miércoles, 27 de enero de 2010

The American Dream (and the pursuit of happiness)

This train of hopes and dreams. Bruce Springsteen.

La Búsqueda de la Felicidad, The Pursuit of Happiness, es una película de Will Smith que ilustra el sueño americano. Está basada en una historia real. Chris Gardner llegó a vivir de la beneficencia pública y religiosa, era un indigente. Llegó a dormir una noche con su hijo en los servicios de una estación de metro. En 2006 vendió parte de su empresa, una firma de valores, por varios cientos de millones de dólares.

¿Por qué no ha cuajado la socialdemocracia en EE.UU., discutíamos hace poco? Ya Tocqueville había hablado del excpecionalismo estadounidense. La posibilidad del American dream es una de las grandes razones. Se dice que la mentalidad yanqui - digamos, el americanismo - se conforma en torno a dos grandes principios: desconfianza, cuando no abierta hostilidad, hacia el Estado y la fe en la meritocracia. Éstos son los goznes sobre los que la sociedad americana monta su puerta, que consideran siempre abierta, hacia la exitosa promoción social. La igualdad de oportunidades está, así, indisolublemente unida a la desigualdad de resultados.

Es por esto que se trata de un país capaz de tolerar unos grandes niveles de desigualdad de renta y de pobreza: en el horizonte aparece, refulgente, la ascensión basada en el esfuerzo y el talento. Hay que añadir, claro, que EE.UU. ha garantizado a sus trabajadores un nivel de vida medio más alto que el de cualquier otro país del mundo desarrollado (según un estudio de 2009, con la única excepción de Luxemburgo).

Una cuestión interesante es si la socialdemocracia tiene algún futuro ahora, en estos tiempos de crisis del capitalismo. Un gobierno republicano, como el de Bush, ha adoptado políticas keynesianas y de New-Deal, con un enorme gasto público, una gran intervención estatal en el sector privado, un estricto control de los mercados y, ahora, con Obama, parece que el desarrollo de una típica institución del Estado del Bienestar como es una sanidad pública. A este respecto pregunta Miguel Requena (catedrático de Sociología): "¿Bastará la reacción al actual ciclo recesivo para que los estadounidenses abujuren de su credo y asienten la socialdemocracia en su país?"

Tras la Gran Depresión, EE.UU. mantuvo intacto sus sistema de partidos, sus instituciones y sus valores. ¿Hará mella, sin embargo, la Nueva Depresión? ¿Es Obama el revolucionario que casi llegó a parecer durante un breve período de tiempo? Acaba M. Requena el artículo que leo en esta tarde noche, mientras se enfría el rosado de Navarra al que guardo una fidelidad inquebrantable, afirmando que "si por socialismo se entiende la socialdemocracia, entonces hay que seguir considerando que los estadounidenses han preferido hasta ahora el riesgo de la desigualdad, con su siempre renovada promesa de prosperidad individual, a la seguridad colectiva que proporciona el Estado."

Ya contaba el antes-pobre-ahora-multimillonario-y-filántropo C. Gardner que su madre solía decirle: Sólo dependes de ti mismo, la caballería no vendrá a rescatarte.

sábado, 23 de enero de 2010

Un tal Paul Krugman

A unos pasos calle arriba del monumento a Adam Smith, en la High Street de Edimburgo, se encuentra el monumento a David Hume. Refleja a un Hume que no es el que uno espera - rechoncho, maduro, sonriente - , pues ofrece una figura joven, vestida con una especie de túnica romana y recostada. En la base, se lee, simplemente, "HUME". A la espalda, no me pregunten por qué, aparece la cabeza de Medusa.

David Hume no consiguió nunca acceder a la universidad, a pesar de que su currículo era lo suficientemente valioso. Lo intentó en dos ocasiones, una en la Universidad de Edimburgo y otra en la Universidad de Glasgow y en ambas fue rechazado. Resulta que sus escritos sobre la religión, la moral o el suicidio le habían granjeado enemigos entre los conservadores del país. El caso de Hume habla mal de los criterios de selección de las universidades. El caso de Paul Krugman demuestra que incluso en Princeton puede uno hallar profesores que, digámoslo así, no tienen la verdad como única guía y aspiración de sus reflexiones.

A Krugman lo botaron del The New York Times con la acusación del defensor del lector de trastocar los datos cuando éstos no se amoldaban a sus ideas. Paul Krugman es, más que un economista riguroso, un vocero de los demócratas y un flagelo de los republicanos. Si como tal es brillante o no, es otra cuestión.  Su columna en el TNYT era de contundente nombre: The Conscience of a Liberal. Por cierto, le concedieron el Nobel de Economía hace un par de años y el Príncipe de Asturias en 2004. Queda claro, pues, que, a pesar de sus fallas, no es un mindundi.

Leí hace algún tiempo unas reflexiones de Krugman sobre la economía francesa y la estadounidense. Las ideas fundamentales son éstas:

1) Cuando se dice que Francia tiene menor productividad que EE.UU. se está diciendo una verdad a medias. Resulta que los franceses poseen mayor productividad por hora que los estadounidenses, es sólo cuando se toma un período amplio de tiempo cuando la productividad yanqui supera a la gabacha.

2) ¿Por qué? Porque los franceses han preferido tener más tiempo libre y más vacaciones.

3) Esto conlleva que los francese tienen una menor renta per cápita que los estadounidenses. Así, no poseen tan buenos coches, ni tan grandes casas, ni cenan tan a menudo fuera como los americanos.

4) Pero, a cambio, los franceses pasan más tiempo con sus amigos y con su familia que los norteamericanos.

5) ¿Por qué los franceses - y los europeos en general - tienden a tomar la decisión contraria a la de los norteamericanos (menos ingresos y más tiempo libre)? Basándose en un estudio (de Alesina, Glaeser y Sacerdote), Krugman defiende que se debe más a las regulaciones gubernamentales que a cuestiones relacionadas con los impuestos. 

¿Qué sociedad ha tomado la mejor decisión? Para Krugman, la respuesta parece clara. La europea parece una sociedad más humana: más amigable y familiar.

¿Qué me falla de todo este análisis?

1) EE.UU. posee unas tasas de consumo televisivo realmente impactantes. Se habla de más de 8 horas diarias por hogar o de más de 4 horas y media diarias por persona. Las tasas, además, han crecido en los últimos años. No parece pues que se trate de una ciudadanía, en general, terriblemente estresada. (Recuérdese a Homer Simpson).

2) EE.UU. bate récords, además, en el envío de mensajes de móvil a los programas televisivos. Es decir, que no se mira la televisión de soslayo mientras se trabaja en casa.

3) El consumo de internet es también mucho mayor en EE.UU. que en Europa (un 57% de la población como consumidor de internet contra un 35%). Se ha disparado, en particular, el consumo de televisión en diferido. De nuevo, no parecen cifras de una ciudadanía con poco tiempo libre.

4) En EE.UU. prácticamente todo el mundo realiza deporte u otras actividades lúdicas - como socializarse -  durante mucho tiempo al día. En un estudio describiendo el día típico de un norteamericano en 2003, se concluyó que el 95% de adultos dedican 5 horas y media al día a este tipo de actividades. (Y se concluyó que se trabajan, exactamente 8 horas; las mujeres algo menos pero, a cambio, algo más en casa).

5) Francia posee una muy alta tasa de divorcios. Comparativamente, posee una de las más altas de Europa. Con todo, si bien es cierto que la supera la más liberal Gran Bretaña, también lo es que se ve igualmente superada por las más estatistas Alemania o Suecia. En definitiva, si los franceses habían escogido poseer menos renta para pasar más tiempo con sus familias, no parece que la jugada haya resultado redonda.

En fin, nadie es perfecto. Ni siquiera un profesor de Princeton.

domingo, 17 de enero de 2010

Un lugar llamado Haití

Una familia española, leo, que pasaba sus vacaciones en Haití cuando ocurrió la catástrofe, ha fallecido. Pobre como es el país, ofrece numerosos resorts. Obviamente: puro Caribe.

He recordado que la fotografía premiada por Unicef en 2009 reflejaba, precisamente, una escena haitiana. Una niña pasea descalza por entre la podredumbre que rodea un poblado, en la que, junto a ella, pacen dos cerdos. 

Se trata de un país peculiar. En el huntingtoniano mundo civilizatorio que me ocupó hace algún tiempo, se lee esto:

Mientras que la elite de Haití ha disfrutado tradicionalmente de sus vínculos culturales con Francia, lo peculiar de Haití (la lengua creole, la religión vudú, los orígenes de esclavitud revolucionaria y su historia brutal) se combinan para convertirlo en un país aislado. "Cada nación es única", decía Sidney Mintz, "pero Haití constituye en sí misma una clase". Como consecuencia de ello, durante la crisis haitiana de 1994, los países latinoamericanos no percibieron Haití como un problema latinoamericano y se mostraron reacios a aceptar refugiados haitianos, aunque sí admitían refugiados cubanos. "(E)n Latinoamérica", como dice el presidente electo de Panamá, "Haití no se reconoce como un país latinoamericano. Los haitianos hablan una lengua diferente. Tienen raíces étnicas diferentes, una cultura diferente. Son completamente diferentes". Haití está igualmente separado de los países negros anglohablantes del Caribe. Los haitianos, decía un comentarista, son "tan extraños para alguien de Granada o Jamaica como lo serían para alguien de Iowa o Montana". Haití, "el vecino que nadie quiere", es verdaderamente un país sin parientes.

Leí, en los años en que devoré toda la corriente conocida como realismo mágico - fueron los años de 1º y 2º de BUP, aunque las relecturas me han acompañado desde entonces - la monumental novela de Alejo Carpentier llamada El Siglo de las Luces. Si bien no me conmocionó como Cien Años de Soledad, El Otoño del Patriarca o los cuentos de Juan Rulfo, reconocí en ella, también, un manejo exquisito del castellano. La mano de quien sabe narrar en dicha lengua. Se halla ambientada, en parte, en el Haití de la Revolución Francesa. El Haití francés era próspero, después llegaron las matanzas de blancos y la pobreza extrema. Como ejemplo de la prosa de Carpentier, el comienzo de la novela:

Esta noche he visto alzarse la Máquina nuevamente. Era, en la proa, como una puerta abierta sobre el vasto cielo que ya nos traía olores de tierra por sobre un Océano tan sosegado, tan dueño de su ritmo, que la nave, levemente llevada, parecía adormecerse en su rumbo, suspendida entre un ayer y un mañana que se trasladaran con nosotros.

Eso es para mí escribir en castellano, y lo demás, bocetos. Se refiere, claro, al barco que llevó la primera guillotina desde Francia hasta las colonias de allende el mar.

De momento, EE.UU., el FMI y el Banco Mundial han destinado 210 millones de euros a la ayuda tras el seismo. EE.UU. ha enviado varios miles de marines para que hagan como que existe el Estado , que se halla desaparecido. Obama ha subrayado que los 100 millones yanquis constituyen la mayor cifra jamás donada por su país. En su estilo meloso, ha añadido: "no os abandonaremos, no os olvidaremos".

Se ha iniciado una campaña para ayudar a Haití. Si sirve de algo, bienvenida sea. 

jueves, 14 de enero de 2010

Un tal Adam Smith

En mitad de High Street, puro cento de Edimburgo, su ciudad natal, se yergue la estatua de Adam Smith. Obviamente, me inmortalizo frente a ella y animo a Ana a hacer lo mismo. Un grupo de chinos, que hasta el momento paseaba absolutamente ajeno a la efigie, se percata de nuestra fotografía y acude raudo. "Who is he?", preguntan, "a philosopher", digo; se alzan de hombros y comienzan a disparar los flashes.

Llevo tiempo pensando que el liberalismo no es más que una llamada a la menor injerencia posible del Estado en la vida de los individuos, pero que, ya se sabe, esto resulta extremadamente vago. ¿Cómo de mínimo es el Estado mínimo? La misma situación percibo respecto al Estado de Bienestar: ¿cuántas prestaciones son necesarias para que se considere tal? De ahí que resulte más interesante discutir cuestiones concretas. "La cobardía del ejemplo", que decía Unamuno. Esto es, básicamente, lo que hace Charles Fried en su último libro, "La Libertad Moderna y los Límites del Gobierno".

El autor ofrece tres grandes ejemplos de legislaciones anti-liberales:

1) La política lingüística de Québec. A él le pone los pelos de punta, a un español le suena casi normal.

2) La política sanitaria de Québec, donde está terminantemente prohibido comprar u ofrecer seguros privados con servicios que oferte el sistema público de salud. Además, se prohibe también que un hospital o un doctor compatibilicen su trabajo en la sanidad pública con otro fuera de ésta.

3) La política que restringe la apertura de las grandes superficies comerciales para "proteger" al pequeño comercio. En España también estamos acostumbrados a dichas legislaciones, pero la palma se la lleva el Estado norteamericano de Vermont, que prohibe la implantación de superficie alguna de éste tipo, con el objetivo de proteger los, al parecer, bellísimos pueblos y pequeñas ciudades de enorme encanto.

Así es como Fried quiere ver funcionar el liberalismo, como una simple llamada a respetar la libertad individual en la medida de lo posible. Añado yo:

- La ley antitabaco. ¿Es legítimo que me impidan permitir el consumo de una sustancia legal dentro de mi local? Si a quienes nos molesta el humo no encontramos bares que nos agraden... en fin, también me molesta el volumen al que hablan los españoles (y me machaca el tímpano) y no por ello me creo con un presunto "derecho a no oir gritar".
Debe hacer reflexionar el caso del bar de Illinois donde los clientes organizan una colecta que permite al propietario pagar las multas por permitir que se fume en él. Todos contentos.

Por otro lado, es bien sabido que los liberales a ultranza suelen olvidar el problema de las llamadas externalidades, es decir, de los efectos que nuestras acciones tienen sobre la vida de otras personas. El laissez-faire se complica, así, inmediatamente. El caso de la prohibición de fumar en lugares  de acceso  libre (donde la entrada no es necesaria, como en administraciones públicas, hospitales u otras instituciones semejantes) no ejemplifica bien el caso, dado que la externalidad se halla, digamos, controlada: son bien conocidos, a poco que uno haga por informarse, los efectos de fumar, activa o pasivamente, y ya, a partir de ahí, se decide si hacerlo o no. Pero, ¿qué decir, por ejemplo, del vientre de alquiler? Éste se halla prohibido en España pero permitido en EE.UU. Si una mujer alquila su útero para que su amiga infértil tenga un hijo del marido de ésta última en él, la primera pregunta que se suscita es: ¿qué efectos tendrá esto sobre la psicología del niño cuando conozca su origen? De hecho, el único argumento prohibicionista que puedo aceptar en la ley antitabaco es el de proteger la salud de los trabajadores, que se ven forzados por las circunstancias a ser fumadores pasivos - ellos no deciden si entran al local o no - . Claro que ese argumento cobra una fuerza peculiar en España con su 20% de desempleo.

Soy testigo de que en los países más norteños la ley antitabaco se respeta escrupulosamente. A la puerta del pub se congrega siempre un pequeño grupo que, desafiando temperaturas gélidas, sacia su ansia de nicotina. Los bellos pubs irlandeses o británicos, pienso, quedan algo afeados por la cuadrilla humeante congregada en la entrada. Cuadrilla que, esta vez, en High Street, observa a los orientales fotografiar la estatua de alguien que es, para ellos, un tal Adam Smith.

jueves, 7 de enero de 2010

Scottish oil for Scottish people!

Dos años, dos, sin conducir por la izquierda; bastante tiempo sin conducir un coche que no sea el mío, que, además, cada vez utilizo menos; y cuando intento recordar cómo se hacía eso de meter las marchas con la izquierda, de hacer las rotondas hacia el lado contrario y de, en definitiva, conducir al revés de como uno lo hace, entonces, para colmo, resulta que está cayendo la mayor nevada de los últimos veinte años en Gran Bretaña. Qué enternecedor regalo.

El trayecto que nos conduce hasta Inverness, que no debía irse más allá de las dos horas, acaba eternizándose, ya que la carretera principal ha sido cerrada al tráfico por la cantidad de hielo que se ha formado. Las máquinas que arrojan la mezcla de sal y arena no habían dado abasto durante la noche y llego a tiempo para ver cómo la policía, cuya furgoneta patina incesantemente, coloca el cartel de Closed Road. Avanzamos por carreteras secundarias del corazón de Escocia; la impresión es la de un país sumido en el caos, especialmente en los pequeños pueblos, que ahora ven sus calles inundadas de los vehículos desviados. Las gentes retiran la nieve de sus puertas a golpe de pala, los coches que han pasado la noche aparcados se encuentran medio cubiertos y también se hace servir la pala con ellos. La conducción resulta peligrosísima, la mayoría de las veces, el freno es de poca ayuda, cuando no claro enemigo. La temperatura no sube durante el trayecto de los -5 y, ya atravesando las Highlands, las Tierras Altas, alcanza los -10. El país entero es una mancha blanca. El paisaje es soberbio, una estampa que, a pesar de la situación apocalíptica, nos deja boquiabiertos.

Las ramas de los abetos sostienen cúmulos blancos, los prados alfombrados de nieve asemejan ahora un océano de algodón y, de entre los árboles, dos enormes ciervos nos observan pasar.

No conozco ningún nacionalismo menos etnicista y más puramente economicista que el escocés. Los escoceses, si bien más afables que el resto de británicos, comparten, más allá de toda duda, la misma cultura con el resto de la isla. Se habla inglés (y sólo inglés), los pubs poseen la misma monótona carta, gusta el cricket, el rugby y los dardos, y la tarde se va entre pintas de cerveza. Entiendo, eso sí, como en el caso catalán, que los escoceses poseen un apego histórico por sus instituciones propias y su autonomía, motivado, quizá, por la constancia del recuerdo de la pérdida de su parlamento a la fuerza (a manos de Cromwell en 1651). Ahora bien, el Parlamento les fue devuelto en 1999, en la llamada "Devolución".

No da la impresión de ser un país inundado de petrodólares. Ni tan siquiera en Aberdeen, la capital de las petrolíferas, en cuya costa se hallan la mayoría de plataformas, se respira opulencia. (La foto es del Mar del Norte desde St. Andrews, un pueblecito precioso que alberga la prestigiosa universidad del mismo nombre). Mi anfitrión en Edimburgo, unos días después, me lo confirma: "Es porque el dinero se ha ido hacia abajo". Le pregunto si, entonces, está de acuerdo con el SNP, con los nacionalistas. "En eso tienen razón; ten en cuenta que podríamos ser un país muy rico, pequeño y con petróleo y whisky". ¿Entonces mejor una Escocia fuera del Reino Unido? "Eso nunca", me dice, "no tengo problema con que mi dinero vaya a Inglaterra mientras se invierta bien. Los escoceses también nos beneficiamos mucho de los tiempos del Imperio. Además, las petrolíferas se instalaron aquí y no en Alemania o Noruega gracias a la ayuda de Westminster".

¿Están los escoceses por la independencia? Las encuestas realizadas en los últimos años discrepan entre sí hasta tal punto que no merece la pena prestarles atención. Los datos de las últimas elecciones al parlamento escocés, en 2007, nos dicen que el 33% de los votantes se decantaron por el SNP, o sea, que no creo que ante un referéndum por la independencia el sí alcanzara más del 20%. Los 3 partidos nacionales, whigs, tories y liberales están por mantener el Reino Unido tal cual. El SNP tenía previsto, en el documento que hizo público, aprobar la celebración del referéndum este mismo enero, para celebrarlo el día de St. Andrews, el patrón de Escocia, allá por noviembre, pero lo va a tener poco menos que imposible, dado que, aunque su ascenso en las mencionadas elecciones fue espectacular (¡20 escaños más!), se quedó con 47 escaños, por 46 los laboristas y 17 los tories.

Mi anfitrión de Edimburgo no se muestra tan siquiera ilusionado con la Devolution. "¿No crees que era una cuestión de justicia?" "A Scottish Parliament? It's a waste of money". Mientras crepita la chimenea en el salón, me dice si quiero probar un whisky (si es escocés, siempre sin "e") bueno, de las Highlands, Glenmorangie. No es un buen whisky, es perfecto. Seguimos hablando del SNP: "Scottish oil and Scottish whisky for Scottish people?", me dice, "it's ridiculous. UK is bigger than these selfish tendencies". Yo, whisky en mano y al calor de la chimenea, pienso que sólo falta una leyenda escocesa para completar la estampa, y entonces se produce el milagro: "¿Sabes que el nombre de este lugar proviene del fantasma que supuestamente lo habitaba?" "Murdo", le digo, "tell me that story right now", y aconsejo a Ana, cuyo inglés es aún dubitativo, que se suba ella a leer, que creo que esto va para largo.