es que estas cosas no se admitan, es que se comienza a reflexionar partiendo de la premisa aceptada: que el mercado es inherentemente injusto y caótico, en un caso, y que el Estado es inevitablemente ineficiente, en el otro.

Una mirada desprejuiciada a la actual crisis, no obstante, presenta - como siempre - una realidad poliédrica y compleja. En principio, parece que ambas corrientes (la más liberal en sentido europeo y la más liberal en sentido norteamericano) tienen razón. En concreto, resulta difícil negar cualquiera de los siguientes puntos, de los que, no obstante, adivino que placerán a unos los 2 primeros y a otros los 3 últimos, y que habrá consenso sobre los 2 intermedios:

1. La Reserva Federal y su homólogo europeo comenzaron el mal ofreciendo dinero demasiado barato y no encareciéndolo posteriormente.
Con mucha probabilidad, la principal consecuencia de la crisis será que nunca más volverá a existir el interés 0%, como llegó a darse en EE.UU. La célebre afirmación del antecesor de Greenspan como gobernador de la FED, W. McChesney, de que era muy difícil "retirar el champán en plena fiesta", suena hoy escandalosa: le pagaban por ello. Cabe decir en descargo de su homólogo del BCE, J. C. Trichet, que éste lo hizo y capeó las críticas que por ello recibía.

2. Tanto el BCE como la FED empeoraron la situación al inyectar nuevas dosis de liquidez en el mercado, haciéndolo, además, mediante la compra de activos y ofreciendo mayores facilidades de crédito. Se trataba, ya entonces, de asegurar los depósitos bancarios de los ciudadanos, no de acrecentar la pelota crediticia que, a esas alturas, andaba ya desbocada ladera abajo.

3. No se debió aprobar un plan de salvación tan indiscriminado. Pensemos que los depósitos de la gente están cubiertos por un seguro, es decir, que las salvaciones han salvado a bancos y aseguradoras como tales instituciones (o sea, a sus gerentes y dueños), pero tal cosa ni tiene repercusión sobre el dinero de la gente común ni ha hecho fluir el crédito a las pequeñas empresas, que era, a la postre, la auténtica razón de ser del plan.
¿Qué habría pasado de seguir con AIG, Citigroup o Fannie y Freddie la misma política que con Lehman Brothers? Breve pánico y poco más. 

4. No se debió subvencionar y proteger a General Motors y a Chrysler durante tantos años. Si los coches estadounidenses no podían competir, ni en precio, ni en prestaciones, ni en consumo, con los japoneses, era la hora de renovarse o morir. En cambio, el gobierno prefirió establecer cuotas de importación a las importaciones niponas. Cuando estalló la crisis, un buen bocado de la salvación fue a parar a una industria renqueante desde hacía años.

5. Fue un error, como ya apuntara Paul Krugman, derogar la ley Glass-Steagall. Ésta era un vástago del New Deal del '33, pero su contenido básico, la separación estricta entre banca comercial y banca de inversión, es de lo más tradicional. Tradicional y lógico: a tan diferente actividad, diferentes exigencias. Recordar, eso sí, que ya se habían promulgado algunas leyes que mitigaban mucho la susodicha ley, y que, ciertamente, se operaba sin sus constricciones en la City londinense. Y recordar también que fue una administración demócrata, la de Bill Clinton, quien realizó la derogación definitiva (en 1999). 

6. Más responsabilidad que sobre la derogación anterior recae sobre la insuficiente regulación de los llamados "chiringuitos financieros" y "activos derivados". Sobre los primeros: si una institución funciona prácticamente como un banco, es normal que posea una regulación prácticamente como la de un banco. Sobre los segundos: compleja su naturaleza, será, inevitablemente, compleja su regulación.

7. Se repite ad nauseam que la crisis la tienen que pagar quienes la han originado, pero, ¿quién tiene más culpa en la generación de la gran culpable, la burbuja inmobiliaria?
Mi anterior casero vivía, exclusivamente, de las rentas de dos pisos que había comprado en época de bonanza. Mi fontanero habitual obtiene un suculento sobresueldo del alquiler de un piso que compró, también, en la buena época. Y, así, se multiplican los casos. Es hora de superar lo políticamente correcto y decirlo claro: si no se hubieran concedido hipotecas basura, no habría habido semejante crisis; si la gente no se hubiera hipotecado más allá de lo razonable, tampoco. Si prestar un dinero sin las garantías suficientes sobre su devolución resulta, ahora, a la izquierda tan moralmente execrable, no veo por qué pedir y aceptar el crédito así concedido, lo es menos. Es decir, ¿los NINJA no tienen ninguna responsabilidad en el fiasco de las hipotecas NINJA? Inverosímil. Que cada palo aguante su vela.

lunes, 14 de junio de 2010

¿Qué idioma hablan los mejillones? (Historias belgas)

Las casas de los antiguos comerciantes, de ese estilo pintoresco, conforman un marco inigualable para la plaza. El río llega a la ciudad exuberante y alegre. Ésta lo recibe animada: se respira un ambiente  festivo-comercial. Se cuenta que el puerto le daba a la coroña española unos ingresos similares a los que recibía de Potosí. 

Hablo de Amberes. 

Es una mañana fresca de agosto. Tan fresca que, llegado el medio día, y cuando emprendíamos la vuelta a Bruselas, una nube, rabiosa e inclemente, se rompe entre estrépitos apocalípticos y comienza a descargar. Aprovechamos para comer; recalamos en un pueblo llamado Kronenbourg, del condado de Oostkramp. El estilo de vida tiene un aire más español: algunos comercios cierran a mediodía. 

La gastronomía de Holanda y Bélgica es realmente pobre. La materia prima puede ser de primera clase, pero no existe plato típico alguno. Ni carne ni pescado se hacen de manera peculiar. En realidad, hay un plato típico, uno solo. Comemos en uno de los pocos locales del lugar donde hacerlo y también allí el plato en cuestión goza de ubicuidad. Se trata de los mejillones. Yo siempre me he preguntado cómo puede alguien  civilizado ingerir una bolsa naranja rellena de tripas negruzcas, pero el hecho es que, especialmente las señoras, parecen disfrutar con su cazuela de mejillones. El cartel que anuncia el presunto manjar aparece en la puerta de la mayoría de restaurantes: mosselen.

El ambiente es familiar - el perro de los dueños recorre el local a sus anchas - y me permito preguntar a la dueña, señora oronda y de arreboladas mejillas, digna de un cuadro de Rembrandt, qué opina de la situación belga. Me dice que ella prefiere que el país continúe como tal, pero que si se rompe, tampoco le causaría mayor trauma. Anda liada - es sábado - y me envía al hijo, que, aunque demasiado joven para ser interesante, glosa el comentario materno añadiendo que flamencos y valones "somos muy diferentes". Subraya que el elemento lingüístico es fundamental: no se entienden, literalmente. 

La especialidad del lugar es una tortilla con tomate y champiñones dentro. Para mis escrúpulos, desde luego, muy preferible a los mejillones, pero un plato escaso para un día que comenzó pronto, así que entro en la panadería local en busca de refuerzos. A solas con la tendera, me atrevo de nuevo a inquirir. Extrañada, me pregunta de dónde y qué somos: "Journalists from Spain", mentimos a medias. La mujer es agradable y se extiende, e incluso cuando entra una clienta la azuza para que la conversación se enriquezca. De nuevo, la mujer dice que prefiere el país unido, pero que los valones deben despabilarse: "conozco gente"; dice, "que lleva 20 años en paro allí abajo". Aparece, de nuevo, la cuestión lingüística; la mujer hace mofa de los flamencos que, en la zona de la costa, según cuenta, hablan francés "para hacerse los elegantes". Ella, que denomina a su lengua "dutch", niega, ante mi pregunta, la posibilidad de que una Flandes independiente  se integrara en Holanda. Admite que la lengua es la misma ("o casi"), pero "somos de mentalidad muy diferente". Prácticamente la misma expresión utiliza respecto a los valones. "We are very hard-working", y me deja acabar la frase a mí: "and they aren't", pero ella sólo ríe. Dice, sin mucho fundamento, que yo entenderé mejor la situación porque es parecido a lo que sucede entre España y Cataluña.

La panadería se llama Bakkery de Knock y, según el cartel, fue fundada en 1882. 

Estoy bastante de acuerdo con quienes ven en el problema belga un problema de mala gestión, imprevisión, buenismo  y simple irracionalidad. Aunque añadiendo que, siendo cierto que Bélgica goza de un nivel de renta envidiable y de una alta calidad de vida, cierto también que Valonia no consigue despegar el vuelo, y permanece ruralizada y subvencionada. En tiempos, la situación fue inversa, y eran las voces valonas las que reclamaban la independencia, pero Flandes se desarrolló con un ímpetu tal que, ahora, tira del país entero. ¿Una vez más la Europa del Norte y la del Sur? ¿Otro caso, esta vez intracivilizatorio, de línea de fractura cultural, casi étnica?

Por otro lado, los parámetros no solamente económicos son relevantes. ¿Qué aliciente puede tener un valón para aprender flamenco? No lo hacen, y el resultado es que en el ejército, el soldado llega a no entender al oficial. La movilidad en el ámbito de la administración, como en educación, justicia o sanidad, es mínima. Al menos en el sentido Valonia - Flandes. 

De vuelta a Bruselas, envalentonado, vuelvo a la carga con el recepcionista del hotel. Un hombre de ademanes suaves y francófono. Es oriundo de Bruselas y, para mi sorpresa, dice que el país se ha hecho ingobernable y que, quizá, lo mejor sería la ruptura. ¿Y Bruselas?, le pregunto, pero llegan clientes y sólo le da tiempo a alzar los hombros. 

En Bruselas se goza de libertad lingüística: y sólo allí. Leyes lingüísticas atroces han laminado el francés en Flandes y el flamenco en Valonia. Se ha llegado a prohibir la emisión radiofónica o televisiva en la otra lengua, por no hablar de la enseñanza en ella. Leyes a las que en España no estamos, precisamente, deshabituados y sobre las cuales me escama, cada vez más, que pocas voces de la izquierda se pronuncien - tratándose, como se trata, de un aspecto fundamental para las personas: la lengua en la que quieren hablar; la lengua en la que quieren educar a sus hijos - . Muchos artículos contra la especulación, encuentra uno ahora en la prensa socialista, muy pocos contra el liberticidio lingüístico y el estúpido y dañino concepto de la subvención al doblaje, literatura, cine o conferencias en una lengua. Es más, ahora que se han puesto antifranquistas, podrían quejarse las leyes lingüísticas franquistas que rigen en nuestro país.

El cielo ya ha abierto y la lluvia ha dejado una tarde noche estival lozana. Paseamos por los rincones que ofrece la ciudad; rozagante se acerca la noche, rozagantes se abren los geranios y rozagante, como siempre, se presenta Ana. Por supuesto, no cenaré mosselen.

miércoles, 9 de junio de 2010

La Historia contraataca - Fukuyama, Irán y otros, más Picadilly Circus -

¿Cómo pudo Fukuyama estar tan equivocado en su tesis del final de la Historia? La idea de que la democracia liberal había vencido definitivamente, y de que la globalización sustentada sobre ésta traía un nuevo orden mundial donde habría localizados focos de conflicto pero no fricciones entre los grandes Estados o alineamientos entre ellos, suena ahora como la teoría del flogisto. No es que le hayan salido canas, es que está difunta y enterrada. 

Cómo es posible, se pregunta uno, que alguien como Fukuyama, persona informada y de natural despierto, diera semejante traspié. Lo cierto es que el mundo ha cambiado mucho desde 1989. Los más sustanciales cambios sucedidos en estos 20 años no eran fácilmente previsibles. No, al menos, al ritmo al que sucedieron. Son éstos:

 1. El crecimiento económico inusitado de países autocráticos como China o Rusia. La primera es, desde 2008, la segunda potencia económica y el mayor exportador mundial; la segunda tiene desde 2003 un crecimiento del 7% anual. La idea de que la prosperidad económica fuerza, inevitablemente, la apertura política, es irremisiblemente desmentida por estos ejemplos. La combinación de un capitalismo en sectores no estratégicos, que pone dinero en los bolsillos de mucha gente, la reducción de los niveles de pobreza y el mantenimiento de un sistema dictatorial sin libertades civiles, ha demostrado ser posible. Es más, Putin y el Partido chino parecen convencidos de que se trata de una combinación positiva y necesaria en sus países.

2. El antioccidentalismo creciente de parte del mundo árabe. El mundo árabe ha visto que una política nada laxa respecto a la religión y crecimiento económico son posibles. Es más, han visto en China y Rusia el ejemplo de que autocracia, crecimiento económico y respeto internacional son perfectamente conjugables. Así, pues, también las dictaduras islámicas, especialmente Irán, reclaman ser tratadas de usted en el nuevo orden mundial. El presidente iraní repudia el Consejo de Seguridad de la ONU porque el hecho de que sólo 4 países - y precisamente esos 4 - posean derecho a veto no es más que un remanente del orden mundial de 1948: y de eso hace ya más de 60 años.
A esto hay que añadir que las intervenciones norteamericanas en Kosovo, Iraq, Afganistán, etc., los han convencido de que EE.UU. continúa siendo el país que, con el paraguas de la ONU o sin él, intervendrá en los asuntos internos de los países cuyo régimen no les baila el agua. 
Y añadan a esto que el crecimiento económico de Rusia, China, India, Brasil y gran parte del mundo árabe ha hecho resurgir la confianza en su cultura y su oposición a adoptar la ya decadente occidental.

3. El resurgimiento del socialismo en América Latina. El petróleo venezolano permite a su dirigente, adalid del llamado socialismo del S. XXI, mostrarse confiado y bravucón, no  rehuyendo los enfrentamientos con Europa ni con EE.UU. Actualmente, se dispone a la nacionalización del agua, para evitar el uso que venían haciendo Coca-Cola y Pepsi de ella. Un símbolo de Caracas, una enorme bola de la Pepsi que coronaba el edificio de la empresa, está siendo desmantelado. El país ha sido recorrido por una espasmódica campaña de nacionalizaciones que, según parece, acaban de forma ineluctable con la quiebra de las empresas estatalizadas. Con todo, el petróleo permite a Hugo Chávez estos dispendios.

4. Un Occidente convulso por una crisis económica que comenzó significando el fracaso del capitalismo y se está desarrollando como confirmación de la insostenibilidad de gran parte de las prestaciones estatales. Resuenan, aún, contundentes, las palabras de David Cameron: The decisions we make will affect every single person in our country. And the effects of those decisions will stay with us for years, perhaps decades, to come.  Es más: How we deal with these things will affect our economy, our society - indeed our whole way of life.
La reforma recientemente anunciada en Alemania nos puede ofrecer una pista del nuevo Estado que se avecina: un cuidado exquisito por la educación y la investigación - dado que sólo en los campos que exigen gran cualificación puede Occidente ser competitiva - , una estructura estatal adelgazada - o sea, mayor centralización y desaparición de ayuntamientos y otras corporaciones intermedias - y una drástica reducción de subsidios y ayudas varias.

¿Y si Cameron desmantela, también, las famosas placas de Picadilly Circus? Con esto de los cambiantes órdenes mundiales, nunca se sabe. Así que voy colgando mi foto por allí. Pero no se ven bien, porque justo pasaba un típico autobús británico de dos plantas. Que, por cierto, también pretenden reformar. ¿Y decía el otro que la historia había acabado?

jueves, 3 de junio de 2010

Starbucks non c'è

Me cuento, lo confieso, entre quienes adoran los hoteles. Debo añadir, casi sin exagerar, que uno de los mayores atractivos que encuentro en el hecho de viajar es el anonimato: esa liviana sensación que otorga hallarse en un lugar donde uno no es nadie  para nadie y donde nadie para uno es nadie. Si hablamos de un populoso lugar, entonces confortable también la sensación de constituir tan sólo un punto más en la multitud: sólo un punto más. Me siento como viéndome a mí mismo desde un avión. No sé si me entienden.

Adoro también, en buena lógica, los lugares que, como hechos en serie, replican una misma atmósfera por países varios. Siempre y cuando, huelga decirlo, se trate de una atmósfera fría: de silencio, que no es impersonal sino respetuoso; de distancia, que no es aspereza sino cortesía. A mi parecer, nadie como la firma americana Starbucks ha logrado mayor éxito en crear una atmósfera semejante. La primera vez que la fortuna me adentró en uno de sus locales, pensé que se había hecho expresamente para mí. Siendo, como soy, un bebedor empedernido de café, un internauta convencido, un lector ya casi vicioso, un ser refractario al ruido y un amante de los muffins, no podía menos que embargarme semejante sensación.

Los pánfilos se oponen a que abran Starbucks en sus ciudades - lean esta pieza, en un difícil equilibrio entre lo jocoso, lo encantador y lo acerbo - . Qué pánfilos. Todos sabemos, en realidad, a qué se opone la gente cuando se opone a Starbucks, a McDonalds o a la Coca-Cola. A uno podría no gustarle la cola azucarada, el café en vaso o las hamburguesas alpargatadas, pero oponerse a ello suena como si alguien estuviera contra los gatos. A uno pueden no agradarle los gatos, pero no se puede estar contra ellos.

No existe, en puridad, una oposición a McDonalds y demás. Como no existe, en puridad, un pensamiento antiyanqui o antisemita. Qué sabe la gente de lo abigarrado y complejo que es eso que llamamos American way of life. Qué le importa, realmente, cómo vive y piensa un ciudadano de Kentucky o Arkansas. Qué sabe - qué le importa - a esa misma gente la anormal situación en la que vive Israel. Qué les afectan a ellos las intenciones de Irán, Jordania, Arabia Saudí, Siria, Egipto, Libia. Antiamericanismo y antisemitismo, como la oposición a las grandes multinacionales, son sólo sarpullidos causados por el auténtico causante: la hostilidad a las sociedades más liberales, y con ello, la querencia por todo lo que huela a estatismo, a sindicato, a arancel, a subvención.

Me resulta de todo punto imposible hallar un lugar con wifi en Roma. Sólo en el hotel dispongo de conexión: se paga y en recepción te dan un cable que, estúpidamente, apenas llega de la toma al escritorio, con lo que temo que el ordenador caerá al suelo de un momento a otro. ¿Y en ese rato de después de comer en el que uno contestaría, de buena gana, unos mails o leería la prensa antes de volver al tajo? No lo intenten: no hay lugar en Roma con wifi. Pregunto al hombre de la recepción - un hombre pizpireto, de un inglés trabucado y una calva hace poco estrenada (anda por los 40) pero ya radiante - : Scusi, dove c'è un Starbucks a Roma? Como piensa que ha sido un problema de mi más que forzado italiano, pasa al inglés: "A what?" Yo repito: "Starbucks". Él entonces dibuja una sonrisa condescendiente y cambia al castellano, lengua que no maneja mal del todo: "¿un qué?"

Resulta que Starbucks fue fundada, en gran parte, siguiendo el patrón de las cafeterías italianas. El presidente de la empresa quedó encantado, en un viaje a Roma, con el ambiente de sosiego y familiaridad allí existente, e intentó una difícil adaptación de semejante atmósfera al American style. Actualmente, la compañía posee más de 12.000 establecimientos por el mundo, 140.000 empleados a tiempo completo y una capitalización en el mercado de casi 30 billones de dólares. Está en China, en Rusia, está, incluso, en una de los grandes hontanares mundiales de café: Brasil. También está presente en México. 

Pero Italia no. La compañía opina que la cultura del espresso se halla demasiado arraigada como para esperar que los italianos consuman ahora cafés de medio litro en vasos de hoja de periódico. Y siempre hay quien aplaude la decisión; se lee en foros cibernéticos "Starbucks? No, grazie", seguido de la consabida demonización de un estilo de vida decadente, aniquilador de... etc. La decisión, obviamente, es equivocada. El mismo argumento se podría aplicar a la rica y variada gastronomía italiana y, sin embargo, los McDonalds y Burger Kings se multiplican y medran. Pero Starbucks no desea arriesgar su imagen con un posible batacazo precisamente en la cuna del café como pilar de la socialización.

Mientras, yo me quedo sin mi sillón amplio y cómodo tras el almuerzo frugal, sin mi café cuantioso y sin mi conexión wifi. Y miro la cola monstruosa para entrar al Vaticano y me pregunto: ¿es que habrá Starbucks dentro?